México D.F. Domingo 19 de septiembre de 2004
Gilberto Santa Rosa se presentó el viernes
y sábado en el foro de Polanco
El caballero de la salsa inundó de ritmo
y romanticismo el Salón 21
Las damas asistentes hicieron del puertorriqueño
blanco de besos y abrazos
ARTURO CRUZ BARCENAS
El caballero de la salsa Gilberto Santa Rosa (Puerto
Rico, 1962), sonero de coraza, de porte altivo, mostró el
elevado nivel que el ritmo de la salsa puede adquirir cuando hay talento,
ritmo, sentimiento y saber musical -su primer disco data de 1976, con la
orquesta de Mario Ortiz-, en su concierto del pasado viernes en el Salón
21 de Polanco.
El
puertorriqueño hizo su presentación en el marco de las celebraciones
por el 20 aniversario del periódico La Jornada, que se realizan
bajo el lema "En las alas de la libertad". Llegó a eso de las 23:40
horas y una multitud de anhelantes fans del ritmo sabrosón
se apretujó lo más cerca del escenario.
"Gracias, México. Desde hace unos 14 años
que piso esta tierra, donde me siento tan bien". Tales fueron algunas de
las pocas frases que pronunció el sonero, heredero de la influencia
de Eddie Palmieri, con la Puerto Rico All Stars. Iba a cantar y lo hizo.
Una tras otra, casi sin pausa, Santa Rosa pasó de lo chévere
a su fuerte: lo romántico.
Es el impulsor de la denominada salsa sinfónica,
de la que han brotado piezas de elevada factura. Entre sus discos más
famosos se encuentran Perspectiva, A dos tiempos de un tiempo, Nace
aquí, De cara al viento, Esencia y De corazón.
Frente al cantante, cientos apreciaron el concierto. Apenas
y podían moverse. Cuerpo a cuerpo, ritmo con ritmo. Atrás
de ellos, en una especie de isla, decenas de parejas optaban por bailar,
por ejecutar sus mejores desplazamientos. La salsa tiene carta de naturalización
en México..
Suenan las percusiones, el bajo que marca los cambios.
"Qué manera de quererte, qué manera". Baila Santa Rosa. La
punta del pie derecho se arrastra hacia atrás. La mano en la cintura.
La cabeza hacia arriba y hacia abajo. Remata un compás con un apóstrofe.
Figura de salsero maestro.
Arriba, las parejas no dejan pasar la oportunidad. Bailan
donde pueden. Unos entre las mesas, en los reducidos espacios de los pasillos,
donde los meseros hacen equilibrios con sus charolas repletas de bebidas.
Todas para él
Ha funcionado esa especie de operativo y la atención
es rápida. Cuando Santa Rosa anuncia que ya se va la cosa está
más caliente que nunca. Ante el inminente fin, los hasta esa hora
indecisos se paran a bailar. Dejan de ser espectadores pasivos para dar
rienda suelta a la teoría que indica que lo que se mueve está
vivo.
Unas fans del puertorriqueño, hasta ese
momento, casi la una de la madrugada, han podido llegar hasta su cantante,
quien se ha dejado dar un beso. Lo han abrazado hasta desequilibrarlo,
haciéndolo trastabillear. Dos guardias personales, de apariencia
gorilesca, apenas y han podido despegar a esas mujeres. Cuando una dama
decide llegar hasta su ídolo no hay poder humano que la contenga.
Se podrá detener a una, pero no a todas. Cuando
el fin está cerca y Gilberto está a punto de irse, un grupo
logra subir al escenario. Los guardias liberan al cantante caribeño,
quien se va casi huyendo. Se oyen los últimos compases del salsero
romántico. Ha dejado en la memoria, esa noche, Perdóname
y Vivir sin ella.
Santa Rosa estuvo ayer, otra vez, en el Salón 21,
luego de su histórica presentación en el Zócalo capitalino,
donde compartió escenario con otras vacas sagradas de la
salsa contemporánea: Juan Formell y los Van Van, y Willie Colón.
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