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P O L I T I C A
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México D.F. Martes 14 de septiembre de 2004

Marco Rascón

Juárez y los populismos

ƑQuiénes son los que acusan a Andrés Manuel López Obrador de populista? De ninguna manera son los accionistas fantasma de las em-presas constructoras de los segundos pisos. No son los especuladores inmobiliarios y desarrolladores de Santa Fe, beneficiarios de suelo barato expropiado. No son los accionistas del Tec de Monterrey, que tienen nuevo campus en los antiguos terrenos del rastro de Ferrería por donación del Gobierno del Distrito Federal.

Los acusadores tampoco son Lorenzo H. Zambrano, de Cementos Mexicanos (Cemex), que recibió suelo con valor en dólares a cambio de toneladas de cemento, en convenio ilegal y ventajoso, ni de ninguna manera los grandes monopolios comerciales de Wal-Mart ni Comercial Mexicana, a través de los cuales el Gobierno del Distrito Federal les hace compras sin licitación por más de 4 mil millones de pesos, que avalan las tarjetas de 250 mil ancianos, discapacitados y madres solteras.

No son tampoco los propietarios de Gigante a través de la cual se hizo la entrega de útiles escolares, arruinando la venta anual de miles de pequeñas papelerías. No son en ningún caso quienes trajeron a Rudolf Giuliani para que quitara a los pobres de las calles y los escondiera, aumentando la presión social. No son los grandes consorcios de la industria automotriz, a la que nuevamente se entrega la principal obra pública de la ciudad en la que los coches son primero.

No son los accionistas ni fundaciones inglesas y estadunidenses provenientes de las empresas petroleras El Aguila, socios de don Porfirio Díaz, que ahora son propietarios del hospital ABC y por quienes López Obrador se arriesgó al límite y para los cuales acaba de inaugurar con gran diligencia una vía alterna al terreno en disputa judicial.

No es Inbursa, principal benefactor en la recuperación del Centro Histórico y beneficiario en la extensión de la red de antenas en la ciudad para la telefonía celular de Telmex. Tampoco viene la acusación desde la alta jerarquía de la Iglesia católica, la cual se ha beneficiado del erario de la ciudad como en ninguna otra época posterior a la restauración de la república juarista.

Sería muy hipócrita y desagradecido de su parte acusar de "populista" a López Obrador cuando estos sectores, los más ricos de la ciudad y en nombre del gobierno de la esperanza, se han beneficiado en proporción mayor que los 300 mil beneficiarios de la tercera edad, las madres solteras y los discapacitados que reciben una ayuda económica directa del presupuesto. Sería no reconocer que han ganado en estos cuatro años más que en tiempos de Uruchurtu, Hank González y del mismo Camacho, que asesora y da continuidad a sus políticas de transporte en Santa Fe y con la Iglesia católica.

Los que acusan a López Obrador de populista son un sector mal informado y sin memoria: quieren atraer la idea de que es un populista-estatista como Luis Echeverría, quien fijó e hizo un reparto del erario en aumentos salariales, que significaron en 1976 el poder salarial más alto en la historia del país, que, sin embargo, fue acompañado de una escalada patronal de aumentos de precios y que en esta dinámica precios-salarios condujeron a la inflación y a la devaluación en ese mismo año.

Pero no. El populismo de López Obrador es, con todo respeto, un populismo ligado a la política económica de Carlos Salinas de Gortari: al neoliberalismo. En el sexenio de la usurpación, Salinas vendió al país la atención de 28 millones de mexicanos en extrema pobreza a través de Pronasol con recursos provenientes de la privatización de Telmex, Bancomer, Banamex, Imevisión y cientos de empresas paraestatales. Con este populismo, los ricos se beneficiaron con la atención a los pobres. Tanto como ahora, el gobierno de Salinas se apoyaba en los medios y promocionaba cada 10 minutos en radio y televisión ayudas y atención a los pobres por "solidaridad", como hoy hace López Obrador por "la esperanza".

Salinas demostró que podía no sólo beneficiar al viejo sector oligárquico que vivía feliz con la modernización, pues además le controlaba a los pobres, apretando, eso sí, mediante pactos económicos, los salarios, liberando los precios y desregulando el papel del Estado en la economía.

López Obrador ha creído ser parte estimada de los sectores económicos de "muy arriba" que ha beneficiado con su gobierno a espaldas de los principios del PRD o un proyecto medianamente alternativo. Su visión del cómic, creado con el viejo maniqueísmo, sólo oculta el desenfrenado pragmatismo de su ideario, pues los sectores que supuestamente deberían apoyarlo desde arriba lo ven pasar y lo dejan hundirse y sólo lo utilizarán para adornarse frente a Estados Unidos: dirán que aquí, a diferencia de Venezuela, "derrotaron al populismo". Y lo harán, paradójicamente, aplicando la máxima de Juárez: "A los amigos, consideración y respeto. A los enemigos: la ley a secas", porque sus verdaderos beneficiarios ya tienen su propio gallo.

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