HACIA UN PAIS DE VIEJOS... Y POBRES |
13 de septiembre de 2004 |
La creciente proporción de mexicanos en edad productiva representa una potencial ventaja para el desarrollo del país. Pero si no se aseguran las condiciones sociales, económicas e institucionales apropiadas, esta oportunidad única terminará por desperdiciarse. Esta es una mirada al México de los próximos 20 años. Virgilio Partida Bush* Durante el periodo de reconstrucción nacional que siguió a la lucha armada de la Revolución Mexicana (1910-1921), la política poblacional heredada del primer siglo del México independiente no sólo siguió su curso, sino que se intensificó. Por un lado, buscaba ocupar exhaustivamente el territorio nacional, ante el fantasma de otra invasión estadunidense y la consecuente pérdida de territorio por la falta de pobladores que defendieran su patrimonio; y, por el otro, para satisfacer la demanda de mano de obra que reclamaba el pujante proceso de industrialización en las principales ciudades. Las medidas sanitarias adoptadas por los gobiernos "emanados de la Revolución", entre las que destacan la creación del Instituto Mexicano del Seguro Social (1942), la transformación del Departamento de Salubridad en la Secretaría de Salubridad y Asistencia (1943) y la importación a bajo costo de medicamentos cada vez más eficientes, rindieron frutos: la tasa de mortalidad se redujo de 32 decesos por cada mil habitantes en 1921 a 10 en 1970. La posición pronatalista de la política demográfica vigente también surtió efecto al mantener la tasa de natalidad casi invariable en 46 por mil. El progresivo alejamiento de ambos índices implicó un gradual aumento de la tasa de crecimiento, hasta alcanzar 3.5 por ciento anual alrededor de 1970, uno de los mayores en la historia de la humanidad y que, de mantenerse constante, implicaría duplicar el número de habitantes cada 20 años. Algunas de las consecuencias de ese crecimiento ya se han hecho patentes, otras lo harán en los años por venir. La situación de hace siete lustros no era particular de México, se observaba en otras naciones. Tanto en el medio académico como en el político había preocupación por el rápido incremento demográfico, ya que ante un eventual freno de la expansión económiva lo que ocurrió tan sólo unos años más tarde, los recursos serían insuficientes para atender las demandas del vigoroso aumento de la población, escenario que en aquel entonces fue bautizado como "explosión demográfica". Desde 1974 se adoptó una decisión explícita para reducir el crecimiento de la población. Esto se convirtió en política gubernamental de primer orden, a cargo del recién creado Consejo Nacional de Población (Conapo), instrumentada con un Programa Nacional de Planificación Familiar, que fijó metas a corto, mediano y largo plazos, las cuales casi se han cumplido cabalmente. Las reducciones de la fecundidad y del crecimiento poblacional de México se encuentran entre las más rápidas en el mundo desde la celebración de la conferencia de Bucarest. Estimaciones recientes del Conapo muestran que la descendencia promedio de las familias bajó de 6.2 a 2.2 hijos en los pasados 30 años, mientras la tasa de crecimiento descendió de 3.0 a 1.1 por ciento. De mantenerse el ritmo de crecimiento actual, la población de 105.3 millones se duplicaría dentro de 65 años; no obstante, no sólo se prevé que la tasa continúe disminuyendo, sino incluso que se torne negativa a mediados de este siglo. Al proceso iniciado con el descenso de la mortalidad en los primeros años que siguieron a la Revolución Mexicana, que se espera concluya dentro de cuatro o cinco décadas, se le conoce como "transición demográfica". Si bien la fecundidad experimentó un rápido descenso, principalmente de 1974 a 1984, las mujeres en edad de reproducirse (15 a 49 años) también continuaron creciendo de manera acelerada, como consecuencia del alto crecimiento registrado entre 1950 y 1980, lo cual propició que el número de nacimientos se mantuviera en ascenso, aunque cada vez a un ritmo más lento, para mantenerse constante casi en 2.5 millones entre 1976 y 1992, y luego iniciar una franca caída que prevalece hoy, la cual se espera que continúe en el próximo medio siglo. El descenso de la fecundidad se ha visto acompañado de ciertos cambios sociales, el más evidente es la mayor inserción femenina en los mercados laborales, ya que la crianza de pocos hijos (entre uno y tres) es compatible con la participación en las actividades económicas. El dinámico crecimiento de las generaciones nacidas entre 1950 y 1992 (nuestro baby boom) se mantiene hoy y se espera que continúe en los próximos 25 años. La mayor parte de los pertenecientes a esas generaciones se encuentran en el grupo de edades activas (15 a 59 años), originando que su peso en la población total se mantenga en continuo ascenso. Por otro lado, la moderación en el aumento de los nacimientos ha propiciado que la fracción que representan los niños y adolescentes (0 a 14 años) del total se mantenga a la baja. Los "adultos mayores" (60 años o más), por su parte, aumentan de manera más rápida; sin embargo, no logran compensar el franco descenso de la tasa de crecimiento de los niños y adolescentes, de tal forma que el peso de la población en edades pasivas (0 a 14 y 60 o más años) disminuye desde hace varios lustros. Hace 30 años por cada 100 personas en edad activa había 111 pasivas, hoy esa "razón de dependencia" es de 62, es decir, que si el producto generado por esas cien personas en edades productivas alcanzaba para satisfacer las necesidades de otros 111 individuos, al consumir hoy sólo 62, el producto restante (de los 49 que no gastan) pudiera ser aprovechado para formar el ahorro necesario para enfrentar el agudo envejecimiento que dará inicio dentro de 30 años. Esta situación favorable que ofrece la demografía se conoce como "bono" o "dividendo" demográfico, cuyos beneficios serán más ventajosos en los próximos 25 años, cuando concurrirán las condiciones demográficas más propicias (una razón de dependencia que se mantendrá por debajo de 60 entre 2006 y 2029), las cuales, de ser adecuada y racionalmente aprovechadas, podrían contribuir para detonar el potencial de crecimiento económico de México. En el ámbito demográfico se estima que las condiciones de natalidad, mortalidad y migración internacional ocurridas antes de 1970, aportarán 82.2 por ciento a la formación del bono entre 2006 y 2029, las observadas en las últimas tres décadas del siglo xx participarán con 23.2 por ciento, pero las previsiones de 2000 a 2028 contribuirán de manera negativa con 5.5 por ciento. Desde el punto de vista económico, se estima que el bono demográfico contribuyó con 11.2 por ciento al crecimiento medio anual de 3.96 por ciento del producto interno bruto (PIB) entre 1970 y 2000. Las perspectivas de largo plazo apuntan que, bajo las condiciones económicas más favorables entre 2000 y 2030 (crecimiento promedio sostenido de 4.8 por ciento anual), la contribución del bono sería de 20.7 por ciento; en cambio, si tuvieran lugar las menos favorables (3.21 por ciento anual), la aportación sería de 12.9 por ciento. Si bien la creciente proporción de población en edades activas representa una ventaja socioeconómica de grandes dimensiones, también se acompaña de retos de gran magnitud. Para aprovechar debidamente el bono será necesario crear 18.6 millones de nuevos puestos de trabajo adicionales al déficit actual de más de 20 millones, con remuneraciones adecuadas y prestaciones que garanticen una productividad satisfactoria. Escenarios de prospectiva económica reciente muestran que sería necesario crecer a 4.8 por ciento medio anual durante los próximos 30 años para finalmente absorber de manera productiva la oferta de mano de obra. El crecimiento de las personas de 15 a 59 años implicará la formación de nuevos hogares que deberán ser albergados en 15.8 millones de viviendas adicionales al parque habitacional existente, cuyos servicios de agua potable, drenaje y energía deberán ser agregados a los rezagos actuales. Cuando la "ventana de oportunidad" demográfica se cierre iniciará un acelerado proceso de envejecimiento demográfico. Si no se aseguran las condiciones sociales, económicas e institucionales apropiadas y si no se diseñan e instrumentan políticas de acompañamiento adecuadas para aprovechar el "bono" o "dividendo" demográfico, la oportunidad terminará por desperdiciarse. No podemos correr ese riesgo, porque el bono se transformaría paradójicamente en una verdadera pesadilla social, donde el subempleo y el desempleo podrían alcanzar límites sociales intolerables, nuestras carencias y desigualdades se reproducirán e intensificarán aunque esta vez en una escala mayor y, lo que es peor, estaremos condenados a convertirnos en un "país de viejos y pobres"§ *Director
general de Estudios Sociodemográficos y Prospectiva, Conapo.
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