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SUBEMPLEO DE MASAS Y EXPORTACION DE TRABADORES
13 de septiembre de 2004

Dos rasgos dominan en el mercado laboral mexicano: la ocupación de la mayor parte de la población en edad productiva en actividades inestables, desprovistas de derechos y con baja remuneración, así como la exportación de mano de obra a Estados Unidos. El tipo de desarrollo que alienta la política económica no se traduce en mejores condiciones de trabajo para la población.

Víctor M. Godínez

Los cambios económicos y demográficos observados en México en las últimas dos décadas se conjugan en una dinámica laboral polarizada y, en vista de sus resultados generales, muy decepcionante desde el punto de vista del desarrollo y el bienestar. Sus rasgos dominantes son el aumento acelerado del subempleo (u ocupación en actividades inestables, desprovistas de derechos, con baja remuneración y de escasa o nula productividad) y la exportación de mano de obra al mercado laboral estadunidense.

La porción de los habitantes representada por la población económicamente activa (PEA), conocida por los especialistas como tasa de participación, pasó de 63 en 1980 a 66 por ciento en 2000, presentando hoy valores que fluctúan entre 68 y 69 por ciento. En las áreas urbanas, en las que se asienta una proporción mayoritaria y creciente de los habitantes, dicha tasa pasó de 68 a 78 por ciento en los últimos 20 años del siglo xx, en tanto que en la actualidad es ligeramente superior a 80 por ciento. Una característica de esta evolución es el aumento acelerado de la tasa de participación de la población femenina, debido tanto a una mejora generalizada de los niveles de capacitación de este segmento poblacional como al despliegue de diversas estrategias de supervivencia de los hogares más pobres ante el deterioro de sus condiciones de vida.

En consecuencia, la tasa de crecimiento de la PEA se mantuvo muy elevada desde los años 80, lo que se tradujo en un notable incremento del número de personas que anualmente se integran a la fuerza de trabajo. Este aumentó a razón de 843 mil personas al año entre 1980 y 1990, y de 1 millón 75 mil entre este año y 2000. Se calcula que en la primera mitad de la presente década ese crecimiento será casi de 1 millón 100 mil personas por año.

¿Cómo respondió la economía por el lado de la demanda a tal expansión de la fuerza de trabajo? En el contexto de crisis y estancamiento que vivió el país durante los años 80, el crecimiento del empleo formal fue extremadamente bajo en comparación con el de la PEA (1.3 contra 5.1 por ciento al año). A consecuencia de este gran desajuste, la ocupación en el sector informal (microempresas, autoempleo, empleo doméstico) observó una ampliación sin precedentes, al crecer a un ritmo anual de 7.8 por ciento.

Entre 1990 y 2000 el empleo formal mejoró su dinamismo relativo (una tasa anual de 3.8 por ciento), pero siguió siendo insuficiente para absorber a los entrantes a la fuerza laboral (por lo cual la ocupación informal creció 4.4 por ciento al año). De esta manera, mientras en 1980 el contingente de trabajadores urbanos ocupados en actividades informales sumaba 4.7 millones, en 1990 ascendió a 11.7 millones y en 2000 a 15.7 millones. Estas cifras representan 33, 52 y 49 por ciento del empleo urbano total en los años respectivos. El virtual estancamiento de la economía en el periodo 2001-2004 determinó que a julio pasado se acumulara una pérdida neta de 248 mil empleos formales, por lo cual, en los primeros tres años y medio del actual periodo de gobierno, el contingente de ocupados informales se incrementó alrededor de 4.5 millones de trabajadores.

P5EUMexAdemás de su ingreso masivo al sector informal de la economía, la fuerza de trabajo redundante tiene en la migración a Estados Unidos otro recurso de supervivencia. De acuerdo con fuentes censales, el número de emigrantes mexicanos en ese país pasó de 2.4 millones en 1980 a 4 millones en 1990 y a poco más de 8 millones en 2000. Dado que un porcentaje muy elevado de estos trabajadores está indocumentado, se considera que esas cifras subestiman el número real de emigrados, que en los cálculos de algunos especialistas se eleva hasta 12 millones. En todo caso, y para tener una idea de su magnitud, baste señalar que los trabajadores de origen mexicano captados por el censo estadunidense equivalían a 10 por ciento de la PEA de México en 1980, a 13.5 por ciento en 1990 y a 19.9 por ciento en 2000.

Por consiguiente, al menos una de cada cinco personas activas de México trabaja en la actualidad en Estados Unidos. Si a este contingente se agrega el de los ocupados en el sector informal (39 por ciento de la PEA total en 2000), resulta que sólo dos de cada cinco mexicanos en edad de trabajar lo hacen en el sector formal en el país.

Subempleo de masas y migración internacional creciente: tales han sido los mecanismos de ajuste del mercado laboral mexicano ante el progresivo desequilibrio entre la oferta y la demanda de trabajo que está implícito en el estilo de crecimiento económico vigente desde los años 80. Este mecanismo de ajuste explica por cierto el bajo nivel de la tasa del desempleo abierto de México, que incluso en los momentos recesivos del ciclo económico, cuando el producto y la inversión se desploman, no rebasa 7 por ciento. ¿De qué otra manera podría entenderse que ­si se descuentan los efectos de la crisis de 1995­ esa tasa sea de menor rango que la de Estados Unidos y la mayoría de los grandes países industrializados? A diferencia de estas naciones (en las que existe seguro de desempleo), en México el desempleo abierto no puede ser prolongado, pues la falta de redes formales de seguridad laboral hace que éste sea un "lujo" que los trabajadores y sus familias no se pueden permitir.

La información disponible muestra que aun cuando el sector formal de la economía registre alto dinamismo (como fue el caso en los 90 antes y después de la crisis de 1995) ello no es suficiente para absorber el excedente de mano de obra. Algunas razones de este hecho están en la estructura del empleo que se configuró en el transcurso de los últimos veinte años al amparo de la llamada reforma estructural de la economía, así como en el tipo de actividades cuya expansión fomentó la estrategia de desarrollo.

El predominio del empleo formal es considerablemente mayor en actividades vinculadas de manera directa o indirecta con la exportación de bienes y servicios (manufacturas, petróleo, comercio, turismo, comunicaciones, transportes, servicios financieros) que en actividades consideradas "no comerciables" internacionalmente (como la construcción o los servicios comunales y personales, entre otras). El sector más emblemático del modelo de desarrollo vigente es el manufacturero, cuyo aumento de participación en el valor del producto interno bruto y de las exportaciones no arrojó aumentos relativos de participación en el empleo total (desde finales de los años 80, cuando la economía reinició su crecimiento, la contribución del empleo manufacturero al empleo total se estabilizó en torno a 19 por ciento).

Es claro que el tipo de desarrollo exportador que la política económica fomenta no se traduce en una generación dinámica de empleos formales y remunerativos. Pese a la acelerada expansión observada desde 1986 por el sector exportador, el ascenso del empleo tradicional e informal, así como de la migración internacional de mano de obra, han sido incontenibles. De esta manera, en los últimos dos decenios se amplió la brecha laboral entre el sector moderno de la economía y el sector informal, que en una proporción muy elevada es un sector de subsistencia. Las causas estructurales de esta brecha son las mismas que alimentan la expulsión de mano de obra hacia Estados Unidos. Es una brecha que refleja la profundización de los fuertes contrastes sectoriales y regionales propios de una estructura productiva cada vez más heterogénea, desigual y polarizada como es la mexicana  § 

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