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México D.F. Miércoles 8 de septiembre de 2004

Javier Aranda Luna

La apuesta del FCE

Si la peste tradicional de los editores es la censura, la patria de los libros es, sin duda, tierra firme, tierra de libertad. No existe régimen dictatorial que no los haya destruido, ni secta que no levante piras con ellos. En el antiguo bloque socialista se quemaron libros y, como en el fascismo, se persiguió a sus autores.

Por desgracia esa peste sigue viva entre nosotros. A Michael Moore, el director de las célebres películas Masacre en Columbine y Fahrenheit 9/11, lo intentaron censurar hace tres años por su libro Stupid white men. Curiosamente quien intentó censurarlo no fue el gobierno de George W. Bush o algún grupo facistoide, sino sus propios editores de Harper Collins: pese a haber impreso 50 mil ejemplares del libro, los dueños de esa casa editorial pretendían destruirlos por considerar el volumen de Moore políticamente incorrecto.

Fernando Savater, por su parte, está condenado a muerte por ETA a causa de sus textos y, aún flota en el ambiente mexicano, el tufo censor de algunos funcionarios que pretendieron condenar al Index inquisitorial a dos clásicos contemporáneos: Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez.

En México ni siquiera una editorial tan grande como el Fondo de Cultura Económica (FCE) ha estado exenta de la censura. En 1964 Arnaldo Orfila Reynal, su director de entonces, publicó Los hijos de Sánchez: autobiografía de una familia mexicana. La mesa directiva de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística ''denunció al libro como denigrante, como infamante de la dignidad y del decoro de México y como subversivo y disolvente de sus instituciones políticas", según escribió el oscuro licenciado Manuel Ramírez Arriaga en un panfleto Dos libros, financiado por esa agrupación.

Según el censor Ramírez Arriaga, lo narrado por Lewis era ''para arrastrar por los suelos el nombre, la dignidad y el decoro de México" por lo que ''aunque fueran fielmente ciertas algunas escenas que Lewis atribuye a los supuestos hijos de Sánchez, implicarían la constitución de un delito del orden federal: no sólo el de difamación de un ex Presidente (...) sino también en deshonra de la persona moral de la nación y el de disolución de sus instituciones políticas".

Pero la diatriba no quedaba ahí: el discurso antropológico de Lewis, según Ramírez Arriaga, buscaba ''suscitar la revuelta interna y desquiciar nuestras instituciones para entregarnos así como una más fácil presa de quienes están llamando a que nos gobierne un presidente norteamericano (sic)".

Hace 40 años Ramírez Arriaga lanzó su profecía negra. ƑQué pensaría si la leyera ahora? ƑQué pensaría si supiera que Los hijos de Sánchez no sólo continúan circulando entre nosotros, sino que inclusive se ha convertido en un libro de texto en las escuelas de educación media y media superior?

Lo único que logró la flamante Sociedad de Geografía y Estadística fue dejar sin empleo a uno de los mejores editores hispanoamericanos. No por mucho tiempo, por cierto, pues Orfila Reynal fundó, juntó con un grupo de intelectuales, Siglo XX Editores.

Hace 20 años parecía que el FCE naufragaba. No tenía presupuesto. Se hacían de tripas corazón como solía decir don Jaime García Terrés y algunos creían que sería privatizado. Por fortuna no fue así. Hoy esta editorial cumple 70 años. Ha sobrevivido a la censura y a la penuria financiera para bien de México y de Hispanoamérica.

En un mundo en el que las pequeñas editoriales se han ''aliado" a las grandes para sobrevivir, la labor del FCE resulta más que indispensable, pues la cultura no debe regirse sólo por las leyes del mercado. La brújula de esta editorial ha sido y debe seguir siendo la apuesta por los libros y los autores de calidad, la divulgación y el fomento de la cultura y el mercado sólo un mecanismo.

No imagino en el FCE una colección de superación personal para hacerse de recursos. Sus editores saben que, como institución pública, deben dar fundamentalmente servicio a los lectores. Consuelo Sáizar, su actual directora, conoce bien los mecanismos del mercado de libros y, por fortuna, también conoce la mejor tradición editorial mexicana. Ojalá que con esas dos herramientas prolongue aún más la vida del FCE, pues no existe sociedad sana sin imaginación ni memoria, ni democracia sin libros.

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