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México D.F. Miércoles 8 de septiembre de 2004
Luis Linares Zapata
Reconstruyendo Veracruz
Quizás el electorado veracruzano haya empezado la reconstrucción de su averiado hábitat. Las pasadas elecciones ya apuntaban en ese sentido, aunque todavía sufrieran anomalías básicas y carecieran de candidatos de oposición al PRI que robustecieran las oportunidades de cambio. El pasado domingo fue cuando la ciudadanía calibró bien lo que puede ser el inicio de su salida, el primer paso firme para dejar atrás una prolongada época depresiva en casi todos los órdenes de su vida organizada. Un buen deseo que ojalá no sea deshilvanado como tantas otras esperanzas.
A pesar de sus inmejorables condiciones para situarse a la vanguardia del desarrollo del país, los veracruzanos, sus elites, instituciones y sociedad han venido optando por rutas, métodos y guías que los retrasan en su despegue como conjunto armónico de ciudadanos productivos. Atados a vetustos rituales clientelares, un tacaño pensamiento de corto plazo y con actitudes colectivas subordinadas a paternalismos arraigados, los vivaces jarochos han visto pasar las horas y los años sin hacerse de los medios para revertir su situación e iniciar su despegue hacia mejores estadios de progreso. No hay sector de la vida económica, social o cultural que quede fuera de lo que puede calificarse de merecida debacle.
El empresariado del estado no ha podido, por ejemplo, construir un sistema financiero propio que retenga sus haberes, que los usara en apoyo de sus proyectos, y ha seguido siendo exportador neto de capital. En contadas y medianas excepciones, sus cadenas comerciales han podido salir del estado para dar la pelea por los consumidores de otras áreas que les abatan costos y auxilien para mejorar la atención y los servicios a sus clientes locales. La agricultura, otrora poderosa y diversificada fuente de riqueza, de amplio empleo y sólido apoyo a otras actividades, ha visto declinar su importancia relativa, aceptar su estancamiento de manera resignada y no se ha integrado en procesos de mayor complejidad que le permitan concurrir con ventajas a la competencia por los mercados globales. Su sistema educativo ha ignorado la búsqueda y los encuentros con la excelencia que parecían al alcance de su inteligencia. No hay institución de educación intermedia o superior de Veracruz que haya sido ejemplo a imitar o importada por otros estados, aun los más cercanos, a pesar del prestigio que algunas de sus universidades habían alcanzado hace ya varias décadas. Hasta los carnavales cayeron en el mal gusto, los bañó la repetición monocorde y la improvisación como sustituto de la creación y la constancia.
La formación de actores políticos, la mayoría de filiación priísta, no mejoró sus formas de reproducción ni fundó escuela alguna para su perfeccionamiento. Se refugiaron en la generación espontánea que, inevitablemente, dio especies de medio pelo, proclives a la traición, peleoneras y depredadoras de cualquier herencia. Pero, sobre todo, carentes de un ánimo fundacional que las impulsara a las grandes construcciones, a las aventuras de calado en un estado donde se puede aspirar a la grandeza con bases firmes.
Los gobiernos que integraron no han estado a la altura de las circunstancias y las urgentes necesidades de la actualidad. Sin diagnósticos penetrantes, descarnados, que fueran investigados con rigor conceptual, ausentes de los indispensables deseos de mejoramiento, estuvieron en cambio salpicados por el folclor o los mitos. Parieron así conclusiones y planes irreales, destinados a quedar en el olvido.
Las señales que envía la pasada elección son dignas de considerar porque apuntan en la dirección correcta. Se terminó la anquilosada hegemonía de un priísmo que durante las últimas décadas, sexenio tras sexenio, ha sido por demás ineficaz para conducir los asuntos públicos y mejorar la calidad de vida de las personas.
La sociedad veracruzana muestra ahora su perfil real, de plural conformación y talante belicoso que castigará, de aquí en adelante y sin contemplaciones, los malos resultados. Sus profundos desacuerdos de clase requerirán lo que ha sido imposible conseguir: sensibilidad, apertura, disposición al diálogo y la negociación, así como el uso transparente de los recursos disponibles por sus elites. No más tutelaje ni autoritarismos cupulares que descansen en los caciquismos regionales tan nocivos como numerosos. Las instituciones, tanto políticas como económicas, sociales o culturales, tienen que ser ajustadas en un proceso de modernización acelerada. El balance alcanzado entre el Ejecutivo y el Legislativo, y de éstos con las municipalidades, no debe ser atropellado por cooptaciones o trampas posteriores, sino impulsar su propia dinámica de maduración para usarse con imaginativa prudencia en provecho de todos.
De permanecer la pequeña diferencia en favor del PRI para hacerse con el gobierno del estado, se exigirá a su candidato lo que hasta hoy no ha mostrado a las claras: reconocer sus limitantes personales, de grupo y, sobre todo, la masiva oposición a su oferta de gobierno.
Tiene Fidel Herrera que abandonar sus pulsiones a la grilla, a esa retórica arcaica que acostumbra esgrimir a cualquier provocación o demanda, para dedicarse con método, decoro y generosidad a la reconstrucción de ese vapuleado estado que exhibe, sin pudor que la mitigue, la pobreza de amplias capas de su población y el extendido desperdicio de las oportunidades que atan su actual y frustrante subdesarrollo.
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