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30 de agosto de 2004
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GARROTES Y ZANAHORIAS

Un lujo excesivo

Salvo excepciones ­algunos de cuyos exponentes se ubican en la cúspide del poder político­, los principales actores económicos y sociales de México coinciden en considerar muy decepcionantes los resultados del estilo de desarrollo imperante, que casi tiene un cuarto de siglo de vigencia.

Uno de los fracasos más contundentes de dicho estilo de desarrollo está en su incapacidad dinámica para reducir paralelamente desigualdad y pobreza. Alcanzar este objetivo será casi imposible en tanto no se adopte un programa nacional de crecimiento económico alto y sostenido. Para ello es necesario que la política pública vaya más allá de la sola estabilidad macroeconómica, instrumentando medidas que estimulen la acumulación de capital, la productividad de los factores y el empleo formal (y no la "ocupación", según la autocomplaciente noción adoptada ahora por las autoridades del trabajo y con la cual niegan la inmensa evidencia del subempleo de masas que se reproduce como flora silvestre en el país).

Sin que ello signifique abandonar la estrategia exportadora adoptada en las décadas pasadas, una nueva política de desarrollo debe orientarse a que el mercado interno tenga gradualmente una mayor participación en el proceso económico general. En el marco de una economía abierta, como es ahora la mexicana, sería ésta la mejor forma de producir exportaciones con mayor grado de integración nacional, o lo que casi es lo mismo, con más valor agregado.

La política de desarrollo de México ya no puede darse un lujo que se pagaron hasta ahora los distintos gobiernos que se han sucedido en el poder, incluyendo el actual, y que consiste en hacer abstracción o de plano no considerar los efectos del crecimiento económico sobre la distribución del ingreso, el empleo formal remunerativo y la pobreza. Nuestra propia experiencia en la materia, tanto como numerosas experiencias internacionales, muestran que en este plano poco es lo que puede lograrse con un Estado sin los recursos financieros e instrumentales necesarios para dar nuevo rumbo a las tendencias dominantes de la economía. Es aquí donde radica la pertinencia económica y política, y también la necesidad de reformas fiscales que tiendan a alinear con los estándares internacional los gravámenes aplicables a las rentas del capital, que en México son crecientes, en lugar de buscar gravar el consumo de una población que en su mayor parte enfrenta un deterioro acumulativo de su nivel de ingreso.

Para estimular la innovación, la calidad, la creación de mayor margen de valor agregado y cerrar brechas entre sectores y regiones, es necesario implantar políticas activas de desarrollo productivo dotadas de incentivos efectivos que deben ser otorgados con base en objetivos y resultados verificables: desde mecanismos de financiamiento ad hoc hasta sistemas de transferencia de conocimientos para la miríada de empresas que no forman parte del grupo, tan exclusivo como reducido, de empresas dinámicas.

En otras palabras, en lugar de restringir la capacidad de expansión de los sectores y regiones rezagados del país por medio de las políticas de contención que siguen predominando en la facturación de la política económica general, la estrategia de desarrollo debe fomentar su capitalización, la elevación sostenible de sus niveles de productividad, su inserción eficiente en la doble vía de las importaciones de productos competitivos y de las exportaciones directas e indirectas de bienes y servicios creadoras de empelo formal remunerativo.

En resumen, para impulsar una nueva etapa del desarrollo nacional, la política pública debe distribuir de manera más equilibrada las zanahorias (estímulos), y repartir de manera más selectiva los garrotes (restricciones)  §

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