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México D.F. Viernes 27 de agosto de 2004
Gilberto López y Rivas
Las juntas de buen gobierno y el cambio democrático
A un año del establecimiento de las cinco juntas de buen gobierno en territorio autónomo zapatista, el subcomandante insurgente Marcos hace un balance de su funcionamiento y desarrollo, que resulta un oasis en el desierto de una realidad nacional deteriorada por el desgobierno de Vicente Fox.
Ni en los peores escenarios, que se previeron al inicio de su mandato, se vislumbró tal desastre en todos los ámbitos de la vida económica, social, política y cultural del país. Las traídas y llevadas transición a la democracia y reformas del Estado y la sociedad no solamente no se han efectuado, sino que en estos cuatro años han tenido retrocesos notables de toda índole que han provocado la indignación popular, mayor desprestigio de los partidos, la clase política y las vías electorales, y un alto grado de incertidumbre sobre el futuro de México.
Con profundo sentido crítico y autocrítico, Marcos hace un recuento de los logros y las fallas de la autonomía, y responde a las falacias con que se pretenden descalificar los procesos autonómicos que provocan, según sus detractores, la desintegración del Estado, mayor grado de conflictividad intercomunitaria, impartición de justicia a modo, violación de los derechos humanos individuales por el ejercicio de los derechos colectivos. El vocero y jefe militar zapatista demuestra, con base en la información de un año, cuán infundadas son esas acusaciones y la validez de las autonomías como propuesta viable de reconstrucción y rescate de la nación.
No son los autogobiernos indígenas los que balcanizan o desintegran al país, sino los grupos oligárquicos en el gobierno que entregan la soberanía, los recursos naturales y estratégicos al extranjero, privatizan la economía nacional, destruyen las conquistas sociales, desmantelan la infraestructura básica de las instituciones de salud, educación y cultura.
Las juntas de buen gobierno mantienen una gobernabilidad democrática, reconocida incluso por sus enemigos, demostrando en los hechos que, lejos de constituirse en un poder absoluto y totalitario, sirven de instrumentos de mediación y articulación entre los distintos niveles de autoridad local, municipal, regional y estatal, y como espacio de solución de problemas para todos los ciudadanos, sin importar filiación política, origen étnico-nacional, condición social o posición con respecto al EZLN.
La práctica autonómica de las juntas de buen gobierno ha reducido número y frecuencia de los conflictos entre comunidades y entre los distintos actores del proceso desatado por la rebelión zapatista, bajando también el índice de criminalidad e impunidad en las regiones autónomas rebeldes. Se comprueba que los gobiernos autónomos enfrentan con éxito los problemas de conservación de los bosques, así como los que conlleva la siembra, tráfico, comercialización y consumo de drogas, el tráfico de indocumentados, y el paso de vehículos robados o irregulares.
Marcos muestra evidencias de que la justicia zapatista no solapa a sus seguidores ni persigue a sus enemigos, como sí hace el Ejecutivo federal en los casos del gobernador de Morelos, de Luis Echeverría, y de otros connotados ejemplos de impunidad como son Vamos México, Lotería Nacional, los Amigos de Fox, Provida, etcétera.
La experiencia zapatista en Chiapas está comprobando que las autonomías pueden transformarse en escuelas de participación en las que pueblos enteros están aprendiendo a gobernar.
En la perspectiva de mandar obedeciendo, el gobierno se considera un servicio tan importante que no puede ser puesto en manos de políticos profesionales, quienes, como se ha observado en el caso de todos los partidos políticos, se transforman en una casta privilegiada que actúa como propietaria de las representaciones popular y nacional. "Se trata -informa Marcos- de que la tarea de gobierno no sea exclusiva de un grupo, que no haya gobernantes "profesionales", que el aprendizaje sea para los más posibles, y que se deseche la idea de que el gobierno sólo puede ser desempeñado por "gente especial".
El EZLN es una organización revolucionaria nacional con fuertes alianzas internacionales con centenares de organizaciones gremiales, sociales y políticas que observan con atención la experiencia zapatista. Su proyecto de transformación social no termina con el establecimiento de las autonomías pluriétnicas en Chiapas, sino más bien continúa con esta exitosa práctica de construcción y fortalecimiento del sujeto autonómico que ahora se expresa en los caracoles, en las juntas de buen gobierno y en los Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas.
Queda claro que el tiempo y el proyecto zapatistas no coinciden con las reiteraciones sexenales del futurismo electoral ni con los apuros de la clase política para hacerse del gobierno bajo la consigna de que "cambie todo para que todo siga igual". Ante las transformaciones profundas contrarias al interés nacional que se están dando en el país, que Marcos califica atinadamente de contrarrevolución, concluye: "Lo único que quedaría sería refundar la nación. Con nuevo pacto social, nueva Constitución, nueva clase política. En suma, haría falta un programa de lucha, construido desde abajo, con base en la agenda real nacional, no en la que promueven políticos y medios." Este planteamiento del EZLN gana terreno en la sociedad civil contestataria y en quienes consideramos que es necesario un proyecto unitario que abra nuevas rutas a la transformación radical de nuestra realidad nacional.
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