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México D.F. Miércoles 11 de agosto de 2004
Arnoldo Kraus
Esperanza. Unas notas
"No hay esperanza sin miedo ni miedo sin esperanza", escribió Spinoza en Etica, libro que siempre debería ser leído. "Desde que enfermé, el dolor, el miedo, la certeza del día siguiente o incluso un pequeño e inesperado encuentro son razones suficientes para tener o sembrar nuevas esperanzas. Esperanzas que se transforman en realidad cuando se cumplen o en frustración y dolor cuando no se concretan", escribió un paciente en una suerte de diario donde repasaba los sabores y sinsabores de la vida enferma, de la vida sana.
El miedo al que alude el filósofo judío se refiere al temor de no conseguir determinado objetivo; concierne, asimismo, al deseo de conquistar una meta o sembrar un camino. Spinoza no juega con las palabras miedo y esperanza. Más bien las vincula y emparenta: "No hay esperanza sin miedo ni miedo sin esperanza", implica que existe una interdependencia positiva, llamémosle sana, entre ambos términos. Las concatena en una dualidad que debería ser inseparable, a pesar de que contenga dolor. En ese sentido, el miedo llama a la esperanza para resarcir las pérdidas o mitigar el sufrimiento mientras que la esperanza conlleva miedo porque la posibilidad de perder es siempre factible.
Ese universo, miedo y esperanza, refleja muchas de las angustias de la cotidianidad. La esperanza spinoziana nada tiene que ver con la religión, sino con la idea contenida en el binomio movimiento y apuesta: a la vida, al día, al ser humano, a los tiempos. Aun cuando no se cumpla el deseo ni se consigan los objetivos pensados, el miedo debe leerse como cambio, como búsqueda, como deseo de transformación. Lo mismo podría decirse de la esperanza incumplida o de la frustración que surge tras el fracaso: en los próximos intentos quizás se cumplirán los deseos. El desasosiego que brota tras el revés duele, pero no sepulta: puede ser también acicate para nuevas esperanzas.
Es probable que sean los enfermos quienes mejor entienden el significado de la palabra esperanza. La siembran por lo perdido, la buscan por las mermas, la desean porque se perciben incompletos, la viven porque el presente es insuficiente. El sabor de la esperanza en boca de quien padece modifica el sentido del término normal: "a través de mi enfermedad, las cosas normales de la vida han dejado de ser normales. Ni los días, ni los olores, ni los sabores, ni las ropas, ni los periódicos son los de antes. Lo normal ha desaparecido de mi lenguaje. Las cosas banales adquieren sentidos distintos porque sin darme cuenta las impregno de deseos, de sensaciones nuevas y, sobre todo, de esperanza. De una esperanza antes desconocida que pretende que lo normal ya nunca sea normal".
La esperanza del enfermo no admite "lo normal" ni lo cotidiano. La lectura que uno hace de sí mismo cuando enfermo es distinta: no sólo porque las pérdidas evoquen sensaciones nuevas o porque el movimiento escarbe tierras viejas, sino porque las certezas del dolor modifican el sentido de innumerables circunstancias. La esperanza del doliente no choca necesariamente contra la razón: habla a partir de un deseo nuevo, de una sensación vigorosa que pretende transformar primero lo interno y, después, de ser posible, lo externo. "Entiendo -comentaba una enferma invadida por un tumor faríngeo, quien no deseaba morir asfixiada- que los días por venir serán distintos. Ante todo, quisiera adelantarme a mi muerte y evitar que se me intube o que se me impida decidir 'hasta cuándo'. Sé también que por ahora tengo la fuerza necesaria para seguir bregando y la esperanza suficiente para finalizar mi última tarea." La "última tarea" era narrar en un libro sus días "invadidos por el tumor", usufructuando para ello sus días invadidos por la libido contenida en el deseo y así poder dar voz a su última esperanza: expresar sus reflexiones acerca de la enfermedad y de la muerte.
La esperanza no es un bien que se cultive. No nace por azar ni por voluntad. Es un deseo que conlleva movimiento, miedo y reconstrucción. "La esperanza funciona como anima cuando más enfermo me siento. Me sirve para lidiar contra el miedo y contra el tiempo", decía una persona que sin duda, sin haber leído a Spinoza, sabía lo que éste había escrito. La tesis spinoziana y la voz de algunos enfermos explican bien el valor de la esperanza: apostar para no fenecer, arriesgar para ser. A partir de esos temores y de esas vivencias, la voluntad suele adquirir otros rostros.
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