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México D.F. Martes 10 de agosto de 2004

Teresa del Conde

Cartier-Bresson, in memoriam

Uno de los grandes del arte, Henri Cartier-Bresson, nacido en Chanteloup, Francia, en 1908, concluyó el martes pasado una vida rica y fructífera, de ésas que merecen aplauso abundante. En 1985 el Museo del Palacio de Bellas Artes conmemoró la exposición ya legendaria, que 50 años antes presentó en mancuerna con su colega y amigo Manuel Alvarez Bravo en ese mismo recinto, entonces recientemente inaugurado. Fue su primera exposición individual. Una década después tuvimos la fortuna de recibir en el MAM la retrospectiva organizada por la fundación que lleva su nombre, incluyendo obras de su cosecha mexicana, si bien no fue posible, como tanto deseábamos, que estuviera entre nosotros.

Quizá no sea del dominio público el hecho de que el fotógrafo francés comenzó su trayectoria como pintor y dibujante, absorbiendo teorías y modos de componer que provienen del cubismo, pues fue discípulo de Andre Lhote, quien según su propio decir ''lo enseñó a leer y escribir".

No fue el pintor cubista un artista tan notable como Bracque o Léger, pero sí un profesor y un teórico muy solicitado por artistas de todas latitudes. Era dogmático y el discípulo se separó de él cuando empezó a frecuentar a los surrealistas. Previos tanteos fotográficos, de los que se conservan sólo siete, pues destruyó prácticamente todos, fue hasta 1932 en que, dándose cuenta de las ventajas de la Leica portátil, empezó a virar de lleno hacia la fotografía.

Esto sucedía poco antes de que su más cercano amigo surrealista, Rene Crevel (comunista y aliado de Louis Aragon) se suicidara aspirando gas en 1935, prendiendo a su ropa un papel con tan sólo esta palabra: ''disgustado".

Ese año Cartier-Bresson viajó por primera vez a México, donde muchos años después fue tomada la foto que según John Berger debe servirle de epitafio, reproducida en este periódico el 7 de agosto. Hay un error en la transcripción o captación del eminente crítico británico que vive en Suiza.

La fotografía enmarcada, un retrato femenino de busto, transportada por la niñita que dirige sus pasos a la cabaña, no es en lo absoluto un daguerrotipo, cosa que hasta un neófito sabe.

Antifascista consumado, Cartier-Bresson estuvo encarcelado durante la Segunda Guerra Mundial en varios campos de concentración de los que logró escapar. Creía que la fotografía (y el cine) podrían cambiar al mundo, para lo cual se alistó como seguidor de Jean Renoir e incluso trabajó como actor en la película Un parti de campagne (Partida al campo). Pero pensó que el cine no era su medio y volvió a la fotografía para fundar, con Robert Capa y David Seymur, la agencia Magnum.

Poseía, según su entrevistadora Susan Stanberg, ''un profundo sentido de la historia" y por eso viajó prácticamente por todo el mundo, asumiéndose como fotorreportero. El lema que lo acompañó siempre se encuentra comentado en un tratado que ha hecho época: El momento decisivo. No recortaba sus negativos, los dejaba tal cual, porque según dejó dicho ''la fotografía no es un medio de reafirmar la propia originalidad, es un modo de vida". Al mismo tiempo pensaba que la cámara, como prolongación del ojo, era un instrumento que permitía realizar ''un dibujo instantáneo".

Sus retratos se han exhibido en innumerables muestras individuales. Por ejemplo, en 1947 retrató a Pierre Bonnard. Se encontraban inmersos en una larga charla y de pronto él le hizo un shot. Bonnard le preguntó: Ƒpor qué ahora precisamente?, la respuesta fue: ''por la misma razón por la que usted se vio impulsado a tomar de repente un pincel y aplicar un toque de amarillo en esa tela".

Tiempo después, en 1961, hizo la famosa toma de Alberto Giacometti caminado sobre el pavimento mojado con el impermeable alzado cubriéndole parte de la cabeza.

Venerado como fotógrafo en todo el mundo, en 1975 tomó una decisión muy compleja que nadie se explicó y que todavía provoca perplejidad. Dejó para siempre la cámara y regresó a la práctica del dibujo y la pintura. ƑQuiso volver a sus orígenes?, Ƒvio que era imposible cambiar el mundo?

El caso es que de los muros de su casa no colgaba una sola fotografía cuando al cumplir 90 años se le prodigaron homenajes. Sólo dibujos lo acompañaban y un gran cuadro de Matisse, a quien conoció y retrató.

Aunque hizo innumerables tomas de lo contingente, todas sus fotografías exhiben balance visual, ''esa geometría formal que contrataca lo fortuito", dijo Ernst H. Gombrich en el ensayo que le dedicó. Buscaba significados sin sacrificar el realismo y pensaba que la cámara, ''un sketchbook" era instrumento de intuición y espontaneidad.

Su colega Richard Avedon se refirió a él recientemente calificándolo como ''el Tolstoi de la fotografía. Testigo del siglo XX (pero no ya de su última cuarta parte), con temperamento de filósofo".

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