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México D.F. Martes 10 de agosto de 2004
José Antonio Rojas
Riesgo de crisis por inestabilidad en el sector energético
En el México de hoy se vive un intenso debate
sobre los asuntos energéticos. Ciertamente no comenzó en
1999, a propósito de la iniciativa de reforma eléctrica impulsada
por el entonces presidente Ernesto Zedillo, pero no hay duda de que dicha
iniciativa -que en los hechos privatizaba el sector eléctrico nacional-
agudizó la discusión nacional sobre estos asuntos tan sensibles
para los mexicanos: los de la propiedad y la exclusividad nacionales en
la explotación y producción del petróleo y gas natural,
y el manejo exclusivo del servicio público de electricidad.
No cabe duda de que luego de más de cinco años
de profundización de este debate nacional sobre el tema energético
-en algunas ocasiones sobrepolitizado-, se han ido generando condiciones
más propicias para el rediseño de una estrategia nacional
de energía que, evidentemente, pudiera y debiera -a decir de muchos-
tener el consenso de los mexicanos.
Sin embargo, por paradójico que parezca, parece
no haber salida a un acuerdo nacional que lo permita. ¿Qué
lo impide?
La información publicada por Economist Intelligence
Unit en La Jornada arroja algunas pistas para resolver esta interrogante:
1) se han desarrollado algunos avances en un sentido que, sin duda, no
cuenta con el consenso de los mexicanos; 2) hay un deterioro creciente,
ya no sólo de la disponibilidad cotidiana de combustibles, sino
de sus reservas probadas, que exige un reforzamiento sustancial de la inversión
en exploración y desarrollo de campos, incluidos ya los de aguas
profundas en el Golfo de México; 3) los altos precios del petróleo
a lo largo de ya casi cinco años han permitido un flujo fiscal sin
precedentes en la historia reciente del país, que ha ocultado e
inhibido la necesidad urgente de una reforma fiscal y de un reforzamiento
financiero y productivo de Petróleos Mexicanos y de la Comisión
Federal de Electricidad; 4) paradójicamente esta fortaleza fiscal
del momento ha servido de coartada para alentar al máximo la participación
privada -extranjera, en lo fundamental- en las actividades energéticas,
primordialmente a través de dos mecanismos: los contratos con productores
externos de electricidad para el servicio público y los contratos
de servicios múltiples para producir electricidad; 5) pero también
es cierto que esta fortaleza fiscal -sustentada en la apropiación
de toda la renta económica del petróleo y de un sobreprecio
en algunos energéticos- se ha traducido en una elevación
sin precedentes de los precios internos de las gasolinas, de los combustibles
industriales y del gas natural.
Estas cinco características, que están bien
señaladas por las notas de The Economist, configuran una
situación de equilibrio no sólo débil sino altamente
inestable, que amenaza irrumpir en una verdadera crisis tanto económica
como política. Económica porque los combustibles y energéticos
(combustóleo, gas natural, diesel, gasolinas, turbosinas y electricidad)
han registrado los precios más altos de su historia reciente y,
con ellos, los costos para los consumidores se han elevado de manera significativa,
desencadenando un sinnúmero de acciones, sobre todo entre los consumidores
industriales, pues el encarecimiento ha mermado su capacidad competitiva
en un entorno en el que la concurrencia internacional se ha agudizado.
Y política, porque los nuevos esquemas de financiamiento de las
industrias petrolera y eléctrica que se han impulsado representan
una ruptura con los marcos constitucionales, y han generado un clima de
inestabilidad que amenaza desbordarse si el Congreso no lo enfrenta con
firmeza.
Lo dramático de todo esto es que -como también
se señala en las notas de la Economist Intelligence Unit- para 2015
(que en términos energéticos está muy cercano)- las
necesidades de combustibles industriales, de gas natural, de gasolinas
y de electricidad son enormes. Acaso no de 7 millones de barriles diarios
de crudo y 13 mil millones de pies cúbicos de gas natural, como
señala The Economist en sus notas. Pero ciertamente cerca
de 5 millones de barriles de crudo, 3 millones de barriles de combustibles
industriales al día y 7 mil millones de pies cúbicos de gas
natural, sólo siguiendo las tendencias inerciales de consumo de
los últimos diez años.
Un panorama así exige, sin duda que lo exige, un
acuerdo nacional sobre las bases, condiciones y demandas de este desarrollo,
una renovada estrategia para impulsarlo, y una confianza social incuestionable
sobre las políticas a seguir.
Muchos pensamos que este acuerdo, esta estrategia y estas
políticas son viables sobre la base tradicional del artículo
27 de la Constitución, sin perjuicio de la búsqueda de canales
de coadyuvancia privada, y que una reinterpretación cuidadosa e
inteligente de los artículos 25 y 28 constitucionales permitiría
hacer de las empresas estatales del sector energético, entidades
autónomas del Estado, sujetas a una estrategia nacional que también
exigiría una redefinición de su condición fiscal y
que impulsara ese desarrollo autosostenido y sustentable que tanto urge
a la nación, para gozar del empleo y del bienestar social que hoy
le faltan.
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