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México D.F. Jueves 15 de julio de 2004
Margo Glantz
Defensa ante sobrevivientes
"Encuentro que distinguir por las ausencias -espaciales o temporales- los modos de superarlas lleva a confusiones. Habría que decir, tal vez: medios de alcance y medios de alcance y retención. La radiotelefonía, la televisión, el teléfono, son exclusivamente de alcance; el cinematógrafo, la fotografía, el fonógrafo -verdaderos archivos- son de alcance y retención. Todos los aparatos de contrarrestar ausencias son, pues, medios de alcance (antes de tener la fotografía o el disco hay que tomarla, grabarlo). Asimismo, no es imposible que toda ausencia sea, definitivamente, espacial. En una parte o en otra estarán, sin duda, la imagen, el contacto, la voz de los que ya no viven (nada se pierde)."
Esta reflexión hecha por el protagonista de La invención de Morel, de Bioy Casares, en algún momento de la novela, sirve como punto de partida para una puesta en escena de Alain Kerriou y Hugo Heredia, intitulada Defensa ante sobrevivientes y un Elogio de Malthus: y lo que digo es literal, en lugar de adaptar la obra de una manera tradicional, los directores-productores-actores elaboran una propuesta interesante y novedosa de esta ficción científica, también novela policiaca, fantástica y reflexión sobre el amor.
En lugar de pretender superar las ausencias, repito, o mejor, en lugar de trasladar una novela para volverla (pretendidamente) teatro, desarrollando una anécdota, con diálogos y escenarios tradicionales, se parte del problema que el texto reproducido en el programa y encabeza este texto enuncia: cómo conservar la memoria y, sobre todo, cómo devolverle su verdadera densidad teatral, cómo lograr que lo ya sucedido no desaparezca, mediante la reproducción en escena, o mejor, mediante la utilización de esos mismo medios que permitieron elaborar nuevas formas de archivo, y lograr que los aparatos de época (nunca interviene la computación, un acierto más de la composición de lugar en esta puesta), es decir, el cinematógrafo, la fotografía y el fonógrafo, inventos relativamente recientes en el universo de Borges y Bioy, actúen como los verdaderos personajes de la obra (Borges y Bioy siempre reflexionaron sobre los adelantos de la ciencia y la convirtieron en propuesta de relatos de ciencia ficción y en Borges, pretexto también de numerosos ensayos sobre el cine).
Aunque en la puesta sólo se aluda a este dato con eficacia y de manera sintética, gracias a un dispositivo escénico ingenioso y simple -un pequeño recinto cuadrado a manera de piscina que representa el mar donde Alain Kerriou se debate, buscando un asidero terrestre-, el personaje de Bioy huye y narra su huida. Su narración precisa con sistema implacable un ejercicio minucioso de náufrago que, a diferencia de Robinson, náufrago del azar, busca y encuentra su isla perfecta. Perfecta porque parece asilarlo de una persecución en la que todas las fuerzas represivas lo acorralan: acorralado por las aduanas, por los documentos tenaces, por las redes de verdugos que entretejen las policías del mundo, por las leyes de una libertad condicionada a los retratos sellados que cubren los pasaportes bajo firmas filisteas de repúblicas tiranas.
El narrador del manuscrito desembarca en una isla hacia la que lo ha conducido su destino de perseguido para apresarlo en otro tipo de redes, la de la invención técnica, simulacro de amor.
Como Borges, Bioy organiza enigmas que a medida que se descifran complican su contenido. El esquema policiaco tradicional manejado a base de raciocinios encadenados por las hipótesis descartadas sucesivamente construyen un nuevo enigma. En el manuscrito del náufrago se resuelve la identidad del asesino, autor de un crimen perfecto que paga con su vida su crimen. Morel se inmortaliza junto con sus amigos y su amada y se convierte en espectáculo visible solamente para el náufrago, quien sucumbirá a su vez enamorado, dentro del círculo vicioso del amor y de la técnica. Y quizá sea aquí donde los realizadores de esta ficción teatral debieran reflexionar un poco, porque en lugar de llevar a sus últimas consecuencias esta propuesta la opacan brevemente cuando Morel, interpretado por Hugo Heredia, aparece en escena y lee fragmentos de la novela que podrían descifrar el enigma.
Lunar eliminable, no logra enturbiar la contundencia de la puesta -reflexión sobre el arte mismo del teatro- representada en el Foro del Centro de las Artes, de pésima acústica.
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