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México D.F. Miércoles 23 de junio de 2004
SECUESTRO: BUENAS Y MALAS NOTICIAS
Las
autoridades federales, capitalinas y mexiquenses, y las de siete entidades
del centro del país empiezan a dar muestras de voluntad de cooperación
en materia de combate al secuestro, y esa es una buena noticia, habida
cuenta que una de las circunstancias que propician la comisión de
ese delito es, precisamente, la descoordinación entre las procuradurías
estatales y entre éstas y la General de la República. Funcionarios
de diversos niveles han admitido, por otra parte, la infiltración
de las corporaciones policiales por las bandas de plagiarios que operan
en el país.
Otra señal positiva es la detención de una
banda de presuntos plagiarios integrada por efectivos de la Secretaría
de Seguridad Pública (SSP) y de la Policía Judicial capitalinas,
siempre y cuando no se trate de una nueva pifia de la Procuraduría
General de la República (PGR) y el episodio no sea utilizado para
atacar políticamente al Gobierno del Distrito Federal. La colaboración
entre todas las instituciones de seguridad pública y procuración
de justicia del país es, ciertamente, una condición necesaria
para enfrentar el problema y sus expresiones inmediatas, pero no suficiente
para erradicar el secuestro y a los secuestradores. Las noticias de días
recientes confirman el hecho de que éstos no pueden operar sin complicidades
en los cuerpos de policía y, sobre esa base, debe insistirse en
la necesidad de una depuración profunda en tales corporaciones y
ello requiere, a su vez, de concertación y voluntad políticas
para atacar frontalmente la corrupción en todas sus expresiones
en la administración pública.
Otra de las circunstancias que favorecen la acción
de los plagiarios es el miedo de los familiares de las víctimas
de acudir a las instituciones correspondientes a presentar las denuncias
respectivas. Esa reserva no se deriva únicamente de la presión
sicológica y del chantaje de los delincuentes ni de la pusilanimidad
de los agraviados, sino, sobre todo, de la falta de credibilidad de las
entidades encargadas de perseguir a los criminales, no sólo por
la ineficiencia, el desinterés y la insensibilidad de muchos servidores
públicos, sino por el temor de que éstos se encuentren coludidos
de alguna manera con los secuestradores. A la luz de las capturas recientes
de plagiarios, se trata de un temor fundado y justificado. Es necesario
pues, que las corporaciones policiales se ganen el respeto de la sociedad
y reconstruyan -casi desde cero, ha de decirse- su autoridad frente a los
ciudadanos.
En ausencia de tal autoridad, y en el contexto de las
tendencias privatizadoras a ultranza, la industria del secuestro -que no
por ilegal y repugnante deja de ser una cadena productiva- ha auspiciado
la proliferación, sin ningún control, de empresas de "seguridad"
y hasta de despachos de "negociadores", para los cuales el plagio constituye
una oportunidad de negocio y un lucrativo modus vivendi. Los guardias
privados, los negociadores y otros giros de "seguridad" viven, a fin de
cuentas, de la persistencia del secuestro, y prosperan cuando éste
se incrementa. El Estado tendría que armarse de voluntad y de capacidad
concertadora para proscribir terminantemente tales actividades y retomar,
mediante cuerpos de prevención e investigación renovados
y moralizados, su obligación fundamental e indeclinable de garantizar
la seguridad y la integridad física de todos los ciudadanos.
Finalmente, y sin ánimo de desconocer o minimizar
la magnitud, la complejidad y el horror de los secuestros en el país,
debe señalarse la inconveniencia de generar un clima de terror como
el que están propiciando, en forma por demás irresponsable,
sectores de la iniciativa privada y grupos de ultraderecha con el invaluable
respaldo de diversos medios de información, sobre todo electrónicos.
El ambiente de terror y la percepción de vacío de poder generada
por esos estamentos sirve a los delincuentes y quizá también
a los intereses que desearían aprovechar la ausencia de autoridad
pregonada por ellos mismos y a la que buscan convertir en una profecía
autocumplida.
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