México D.F. Sábado 12 de junio de 2004
Mike Davis*
La gran muralla del capital
Libre comercio significa un laberinto de puestos fronterizos
fortificados. Cuando las multitudes delirantes derrumbaron el Muro de Berlín
en 1989, muchos alucinaron que se avecinaba un milenio de libertad sin
fronteras. Se suponía que la globalización inauguraría
una era sin precedente de movilidad física y virtual-electrónica.
En cambio, el capitalismo construyó la barrera al libre tránsito
más enorme de la historia.
Esta "gran muralla del capital", que separa a unas cuantas
docenas de países ricos de la mayoría de los pobres de la
Tierra, deja en calidad de enana a la vieja cortina de hierro. Circunda
la mitad de la Tierra, acordonando por lo menos 12 mil kilómetros
de líneas fronterizas terrestres y, si las comparamos, esta nueva
muralla es mucho más mortífera para los desesperados intrusos.
A diferencia de la Gran Muralla china, este nuevo muro
es visible desde el espacio únicamente en partes. Pese a incluir
bastiones tradicionales (la frontera entre México y Estados Unidos)
y alambre de púas y campos minados (entre Grecia y Turquía),
gran parte de la imposición de estas medidas migratorias globalizadas
ocurre en el mar o en el aire. Es más, las fronteras son ahora digitales
y no meramente geográficas.
Ahí tenemos la Fortaleza Europa, donde un sistema
de datos integrados (que escalará la ya existente red Schengen,
con sede en Estrasburgo, y tiene el siniestro acrónimo de Prosecur)
será el fundamento de un sistema común de patrullaje fronterizo,
a cargo de un cuerpo de guardias fronterizos (el European Border Guards
Corps), recién autorizado. La Unión Europea gastó
ya cientos de millones de euros en instrumentar la denominada cortina electrónica,
que abarca las nuevas fronteras orientales, y un afinado sistema de vigilancia
en los estrechos de la costa española (el Surveillance system for
the straits) que, se supone, mantendrá a los migrantes de Africa
en su continente, del lado de Gibraltar.
Hace poco, Tony Blair le pidió a sus colegas de
la Unión Europea que extendieran las defensas fronterizas de la
Europa blanca hasta el corazón del tercer mundo. Propuso
"zonas de protección" en las áreas de conflicto clave en
Africa y Asia, donde los potenciales refugiados puedan ser puestos en cuarentena,
en condiciones de mugrosa mortandad, por años. Su modelo es Australia,
donde el primer ministro de derecha, John Howard, declaró una guerra
abierta contra los devastados refugiados kurdos, afganos y timorenses.
El año pasado, ante la ola de motines y huelgas
de hambre que emprendieron los inmigrantes detenidos en agujeros infernales
en pleno desierto, como Woomera, en el sur de Australia, Howard utilizó
su armada para interceptar barcos en aguas internacionales e internar a
los refugiados en campos de mayor pesadilla, como Nauru o la isla de Manus,
cerca de Papúa, en Nueva Guinea, infestada de malaria.
De acuerdo con información de The Guardian,
Blair ya perfila a la armada real para frenar a los contrabandistas de
refugiados en el Mediterráneo y a la real fuerza aérea para
que deporte a los migrantes a sus tierras natales.
Si la vigilancia fronteriza se corrió hacia afuera,
se ejerce ahora también en los patios de todos. Los residentes del
suroeste de Estados Unidos llevan un buen rato soportando los prolongados
embotellamientos de tráfico en los puestos de revisión de
la "segunda frontera", muy lejos de la línea real. Ahora las operaciones
de detención y búsqueda se vuelven comunes en el interior
de Estados Unidos. El resultado es que la frontera entre las nociones de
vigilancia fronteriza y política interna, o entre política
migratoria y "guerra al terrorismo", desaparece rápidamente. Los
activistas que promueven una Europa "sin fronteras" llevan tiempo alertando
sobre los sistemas de datos orwellianos que rastrean a los "extraños"1
a la Unión Europea, pero que se usarán también contra
los movimientos altermundistas.
De igual forma, en Estados Unidos los sindicatos y grupos
de latinos ven con temor la enorme andanada de propuestas republicanas
para entrenar a un millón de policías y sherifs locales
como guardias migratorios.
Entre tanto, las víctimas humanas de este nuevo
orden fronterizo mundial2 crecen inexorablemente. Según
datos de grupos de derechos humanos, desde 1993 han muerto 4 mil inmigrantes
y refugiados a las puertas de Europa -ahogados en el mar, durante estallidos
de minas y asfixiados en vagones de carga. Tal vez miles más han
perecido en ruta, por el Sahara. La organización American Friends
Service Committee, que da seguimiento a las muertes en la frontera entre
México y Estados Unidos, calcula que durante los pasados 10 años
ha fallecido un número semejante de migrantes en las candentes arenas
del suroeste estadunidense.
En un contexto de tanta inhumanidad, la reciente propuesta
de la Casa Blanca -ofrecer estatus de trabajador huésped a indocumentados
y otros- parece un gesto de compasión si se contrasta con la dureza
de Europa o el casi fascismo de Australia.
De hecho, como afirman grupos en favor de los derechos
de los migrantes, dicha iniciativa es una combinación de cinismo
sublime e implacable cálculo político. La propuesta de Bush,
que semeja al infame programa Braceros de principios de los 50, legalizaría
una subcasta de empleados con salarios ínfimos, sin fijar mecanismo
alguno para que los 5 o 7 millones de indocumentados adquieran residencia
permanente o la ciudadanía estadunidense.
Contar con talacheros sin derecho a voto ni domicilio
permanente es, por supuesto, parte de la utopía republicana. El
plan de Bush le brindaría a Wal-Mart y a McDonald's un abasto casi
infinito de mano de obra desprotegida y sin registro.
Le lanzaría también un salvavidas al neoliberalismo
situado al sur de su frontera. Los 10 años de Tratado de Libre Comercio
de América del Norte -aun sus primeros promotores lo reconocen ahora-
resultó ser un chiste cruel, pues destruyó tantos empleos
como los que crea. De hecho, la economía mexicana lleva cuatro años
seguidos desmantelando puestos de trabajo. La propuesta de un nuevo programa
tipo Bracero le ofrece al presidente Vicente Fox y a sus sucesores una
válvula de escape crucial para la economía.
Le otorga a Bush un asunto con el cual cortejar a los
latinos del suroeste con miras a las elecciones. Sin duda, Karl Rove (la
eminencia gris del presidente) calcula que la propuesta sembrará
un maravilloso desconcierto y conflictos entre los sindicatos y los latinos
liberales.
Finalmente - es éste el real y siniestro serendipity3-
la oferta de una legalidad temporal será una carnada irresistible
que lanzará a los indocumentados a salir al descubierto, con lo
que la dependencia de seguridad interna estadunidense (el Department of
Homeland Security) podrá etiquetarlos y monitorearlos. Más
que abrir una grieta en la "gran muralla", resana una hendidura
y asegura un diseño más sistemático e invasivo de
las políticas de la inequidad humana.
Traducción: Ramón Vera Herrera
* Mike Davis es autor de City of quartz, dead cities:
and other tales y Ecology of fear. Es coautor de Under the
perfect sun; the San Diego tourists never see, entre otros libros.
Una colección de algunos de sus ensayos traducidos al castellano
se publicó en 1996 en Ediciones Sin Filtro con el título
Quién mató a Los Angeles.
1 El término en inglés es alien,
es decir ajeno, extraño, hostil, diferente, y se usa también
para denotar a los extraterrestres.
2 Davies hace aquí un interesante juego
de palabras entre border (frontera) y order (orden). Así,
su frase en inglés dice: new world (b)order. Si hay algo
cercano a un nuevo orden mundial, éste se expresa en el nuevo orden
fronterizo mundial.
3 La suerte o el azar que permitieron un hallazgo.
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