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Por el
carril de alta velocidad
En el juego, en el deporte y en el sexo, muchos jóvenes
asocian el riesgo con la emoción y con el placer. Según esta
visión, desafiar el peligro es llevar al máximo la posibilidad
de goce. El siguiente relato, busca propiciar la reflexión sobre
esa creencia al sugerir que el correr riesgos está más asociado
al afán de probarse como hombres, de reafirmar la hombría,
que al de procurarse verdadero placer.
Por Alejandro Brito
La carretera a Cuernavaca me revienta de emoción
por sus curvas. Es un orgasmo agarrar a toda máquina los últimos
ocho kilómetros justo antes de llegar a la Ciudad de México.
¡De bajada y curveada! (A propósito, qué curvas tiene
la Sandra, me cai'que un día de estos tiene que aflojar). Y qué
diversión pasar echo la mocha de un carril a otro esquivando a los
pinches autos. Pero lo más emocionante es coger el carril de alta
velocidad y darle sus llegues a los conductores güeyes (Como el que
le pienso dar a la Sandra cuando menos se lo espere). Nomás les
prendes las altas y les acercas tantito las defensas y salen huyendo como
gallinas espantadas.
El Rony dice que es más chido hacerlo en moto y
con tu chava aferrada a tus espaldas (Pero yo prefiero hacerlo moto y al
revés, aferrado a las espaldas de mi chava. ¡Ja, Ja, Ja! Pachecos
alcanzamos unos orgasmos muy pornos). El güey ni casco usa cuando
su carnal le afloja la moto para andar faranduleando por ahí. Quesque
no es lo mismo. Con la cabeza cubierta, dice, no sientes la velocidad,
y lo chingón es sentir en la jeta cómo te golpea el viento
hasta achatarte la nariz. Pinche Rony es bien farandulero, nomás
trae el casco pa' lucirse pero nunca se lo pone. Lo mismo hace con los
condones, los enseña a todo el mundo para sentirse muy acá,
muy entrenado y experto pero el güey nunca los usa, ni con su chava.
Según dice que a ella la respeta y no la va a ofender tratándola
como a una cualquiera. Está reloco el bato. Pero cuando la morra
le salga con su domingo siete entonces sí va a saber lo que es tramoya.
Y ya encarrerado el ratón...
El pedo es apañar una nave y llegarle a un rave,
y ya de madrugada enfilarte con los cuates a la carretera a Cuernavaca,
o si no traes suficiente gas, entrarle a los arrancones en la Zaragoza.
Y entonces, como en el faje, a calentar motores, ¡qué chingón
se siente acelerar a fondo sin arrancar! (Como cuando estás a punto
de venirte y te retiras, para no embarazar a tu chava. Aunque la Chester
dice que eso no funciona, que no es seguro, que así fue como salió
premiada. Bueno eso dice ella, pero nadie le cree.). Y ya cuando estás
acá bien puesto con tu auto y dan el pitazo de salida ¡a volar!
Ahora sí, le sueltas el clutch a la máquina y sales disparado,
echo la mocha, y ya encarrerado el ratón... hasta te olvidas de
abrocharte el cinturón. (Pasa lo mismo cuando estás muy caliente.
¿A poco vas a andar preocupándote de ponerte el condón
cuando logras convencer a una chava de que afloje, si lo que quieres es
amachinar luego luego? ¿Qué tal si la morra se arrepiente
cuando tú estás ahí tratando de medio ponértelo
y te deja colgando el condón como moco de guajolote? Además,
no se siente lo mismo con el pinche hulito.)
En una de esas competencias, el Rogelio salió disparado
por la ventana del auto cuando el Yogui se le cerró gacho casi llegando
a la meta. El Roger logró esquivarlo, pero tuvo que meter a fondo
el freno para no estamparse en un pinche poste. Y como no traía
puesto el cincho de seguridad, ahí tienes al güey jugándole
al superman sin capa, dando piruetas por los aires para irse a estrellar
directito al poste. Estuvo recagado, el coche la libró, pero el
que se estampó fue él. ¡Qué broma tan macabra
le jugó la vida! Fue él quien impuso la regla de no abrocharse
el cinturón. "No es lo mismo", decía retador, "el chiste
es arriesgarse en serio, y llevar la adrenalina al máximo". (Por
las mismas razones tampoco usaba condones, pero que sustote se llevó
cuando le salieron unas bolitas blancas en el pito. El pendejo creyó
que era sida y hasta se anduvo despidiendo de la banda porque según
él se iba a morir pronto. El güey salió a buscar tuerca
y encontró tornillo, pero de todos modos le atoró. Y volvió
a las andadas nomás desaparecieron las bolitas.) Pobre cuate, todos
salimos en estampida y lo dejamos solo con todas sus costillas rotas. La
tira llegó enseguida y se lo llevaron. Ni modo, son gajes del oficio.
Lo mismo le pasó al Fayucas pero con un caballo.
El güey quiso dárselas de muy machito al montar sin silla a
un bayo bronco. Quería apantallarnos a todos montando a pelo, pero
el mamón ni siquiera ha montado hembra. Le salió mañoso
el cuaco y al primer relincho el pendejo salió patitas al aire y
¡a besar el suelo! No se la acabó el güey, lo agarramos
de bajada en todo el viaje. Desde entonces anda medio rengueando con la
cadera chueca. Pinche Fayucas siempre ha sido muy fantoche. Anda ahí
presumiendo de su ropa dizque de marca cuando todos sabemos que la merca
en los tianguis de Iztapalacra, donde su carnal tiene un puesto.
Quise pasarme de lanza
Yo les estoy contando todo esto desde la sala de urgencias
de la Cruz Roja. Quedé muy madreado, con tres costillas rotas, la
clavícula zafada, el cuello bien torcido, un tendón desgarrado,
vidrios clavados por todo el cuerpo y moretones por todos lados. Me quise
pasar de lanza. Le aposté a la banda que era capaz de recorrer la
carretera México-Cuernavaca en 25 minutos y sólo llegué
al kilómetro 27, perdí el control y el auto se volcó
en una curva. Quería igualar el récord del Flavio que se
ufanaba de haberlo logrado con su vocho. Pero ahora que lo pienso, ¡qué
pendejo fui! Se la creí, me la tragué y ahora estoy aquí.
Por muy buena máquina que le haya puesto, su vochito no alcanza
a levantar ni los 130 kilómetros por hora. Y todavía de fanfarrón
ni el cinturón de seguridad me abroché para apantallar al
personal. Lo importante era no dejarse impresionar por ese güey. Mi
chava me lo advirtió y hasta se me enojó, pero sintiéndome
muy acá no la pelé. (Como tampoco la pelo mucho cuando ya
muy entrados me pide que me ponga el condón. Para que no se saque
de onda, simulo ponérmelo mientras la entretengo con unos lengüetazos.
Es que no es lo mismo, no se siente igual con el pinche hulito). Lo peor
del caso es que el auto era de mi carnal. El coche ahora parece moco embarrado.
Se va a poner como energúmeno cuando lo vea. Tanto que le estuve
rogando para que me lo soltara. Ya no va a volver a confiar en mí.
Lo mismo mi chava, no se cómo la voy a alivianar, la quiero un chingo.
Pero ya me la sentenció.
Dicen que un hombre se hace a punta de fregadazos, pero
la verdad ahora que estoy aquí, viéndome y sintiéndome
tan jodido, me digo a mi mismo que si este es el precio a pagar, yo prefiero
ahorrármelos. No es que me haya vuelto un sacatón, pero me
pregunto ¿qué sacas de todo esto?, ¿con quién
quieres quedar bien? Voy de acuerdo, sí, fue muy divertido, pero
¿vale la pena arriesgarse? Yo era de los que pensaba que correr
riesgos era una forma de demostrar valor, de destacar entre la banda y
ser admirado. Me decía: '¡a cabrón, cabrón y
medio!', 'el que no arriesga no gana', y mamadas de ésas. Pero la
neta, todo eso no es más que pura fantochada. Y la verdad, es una
forma muy pendeja de demostrar que uno es muy hombre. Además, no
es cierto que no se sienta lo mismo si uno se protege. La emoción
y el placer son los mismos con condón o sin condón, con casco
o sin casco, con cinturón o sin cinturón, nomás que
uno los rechaza para dárselas de machín.
Arriesgarse a lo pendejo no vale la pena. Me cai que si
salgo de ésta, prometido está a la Virgen Morena que el cinturón,
el casco y el condón serán mis fieles y eternos acompañantes. |