México D.F. Martes 11 de mayo de 2004
José Blanco
Composición de lugar
Bejarano y familia formaron en el Distrito Federal y desde el gobierno del mismo, una extensa red clientelar entreverada con corrupción, apoyada en franjas significativas del movimiento urbano. Se sumaron después otras redes de complicidades e intereses en pos de una promesa de ascenso político, cuyos medios de acción, incluida la corrupción, los veían justificados con el fin superior de concentrar cada vez mayor poder.
En el ínterin, el alter ego del PRD, en certera decisión electoral, dispuso traer al tabasqueño de Tabasco, para la contienda por la gubernatura de la capital del país, aún sin cumplir los requisitos de domicilio para aspirar legalmente.
Debido al manejo de su(s) red(es) clientelar(es), López Obrador no encontró dentro de su partido ninguna alianza políticamente más conveniente que Bejarano, a pesar de que la corrupción que rodeaba a Nueva Tenochtitlán, Leche Bety, y lo que aparezca, era vox populi. Pero nuestra izquierda, que en ello no se diferencia en nada de la derecha, privilegia la eficacia política por encima de todas las cosas (alcanzar la meta), y por ello, para la clase política mexicana, el fin justifica los medios sin ninguna duda; inocente baboso el que crea otra cosa.
Así, Bejarano -pese a su oscura fama- se convierte sucesivamente en el jefe de la campaña de 2000 de López Obrador, en su operador político, en su secretario particular y, finalmente, de nueva cuenta en su operador político, esta vez en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal.
La trayectoria de Gustavo Ponce, en relación con López Obrador es menos visible, pero fue el hombre que, en la evaluación del tabasqueño, sabía cómo mover los dineros en el Gobierno de la ciudad (y en el Bellagio). Iba y venía en orgía apostadora, sin que nuestro gobernador se enterara.
Después de ser exhibido en los medios televisivos -según los usos y costumbres de la política gringa que ha adoptado la clase política mexicana y la cubana-, el sábado 6 de marzo Ponce hizo una llamada a Alejandro Encinas, en la que le dijo haber realizado "diversos movimientos financieros ilegales" por instrucciones del jefe de Gobierno, y desapareció del mapa, sin duda, con la ayuda de fuerzas poderosas.
Cuando Ahumada penetró en el Gobierno de la ciudad de México no llegó a un inmaculado castillo de pureza, sino a un espacio ya copado por las redes referidas, listas para negociar lo conveniente. El empresario aterrizó en su elemento: un espacio de suyo sobornable. Una columna de chisme político hace llegar posiblemente hasta 200 el número de posiciones que Bejarano aún controla en mandos medios y altos.
La Ley de Transparencia que López Obrador mandó a hacer a Bejarano en la Asamblea Legislativa, a la medida de sus necesidades (no tiene autonomía ni patrimonio propios, y se compone de 18 miembros de los cuales 15 son representantes de diversas instituciones de gobierno), hace sospechar fundadamente que hay mucho que ocultar en el gobierno defeño.
Ahumada, para protegerse (chantajear cuando fuere necesario), videograbó posiblemente cuanta operación chueca cerró con quienes algo podían dar a cambio. Buena parte de ese pulcro material está en poder de la procuraduría capitalina, que cateó sus empresas y casas.
Luego vino el manejo sin destreza política por parte del gobierno federal y de algunos miembros del panismo (Döring, Fernández de Cevallos), de los videos que Ahumada les entregó, buscando protección contra la persecución de que era objeto por el fraude de 31 millones de pesos a la delegación Gustavo A. Madero. Nos falta conocer el eslabón que detonó esa persecución.
Con la exhibición de los videos se trataba de derrumbar del primer sitial político a quien lo había conseguido; lo hizo, lo sabe medio mundo, haciendo un manejo discrecional de los recursos presupuestarios del gobierno y operando las becas a los viejitos en busca de los votos futuros.
Todo gira, pues, no en torno a Ahumada sino al 2006, con toda la teatralidad repelente de la política tropical, en la que no hay uno que no haya sobreactuado. Ningún actor en escena, incluidos los de la isla, ha dejado de usar la palabra "Dignidad" con gesto adusto, para referirse a sí mismo y contrastarse con los demás.
La falta de destreza de quienes embistieron a López Obrador lo muestra a las claras el malabarismo mediático del tabasqueño para convertir la nota periodística corrupción, en la nota periodística complot.
Ahumada huye a Cuba, y Castro -que en el aire las compone-, se mete también hasta la cocina en el 2006, apostando por López Obrador, asunto perfectamente explicable. México es demasiado importante para Cuba para dejar de ser actor en la próxima sucesión.
Esta coyuntura coincide con los comicios estadunidenses, de modo que el destripamiento local sirve a Bush para meterse y mandar una de tres bandas: un guiño más a los cubanos de Florida, un nuevo mandoble a la isla, y un voto en contra del tabasqueño. Falta incluir en esta composición el affaire México-Cuba y el juego de los priístas
|