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México D.F. Jueves 6 de mayo de 2004
Margo Glantz
Belleza cruel
Sigo en Barcelona, dando mis cursos, leyendo,
trabajando, viendo amigos, admirando la ciudad y sus bellos edificios con
tribunas, especie de lujosas bay windows, rivalizan con las de los vecinos en garigoleos
magníficos, vacías por lo general, atentas, sin embargo,
al constante movimiento de la calle. Se diría palcos de un
lujoso teatro, donde en breve, antes de empezar la función
-舑una función de ópera, ¿Tosca?舑 aparecerá la
familia real, múltiples familias reales o ducales o, ¿por
qué no?, desde alguna de las tribunas podrían asomarse el
príncipe Felipe y doña Letizia, cuya boda ejemplarmente
regia, gigantesca, maravillosa, se parecerá a la de la Cenicienta y
su príncipe azul, en estos tiempos de socialismo.
¿Tribunas? Curioso nombre, en realidad, me dice
un arquitecto amigo, el espacio de transición entre la intimidad y
lo público, necesario en una casa, son, replica Mercedes, una nueva
amiga, elegante y pálida, lugares inútiles, fríos,
envenenaron mi infancia. Para mí, la reiteración de la
permanente espectacularidad de esta ciudad, ofrecida a la mirada de sus
propios habitantes y de los más de 20 millones de turistas que la
visitan anualmente.
Por las avenidas y plazas (Paseo de Gracia, Rambla y
Plaza Cataluña) desfilan multitudes y vuelan las palomas.
Parecería que todos los días se congrega una
manifestación, y cuando ésta se produce, como las
espontáneas de marzo, después de los atentados, o la del
1° de mayo, Día del Trabajo, el tráfico de gente aumenta,
las pintas, los disfraces, sustituyendo a los automóviles, las
motocicletas y las bicicletas: se reúnen millares de personas
desplegando gran civismo en su comportamiento, no en su lenguaje: se da por
culo a los capitalistas, a los terroristas y de paso y en su momento a
Aznar.
En la Rambla se venden pájaros, mascotas,
flores, periódicos, revistas, guías, libros en todos los
idiomas y, de trecho en trecho, las estatuas animadas: un detective
enmascarado, disfrazado a la vez del hombre invisible y de Sherlock Holmes
con una lupa en la mano y dos pares de piernas; una pareja representa a la
Anunciación su cuerpo y las alas del ángel enteramente
plateadas, cerca, el Che Guevara pintado en tonos de bronce acharolado, me recuerdan
a esa mujer asesinada hace muchos años, cuando Sean Connery
representaba al agente 007: sus enemigos la cubren de pintura dorada que
obstruye los poros de su piel: muere asfixiada. Permanezco
mirándolos largo rato, espero y temo que en breve se
desplomen.
Compruebo la decadencia dentro de la mendicidad: un
hombre mayor vestido de futbolista, con sudadera que representa a Maradona
(abotagado y enfermo) y una pelota con la que ejecuta proezas
futbolísticas, extrañamente parecido a uno de los
cómicos de Els Joglars. Una vieja vestida de gitana con un carrito
de desperdicios canta salerosa imitando a Lola Flores con la voz cascada;
un anciano raquítico, sentado en el suelo, toca las
castañuelas y entona, desentonado y a voz en cuello, unas
seguidillas.
En los periódicos y la televisión, la
extranjera y la española, el escándalo de las vejaciones
sufridas por los iraquíes, Bush, Rumsfeld y Powell se disculpan,
prometen hacer justicia: un video difundido desde diciembre de 2003 en la
cadena estadunidense ABC muestra a unos soldados que desde un
helicóptero juegan al blanco con civiles que no tenían
intenciones de combatir; la explicación, agregan, es simple:
creían que los conductores iban armados y podían atacarlos.
Ayer por televisión en Canal Plus, un
corresponsal francés explicaba que la versión oficial de
ejército y autoridades estadunidenses consideraron legítimo
este acto que en verdad, y reiterado en las palabras de un alto mando
castrense en tiempo de Clinton, constituye un crimen de guerra.
¿Es posible sorprenderse? ¿Acaso los
talibanes encarcelados en la base de Guantánamo fueron o son
tratados mejor? Tanto ellos como los prisioneros de Abu Gharib han sido
vistos por sus agresores como carentes de derechos, legitimando su
actividad mediante la utilización de una figura jurídica
ambigua, el estado de excepción, analizado por Agamben.
Me vienen a la mente las fotografías de
sevicias y vejaciones que militares argentinos infligían a los
soldados que entrenaban para que, a su vez, los aprendices aplicaran con
sabiduría las torturas y se ufanaran en desaparecer con
perfección a los torturados. En este caso y en los que se revelan en
Irak, podría llegarse a una conclusión: este tipo de
crímenes de guerra es parte sustancial del sistema que los produce;
así, la diferencia entre democracia y absolutismo se desvanece.
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