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México D.F. Jueves 6 de mayo de 2004
Orlando Delgado Selley
Democracia y déficit social
La nueva etapa del escándalo de las
videograbaciones no permitió atender el contenido de un documento
importante del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD)
realizado por investigadores independientes, en el que da a conocer el
estado de la democracia en América Latina.
En los resultados del estudio por primera vez se
reconoce que la democracia es en Latinoamérica la forma de gobierno.
Sin embargo, no ha dado los resultados que las poblaciones esperaban, lo
cual, si bien hasta ahora no ha provocado el retorno de los brujos,
sí ha generado un desafío central: la ampliación de la
democracia que exige el desarrollo de la política.
Democracia no quiere decir solamente respeto a la
decisión de los electores. Democracia es 舠una forma del
desarrollo humano舡 que, como ha definido el propio Banco Mundial, es
舠el aumento de las opciones para que las personas puedan mejorar su
vida舡. Así las cosas, democracia es generar esas opciones que
permitan mejorar la calidad de vida de la población. Con elegir a
quien gobierna no se ha resuelto este propósito. Debemos ampliar el
concepto para incorporarle contenidos económicos decisivos. Esta
democracia, para estar en condiciones de desarrollarse, requiere mucha
política, justo cuando existe una campaña para desprestigiar
a los políticos y a la política misma.
La campaña es, en consecuencia,
estratégica. Busca posicionar a los poderes reales, los
dueños de los medios electrónicos aliados con banqueros y con
el imperio como portavoces de las demandas de la sociedad, al tiempo que se
constituyen en jueces de la salud pública y guardianes de la
ética. El fin es obvio: convertir a los potenciales ciudadanos
integrales, los que acceden a sus derechos cívicos, sociales,
económicos y culturales, en espectadores individuales. Lo colectivo,
capaz de transformar a la sociedad, eliminado, reivindicando la
individualidad pasiva, cuyo único compromiso político es
votar, elegir a quien le ofrecen los poderes reales.
La política es indispensable. Pero una
política que arranque por renovar el debate nacional, que
sólo es posible si existe la posibilidad de que la elección
conduzca a mejorar las condiciones de vida. Si tras largos años de
lucha política se cambia un régimen y no pasa nada en las
condiciones de vida de la población, el desánimo es
lógico. Responder a esto con denuncias mediáticas de
corrupción generalizada, sin duda ciertas, produce una
tensión profunda entre las fuerzas que buscan transformar y quienes
defienden la necesidad de las reformas neoliberales pendientes.
Tensión que no se ubica en el terreno político, el del
debate, de propuestas, de programas de gobierno, sino en el de la
honorabilidad calificada por los medios.
Lo central, sin embargo, permanece. La pobreza avanza y
los programas gubernamentales son ineficaces, pese a que las reformas
económicas en nuestro subcontinente han tenido un avance de 83 por
ciento. Elegimos a nuestros gobiernos, pero el PIB per cápita
regional se mantiene estancado desde hace 20 años. La desigualdad
avanzó: el índice de Gini para América Latina fue de
0.554 en 1990 y para 1999 llegó a 0.580, con un empeoramiento
generalizado de la situación laboral. Así las reformas
económicas y la democracia lograda no han logrado mejorar las
condiciones de vida. Se requiere un replanteamiento político total
que sustituya el programa del consenso de Washington por uno que ponga en
el centro a la gente, no a los equilibrios macroeconómicos.
Introducir nuevas categorías económicas
que sustituyan a las anteriores, forma parte del nuevo proyecto
latinoamericano. En lugar de reducir la inflación y el
déficit fiscal, urge disminuir el enorme déficit social en
sus diferentes componentes: vivienda, educación, salud. Estos
déficit también suman puntos del PIB nacional y es
indispensable atenderlos para poder contar con la estabilidad necesaria
para llevar las finanzas públicas al equilibrio. Lo importante es
que atendiendo los déficit sociales se ataca el grave problema del
empleo precario y de la extensión de la informalidad.
Construir vivienda digna para la población
estimula la producción, lo mismo que aumentar el número de
horas que los infantes pasan en la escuela y mejorar la calidad de la
enseñanza. La salud influye en el rendimiento de la fuerza de
trabajo. Esta es la responsabilidad de los gobernantes electos por
métodos democráticos y es lo que se quiere evitar con el
desprestigio de la política.
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