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México D.F. Jueves 6 de mayo de 2004
Adolfo Sánchez Rebolledo
Cuba
Según los secretarios Creel y Derbez en el fondo de la crisis México y Cuba
está la injerencia cubana en asuntos que sólo corresponden a
mexicanos y para demostrarlo acreditan los siguientes temas: 1) los comentarios acerca del
proceso de extradición de Ahumada y sus probables implicaciones
políticas, 2)
las actividades de dos funcionarios del Partido Comunista de Cuba que
entraron sin notificar a Relaciones Exteriores con pasaporte
diplomático para, presumiblemente, convenir con 舠actores
políticos y sociales del país舡 asuntos meramente
internos, o sea, la deportación de Ahumada, y finalmente, 3) el discurso del primero
de mayo del presidente cubano en el que, entre otras cosas, afirma que la
histórica política exterior mexicana se ha convertido en
cenizas en la medida que la postura hacia Cuba se ha sometido a las
directrices del Departa-mento de Estado.
Después de días de tensión y
ambigüedades hoy está claro que el gobierno de Fox se ha
precipitado otra vez: en lugar de intentar una respuesta política a
los juicios de Fidel Castro se puso nervioso e improvisó una suerte
de conjura de la que desprende un tufillo macartista que inevitablemente
recuerda viejas campañas de la derecha recalcitrante.
No obstante las ingentes apariciones de los
secretarios Derbez y Creel en todos los noticiarios, hasta ahora nadie sabe
en México cuál es en realidad la gravedad de los actos
cometidos por los así llamados agentes del Partido Comunista de Cuba
con pasaporte diplomático que entraron a nuestro territorio sin
舠notificar舡 a Rela-ciones Exteriores, pues el mismo secretario
Creel dijo que no atentaban contra la estabilidad del país ni se les
acusaba de organizar grupos en contra del gobierno de México, ya que
舠estamos hablando de asuntos domésticos舡 en los que
habrían participado. ¿Entonces?
La pregunta es si, una por una o todas juntas, la
razones aducidas por Creel y Derbez constituyen motivo suficiente para
poner las relaciones con Cuba al borde de la ruptura o sólo son un
pretexto, una cortina de humo, para desnaturalizar las confesiones de
Ahumada en Cuba y llevar a cabo una pequeña y tardía venganza
por los famosos episodios de aquella tristemente célebre
舠llamada a Fidel舡. Decir que México no tenía otra
opción es, por lo menos, un abuso contra la diplomacia y el sentido
común.
Al parecer, al gobierno mexicano el tiro le
salió por la culata. Si quería cortarse un traje a la medida
de los estadunidenses, sin duda lo ha logrado, pero a costa de agravar las
tensiones internas y, en definitiva, la imagen exterior de México
como un país que tiene voz propia en América Latina.
Tal vez por ello, resentida por los daños
colaterales de la cuasi ruptura, apenas horas después de la
expulsión del embajador cubano, la cancillería mexicana
expidió una oferta (vacilante, pero bienvenida ) para reiniciar el
diálogo por los canales puramente diplomáticos, es decir, sin
dar vista a los medios de los problemas que orillaron a una reacción
tan desproporcionada, aunque es improbable que los cubanos se queden
callados.
El gobierno mexicano se ha metido en un
callejón por sus propios prejuicios y torpezas, por la falta de
claridad y transparencia en el tratamiento de un problema judicial, el caso
Ahumada, pero también por la obsesión anticomunista y pro
estadunidense que aún limita la visión de la derecha
nacional.
En realidad, el endurecimiento de la posición
mexicana hacia Cuba lleva a sus últimas consecuencias el curso de
acción adoptado por el gobierno foxista para marcar diferencias con
el régimen surgido de la Revolución Mexicana. Se trata, como
en otros rubros, de proceder a una revisión, superficial, y por ende
equivocada, de la historia nacional, en particular, de la política
exterior fijada en la Constitución General de la República.Ya
bajo la presidencia de Zedillo comenzó a desvanecerse la
significación de los principios de autodeterminación y no
intervención, claves para la protección de la
soberanía nacional en el siglo XX.
El objetivo parecía simple: propiciar la
integración de México al mundo moderno, globalizado, donde
sólo serían viables los estados democráticos
supervisados por la sociedad civil y el Gran Hermano de los derechos
humanos. Es decir, un mundo de iguales, donde las superpotencias no existen
ni tampoco los intereses trasnacionales de las grandes corporaciones: o
sea, la utopía del fin de la historia asumida desde
algún lugar del fin del mundo pobre y desigual. Si a los
cenáculos blanquiazules les repele el régimen cubano están en su
derecho, pero las relaciones internacionales son una cuestión de
Estado, mucho más trascendente que las fobias personales de algunos
yunquistas, así ejerzan como secretarios o capitanes de empresa.
A la hora que escribo esta nota no se había
producido la tan esperada respuesta cubana, pero algo queda claro. Es muy
grave que el Presidente se enfunde en la bandera del patriotismo para
defender sus propios errores. Si no queremos aparecer ante el mundo como
una nación subordinada a Estados Unidos, comencemos por recuperar
los principios.
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