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México D.F. Domingo 2 de mayo de 2004
Carlos Bonfil
Retratando a la familia Friedman
El caso de nota roja que captura el documental de
Andrew Jarecki, Retratando a la familia
Friedman (Capturing
the Friedmans) es todo un enigma, desde su
inicio hasta su desenlace trágico. Arnold Friedman, judío
estadunidense, padre de familia de moral en apariencia intachable, maestro
de ciencias en la pequeña localidad de Great Neck, Long Island, es
objeto de una celada policíaca al sospecharse su conexión con
redes de pedofilia por Internet. Lo único que se le comprueba, en
ese Día de Gracias de 1987, es su posesión de revistas
pornográficas y su gusto pronunciado por la fantasía
homoerótica con menores.
A través de los testimonios de Arnold, su
esposa y dos de sus hijos, el realizador reconstruye la vida cotidiana de
la familia disfuncional: el padre, cómplice afectivo de sus tres
hijos varones, y la madre, ignorada por todos y tratada a menudo de
histérica y vengativa. (舠Formaban una pequeña pandilla
dirigida contra mí舡, admite amargamente). La vida sexual de la
pareja se revela mediocre, prácticamente nula, y toda la familia
ignora las actividades secretas del padre, o al menos eso sostienen cuando
se produce la revelación capital del repetido abuso sexual, durante
años, a docenas de niños en el sótano de los Friedman
habilitado como escuela de cómputo.
Retratando a la familia Friedman, documental postulado al Oscar y premiado en el Festival de
Sundance, es una reflexión inteligente sobre los efectos de la
histeria colectiva y el prejuicio judicial en el oscurecimiento de este
caso de abuso sexual, real o fabricado, inimaginable en la comunidad
apacible, vuelto escándalo mediático e incitación al
linchamiento moral. El documental muestra cómo en lugar de
contribuir a la procuración de la justicia, los métodos
indagatorios señalan la necesidad de encontrar, a todo precio, una
víctima expiatoria para tranquilizar a la comunidad ofendida de
padres de familia, prescindiendo de pruebas concluyentes y de testimonios
fiables, inculpando también al hijo menor de Arnold, el adolescente
Jesse, quien habría ayudado a su padre en las faenas vejatorias,
participando en las violaciones hasta un supuesto total de 200 veces, luego
de una pretendida iniciación incestuosa. La cinta lo señala
claramente: los testimonios se contradicen a tal punto que es imposible
señalar a un culpable por las múltiples contradicciones en
que incurren varios de los personajes entrevistados. De ello se desprende
la posibilidad de una injusticia judicial.
A los testimonios que reúne y contrapone
Jarecki habrá que añadir, como pieza fundamental, el material
que filman los Friedman, algunos videos caseros conmemorativos y, luego, el
seguimiento inquietante de las discusiones familiares que ocasiona la
revelación del escándalo. Imágenes contundentes de una
madre perpleja que ve derrumbarse la última ficción de
bienestar doméstico, siempre sin comprender nada, pues actos tan
inimaginables la rebasan por completo. O la sinceridad afectiva del hermano
homosexual de Arnold, convencido hasta el final de la inocencia del ser
querido. O la devoción filial de Jesse, quien prefiere la
cárcel, las imputaciones no comprobables, y la aceptación de
toda la culpa, a la desgracia de que su padre naufrague solo. La cinta se
mantiene al margen del sensacionalismo o de la condena moral. Tampoco
presenta a los Friedman como víctimas. Su propósito es
analizar un caso de enorme complejidad y llevar al espectador a elaborar
sus propias hipótesis, guardándose siempre de inducir
conclusiones apresuradas.
Al pudor y candidez que manifiesta el padre de familia
en muchas de sus declaraciones, corresponde el profesionalismo del
director, discreto también y cauteloso en un caso lleno de paradojas
y terrenos movedizos. La turbación erótica que, según
testimonio del propio Arnold, le produce ver a un niño sobre las
rodillas de su padre, es ciertamente un motivo de escándalo social,
pero difícilmente una prueba definitiva de su capacidad real de
transitar de la fantasía inconfesable a un acto de violencia sexual,
menos aún a la acumulación de felonías que
generosamente se le atribuyen, sin otras pruebas que una
descalificación moral derivada de la irritación colectiva.
Nadie sabe hasta hoy, a ciencia cierta, si los acusados cometieron el
caudal de abusos señalados, o sólo delitos merecedores de
penas menos severas. Lo notable es el retrato de una familia ante una
prueba mayúscula de infortunio, la manipulación
mediática, inescrupulosa, de la opinión pública y su
capacidad de escándalo, y la agravación de los castigos en un
caso donde realidad y ficción siempre quedaron confundidas por la
fabricación presurosa de los culpables necesarios. Una buena, y
posiblemente fugaz, sorpresa en cartelera.
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