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México D.F. Domingo 2 de mayo de 2004
Walden Bello*
Impactos de la resistencia iraquí
Los días recientes nos han dejado
imágenes indelebles que resaltarán, por siempre, las arenas
movedizas de la política estadunidense en Irak. Para algunos
analistas, el problema yace en los errados cálculos de Rumsfeld.
Según este punto de vista, el hombre no supo comprender lo que se
necesitaba para ocupar militarmente Irak y triunfar. Rumsfeld creyó
que con 160 mil hombres bastaría para invadir y ocupar Irak.
Según James Fallows, en el número
más reciente de Atlantic, 舠apenas podemos considerar exagerado decir que hoy
está completo el ejército estadunidense en Irak, vuelve de
éste o se alista para ir allá舡. Este año 40 por
ciento de las tropas desplegadas en Irak no son soldados profesionales,
sino miembros de la Guardia Nacional o reservas que se enrolaron en el
entendido de que únicamente serían soldados de fin de semana.
Para muchos analistas, son más aproximadas a la realidad las
estimaciones del general Anthony Zinni 舑quien dijo que se
requerían unos 500 mil soldados para asegurar Irak. Pero aún
la cifra de Zinni 舑cercana a lo que Estados Unidos desplegó en
Vietnam en la época más álgida舑 puede ser
inapropiada para la velocidad con que crece, por el Irak rural y urbano, la
insurgencia combativa.
Para otros observadores, lo que ocasionó esta
crisis fue la ineptitud de Paul Bremer, el procónsul estadunidense.
Según este punto de vista, Bremer cometió tres errores de
índole política durante su primer mes en el cargo: retirar de
su puesto a unas 30 mil figuras de alto rango del partido Baaz; disolver el
ejército iraquí (lo que dejó sin trabajo a un cuarto
de millón de soldados) y condicionar la transferencia del poder a la
redacción de una Constitución en condiciones de
ocupación militar. Habrá que añadir a estos errores el
que haya cerrado un periódico chiíta, crítico de la
ocupación, y la orden de arrestar a un asistente de Moqtada al-Sadr,
acciones que estaban calculadas como provocaciones 舑según la
periodista canadiense Naomi Klein舑 para lanzar a Sadr a la
confrontación abierta y así poder aplastarlo.
Ciertamente Bremer y Rumsfeld han sido ineptos, pero
sus fracasos políticos y militares fueron consecuencia inevitable de
las alucinaciones colectivas de George W. Bush y los neoconservadores de la
Casa Blanca. Un elemento de esta alucinación fue creer que los
iraquíes odiaban tanto a Saddam que tolerarían una indefinida
ocupación política y militar con licencia para tropezarse a
voluntad. Un segundo elemento fue persistir en la ilusión de que
tras la contagiosa insurgencia estaban tan sólo los
舠remanentes舡 del régimen de Saddam Hussein, cuando todos
en Bagdad se daban cuenta de que la resistencia tenía un profundo
respaldo de base. Un tercer elemento engañoso era pensar que la
división chiíta-sunita era tan profunda que una unión
entre estos bandos en aras de enfrentar juntos a Estados Unidos era algo
imposible. En otras palabras, fueron los estadunidenses quienes se
enredaron en su propia madeja, con suposiciones falsas que los entramparon.
Nacionalismo e Islam: el combustible de la resistencia
La verdad es que el escenario neoconservador de una
rápida invasión, pacificando a la población con
chocolates y billetes, para después instalar una democracia
舠títere舡, dominada por los protegidos de Washington, y
luego retirarse a bastiones militares distantes, para que el
ejército y fuerzas policiacas entrenadas por Estados Unidos asumeran
la seguridad en las ciudades fue un proyecto muerto desde el inicio. Pese a
todas las fracturas, la atracción transétnica hacia el
nacionalismo y el Islam es muy fuerte en Irak.
Cuando comenzó la invasión, muchos
previmos que la ocupación enfrentaría una resistencia urbana
que sería difícil pacificar en Bagdad y en el resto del
país. Fue notable el comentario de Scott Ritter, antiguo inspector
de armamento de Naciones Unidas, quien predijo que los estadunidenses se
verían forzados a abandonar Irak, como Napoleón tuvo que
salir de Rusia, es decir, mientras grupos de guerrilleros diezmaban sus
filas. Nos equivocamos, dado que hubo muy poca resistencia cuando los
estadunidenses entraron a Bagdad. Pero con el tiempo parece que
teníamos razón. Nuestro error fue no tomar en cuenta el
tiempo que tomaría transformar la población, de una masa
sumisa y desorganizada que existía en el régimen de Saddam, a
una fuerza impulsada por el nacionalismo y el Islam. Bush y Bremer
constantemente hablan de su sueño de un 舠nuevo Irak舡.
Irónicamente, el Irak posterior a Saddam se forja al calor de la
lucha común contra la odiada ocupación.
Pronunciada curva de aprendizaje
Los estadunidenses pensaron que podrían someter
a los iraquíes coercionándolos y comprándolos. No
supieron reconocer una cosa: su temple. Por supuesto no es suficiente, y lo
que hemos visto desde el año pasado es un movimiento que
cambió, trepando una pronunciada curva de aprendizaje, de ser torpes
y amateurs en sus acciones, a grupos que en su resistencia despliegan un
sofisticado repertorio que combina artefactos explosivos improvisados,
tácticas de ataque y retirada, mantenerse en sus puestos sin
disparar o ataques con misiles terrestres.
Por desgracia, estas tácticas incluyen
también el uso estratégico de carros bomba y secuestros, que
han golpeado a civiles y no sólo a combatientes y mercenarios de la
coalición. También el audaz esfuerzo de intimidar al enemigo,
llevando la guerra a su terreno, entraña misiones que
deliberadamente buscan golpear civiles, como el bombazo del Metro de
Madrid, que mató a cientos de inocentes. Tales actos no se
justifican y son profundamente deplorables, pero para quienes condenan con
facilidad hay que recordarles que la matanza indiscriminada de unos 10 mil
civiles iraquíes a manos de tropas estadunidenses durante el primer
año de ocupación y los ataques sobre civiles en Fallujah
guardan el mismo plano moral que los métodos de las resistencias
iraquí y palestina. De hecho, 舠el modo de guerra americano舡 siempre implica
el asesinato y castigo de la población civil.
El problema de una oposición leal
La resistencia está en ascenso en Irak, pero la
correlación de fuerzas se inclina aún del lado estadunidense.
El conflicto se transforma en una guerra con frentes múltiples. Una
de las batallas clave es, entonces, la lucha por la opinión
pública en Estados Unidos. Aquí todavía no hay
desenlaces decisivos. Los liberales no saben qué hacer. En un
momento en que deberían estar llamando a rexaminar profundamente la
política estadunidense e impulsar la opción de una retirada,
su línea, según la expresa Gerard Baker, columnista liberal
del Financial Times,
es: 舠aunque no pensáramos que Irak era una amenaza real con
Saddam Hussein, no podemos negar que una derrota estadunidense
convertiría a Irak en una amenaza ahora舡. Los liberales no
están respondiendo a lógica alguna, sino que muerden el
anzuelo de la misma retórica de la derecha que 30 años antes
predijo el caos, la matanza y la guerra civil en Vietnam si Estados Unidos
se retiraba.
Para el candidato presidencial John Kerry y los
demócratas, la alternativa es la estabilización mediante una
mayor participación de la Organización de las Naciones Unidas
(ONU) y los aliados europeos de Estados Unidos, lo cual, por supuesto, casi
no los distingue de Bush, quien trata desesperadamente de llevar al
organismo mundial y más tropas de la coalición para que releven a los estadunidenses en los frentes de
batalla.
Una razón por la que los demócratas no
llaman a la retirada de las fuerzas es por el temor a que esto los
perjudique en las elecciones de noviembre. Pero una razón más
fundamental es que concuerdan con la posición de Baker: aunque no se
justificara la invasión a Irak, no puede permitirse una retirada
unilateral porque entrañaría un golpe incalculable al
prestigio y liderazgo estadunidenses.
¿Dónde está el movimiento
pacifista?
La parálisis que se apodera de los
demócratas cuando piensan en Irak sólo puede destrabarse con
un fuerte movimiento antibélico, como el que volcó a miles a
las calles, diariamente, antes y después de la ofensiva del Tet, en
1968. Hasta ahora esto no se ha materializado, aunque se expanda a
más de la mitad de la población estadunidense una especie de
desilusión por la política de su gobierno en Irak.
De hecho, debido a la forma en que se desarrollan los
acontecimientos en Irak, es el momento en que se requiere un esfuerzo
así, pero el movimiento internacional en favor de la paz no ha
podido echarse a andar. Las manifestaciones del 20 de marzo pasado fueron
significativamente menores que las del 10 de febrero del año
anterior. El tipo de presión masiva e internacional que impacta a
los planificadores no está a la vista, por lo menos no
todavía. ¿Se habrá apresurado el New York Times al decir que la
sociedad civil internacional era 舠la segunda superpotencia más
grande del mundo舡?
Todo parece indicar que los dramáticos sucesos
de abril en Irak no alcanzan a verse como el equivalente iraquí de
la ofensiva del Tet en el Vietnam de 1968. Cuando mucho son un ensayo con
vestuario. La oposición a la guerra, en Estados Unidos, aún
tiene que crecer, hasta alcanzar la masa crítica. Sin esta
oposición interna, desde abajo, es muy probable que el gobierno de
Bush continúe enviando tropas a la moledora de carne tras una
elusiva solución militar que puede convertir el conflicto en una
desgastante y prolongada guerra, hasta que el nivel de bajas termine, por
fin, con la tolerancia de la gente hacia una política estadunidense
que no va hacia ninguna parte, excepto a más cadáveres en
bolsas negras.
Irak y la ecuación global
Es paradójico que aunque el crecimiento de la
resistencia iraquí no altera aún la correlación de
fuerzas en Irak, ya contribuye muy fuertemente a transformar la
ecuación global de los pasados 12 meses. Frenó, por lo
pronto, a un Washington muy expandido en lo militar, que no ha podido
buscar otros cambios de régimen en países como Siria, Corea
del Norte e Irán; desvió la atención y los recursos
necesarios de Estados Unidos para ocupar plenamente Afganistán, y
evita que la Casa Blanca preste atención a su patio trasero, lo cual
permite que en América Latina se consoliden gobiernos contrarios al
libre comercio y a Estados Unidos, tales como el de Kirchner, en Argentina;
Luiz Inacio Lula da Silva, en Brasil, y Hugo Chávez, en Venezuela.
Profundiza la fisura en la alianza política, militar y cultural
conocida como Alianza del Atlántico, que sirvió como potente
instrumento de la hegemonía global de Washington durante la guerra fría e
inmediatamente después. Sin este ejemplo de desafío abierto
que implica la resistencia iraquí, los países en desarrollo
no habrían podido actuar tan juntos como para hundir la
reunión ministerial de la Organización Mundial de Comercio en
Cancún, en septiembre pasado, y el plan estadunidense para un Area
de Libre Comercio de las Américas.
En resumen, los movimientos antihegemónicos
mundiales le deben mucho a la resistencia iraquí, por haber
exacerbado la crisis en que cayó el imperio estadunidense al
sobrexpandirse. Sin embargo, su rostro no es 舠bonito舡, y mucha
gente en el movimiento progresista en Estados Unidos y Occidente duda en
abrazarla como aliada. Este es, quizá, uno de los obstáculos
principales para que emerja en Estados Unidos y a escala internacional un
movimiento pacifista sostenido: los esfuerzos organizativos de los
progresistas se ven frenados por sus propias dudas en torno a la
resistencia iraquí.
Pero nunca son 舠bonitos舡 los movimientos
de independencia o liberación nacional. Muchos progresistas en
Occidente sintieron repulsión hacia algunos de los métodos de
los mau mau en Kenya, del FLN en Argelia, del NLF en Vietnam, del
Movimiento Republicano Irlandés. Los movimientos de
liberación nacional, sin embargo, no piden respaldo político
o ideológico. Lo que buscan es presión internacional para
derrocar un poder de ocupación ilegítimo, de tal modo que las
fuerzas internas tengan el espacio necesario para forjar un gobierno
verdaderamente nacional. Es posible que los progresistas de todo el mundo
puedan unirse a la resistencia iraquí bajo este programa limitado.
Traducción: Ramón Vera Herrera.
* Director ejecutivo de Focus on Global South. Ganador
del Premio Nobel alternativo en 2003.
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