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México D.F. Viernes 30 de abril de 2004
Gabriela Rodríguez
Feminismo estadunidense
Después de haber dedicado un par de artículos al fundamentalismo internacional, justo es hablar de la gran importancia de los movimientos feministas estadunidenses que están luchando contra la agenda conservadora, sobre todo porque son claves para evitar uno de los más peligrosos escenarios que la humanidad puede enfrentar próximamente: la relección de George W. Bush. Si en 1992 las feministas fueron un sector clave para derrotar a su padre y dejar fuera de la Casa Blanca al héroe de la guerra del Golfo, Ƒpor qué no apostar hoy al mismo juego?
El pasado domingo 25 de abril, en la más grande manifestación de Estados Unidos, un millón de activistas protestaron contra la invasión de Irak y, por primera vez en la historia, no centraron sus mensajes en los efectos domésticos de las políticas públicas de Bush, sino en su agenda internacional. Se proclamaron en defensa de la vida de las mujeres de los países pobres, de las hermanas de Asia, Africa y de América Latina: "Alto a la guerra en contra del derecho a decidir", "Miles de mujeres mueren por las políticas internacionales de Estados Unidos", "Estamos por el derecho al aborto". La ley mordaza, mediante la cual se retiran los fondos a todas las organizaciones de salud que ofrecen consejería, referencias o servicios de aborto, coloca en grandes riesgos a las mujeres. Las líderes tienen claro que el derecho al aborto no sólo es un asunto de democracia y libertades, sino sobre todo de desigualdad económica y pobreza.
Tal como afirmó la presidenta de Feminist Majority, Ellie Smeal: "en el mundo 'en desarrollo' mueren 80 mil mujeres anualmente por abortos inseguros y 500 mil por el retiro de los fondos de Estados Unidos a los programas de planificación familiar". Jodi Jacobson, directora ejecutiva de CHANGE, se refirió al dinero que el gobierno estadunidense destina a la lucha contra el VIH/sida con programas compasivos en los que se subestiman las decisiones de las mujeres y se promueve la abstinencia sexual hasta el matrimonio, cuando sabemos que la mayoría de las víctimas de esta epidemia son mujeres casadas, así como adolescentes y jóvenes solteros.
También denunciaron enérgicamente el efecto devastador que ha causado el gobierno de Estados Unidos en los programas sociales de la Organización de las Naciones Unidas: la reciente oposición del Departamento de Estado a reafirmar ante la ONU los compromisos de la Conferencia Internacional de Población y Desarrollo de 1994 y de la Plataforma de Acción de la Cuarta Conferencia Mundial de la Mujer de 1995, así como la postergación del voto para ratificar la Convención para la Eliminación de todas las Formas de Discriminación de las mujeres, que ha sido adoptada por 177 países, incluyendo Afganistán.
Convergieron más de mil 300 organizaciones de 60 países: sindicatos, colegios y gremios, Iglesias progresistas de cristianos y judíos, universidades y centros de investigación, artistas famosas y cantantes, así como movimientos sufragistas y contra la discriminación por género, etnia, religión, raza, discapacidades o preferencias sexuales, y asociaciones que trabajan diversidad de temas: libertades civiles, derechos humanos, derechos reproductivos, medio ambiente, salud y educación.
La amenaza que representa para el neoliberalismo una movilización con esta pluralidad y magnitud es también una reacción a la individualización y una recuperación del espacio público. Es también la construcción de un terreno de decisiones colectivas entre mujeres de latitudes geográfica y económicamente distantes, arena de creación de nuevas y diversas identidades mundializadas frente a políticos desacreditados y estados con una legitimidad muy erosionada. En fin, podríamos verlas hoy como nuevo espacio del poder civil que puede derrotar la relección de quien se autonombró presidente de guerra, y permitirnos, al menos, una mirada de esperanza.
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