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México D.F. Miércoles 28 de abril de 2004
EL "CUARTO COLOR" DEL PANISMO
En
la ceremonia de instalación del Segundo Parlamento de las Niñas
y los Niños, el panista Juan de Dios Castro Lozano, presidente de
la Cámara de Diputados, quien presidía el acto, dijo a los
menores que la bandera de México no tiene tres colores sino cuatro,
en referencia al "azul del islote donde está el águila devorando
la serpiente", y habló de la supuesta representación, en
la enseña nacional, de "un evangelio de fe, de esperanza y amor".
Si en los pasados tres años el panismo en el poder
no hubiese dado muestras excesivas y contundentes de faccionalismo en el
ejercicio del poder, podría pensarse que las expresiones del legislador
panista ante los menores fueron un simple dislate, una torpeza verbal mayúscula,
pero involuntaria. Sin embargo, desde el primero de diciembre de 2000,
cuando el actual presidente, Vicente Fox, manoseó un crucifijo en
una ceremonia de toma de posesión, los panistas no han cejado en
sus afanes de llevar las instituciones nacionales por las sendas ideológicas
-cerriles, confesionales, provincianas y trasnochadas- de su propio partido.
Con ese historial en mente es obligado pensar que la pincelada de azul
panista y las tonalidades religiosas que Castro Lozano pretende poner en
la bandera no son fruto de un descuido ni de un infortunado arranque poético,
sino una insolencia deliberada.
Resulta un tanto embarazoso el tener que recordarle a
un abogado con diplomados y maestrías, quien para mayor abundamiento
ha sido diputado en tres ocasiones y senador en dos, el texto de la Ley
sobre el Escudo, la Bandera y el Himno Nacionales, que en su artículo
3 especifica: "La Bandera Nacional consiste en un rectángulo dividido
en tres franjas verticales de medidas idénticas, con los colores
en el siguiente orden a partir del asta: verde, blanco y rojo. En la franja
blanca y al centro, tiene el Escudo Nacional, con un diámetro de
tres cuartas partes del ancho de dicha franja". El "cuarto color" --el
azul panista-- de Castro Lozano no tiene ningún fundamento, como
no lo tiene su interpretación acaramelada y santurrona sobre el
"evangelio de fe, de esperanza y amor" supuestamente representado en la
enseña patria.
Además de una provocación innecesaria en
los actuales momentos de crispación política y de una enorme
irresponsabilidad ante los niños a los que tomó protesta
como integrantes del parlamento infantil, lo dicho por Castro Lozano expresa
a la perfección esa actitud patrimonialista y facciosa con que los
panistas perciben al Estado. Es oportuno recordarles que hace tres años
la ciudadanía no les entregó las escrituras del país,
sino simplemente otorgó a su candidato presidencial un mandato para
que sirviera a la nación durante seis años que, a estas alturas,
han quedado reducidos a dos y medio, y que en los 28 meses transcurridos
desde la inauguración de la alternancia la ineptitud política
y administrativa han colocado al país no muy lejos de una catástrofe.
Es obligado recordar, asimismo, que la ley referida párrafos
arriba señala, en su artículo 55, la competencia de la Secretaría
de Gobernación para "vigilar el cumplimiento de esta Ley; en esa
función serán sus auxiliares todas las autoridades del país",
y que en el artículo 56 estipula: "Las contravenciones a la presente
Ley que no constituyan delito conforme a lo previsto en el Código
Penal para el Distrito Federal en materia de fuero común, y para
toda la República en materia de fuero federal, pero que impliquen
desacato o falta de respeto a los Símbolos Patrios, se castigarán,
según su gravedad y la condición del infractor, con multa
hasta por el equivalente a doscientas cincuenta veces el salario mínimo,
o con arresto hasta por treinta y seis horas".
Sería desmesurado y excesivo, ciertamente, pedir
el desafuero y el enjuiciamiento de Castro Lozano por su distorsionada
exposición ante los menores de la composición y el significado
de la bandera nacional; es pertinente, en cambio, demandar que el secretario
de Gobernación, Santiago Creel Miranda, descalifique y condene en
forma inequívoca los despropósitos de su correligionario.
Si no lo hace así, estará confirmando, por omisión,
el estilo faccioso, sectario y partidista del panismo en el poder.
FALLUJAH: TIERRA ARRASADA
En el año cuarto del siglo XXI se repite, en la
pequeña localidad iraquí de Fallujah, la atrocidad perpetrada
por los nazis en Gernika, las cometidas por los aliados en Dresde, Hiroshima
y Nagasaki, las que pusieron en práctica los romanos contra Numancia
y Cartago: la ciudad arrasada con todo y sus habitantes. De acuerdo con
informes recientes de prensa, las tropas ocupantes estadunidenses, exasperadas
por la dignidad y la determinación de la resistencia iraquí
en esa ciudad de mayoría sunita, optaron por lanzar sobre ella y
sobre su gente el poder de fuego combinado de aviones, helicópteros,
tanques, artillería y tropas de asalto terrestres.
El sitio de Fallujah comenzó a principios de este
mes luego que una muchedumbre de la localidad asesinó a cuatro mercenarios
ocupantes e incineró, mutiló y arrastró sus cadáveres
por las calles de la ciudad, en un acto sin duda bárbaro, repugnante
e inadmisible, pero que expresó de manera contundente ante los medios
informativos del mundo el odio que los estadunidenses han cosechado entre
los iraquíes por la invasión, la destrucción y el
dislocamiento generalizado de Irak. Desde que cercaron la ciudad, las fuerzas
extranjeras dejaron en claro su intención de imponer en Fallujah
un escarmiento implacable a las indómitas organizaciones de la resistencia
y a los iraquíes en general: cualquier desafío a los invasores
será castigado con la muerte de civiles, con la destrucción
de casas, escuelas, hospitales y mezquitas. De hecho, hasta antes de los
ataques en gran escala alcanzados ayer, en lo que iba del asedio -más
de 20 días, buena parte de ellos transcurridos en una confusa e
incierta tregua-, los invasores habían dado muerte a más
de 600 habitantes de la localidad.
Tan indignante como el crimen de guerra que el gobierno
de George W. Bush está perpetrando en Fallujah es el silencio con
que el autodenominado "mundo civilizado" responde a los angustiosos llamados
de auxilio -a la ONU, a Europa, a quien sea- que los cercados habitantes
de la ciudad sunita emitieron en días pasados, antes de que las
tropas agresoras emprendieran esta suerte de asalto final que ahora está
en curso y que no consiste en un "operativo antiterrorista", como pretenden
hacer creer los ocupantes, sino en causar el mayor sufrimiento posible
a la población civil y provocar en la ciudad inerme la máxima
destrucción que permita el poder de fuego del ejército más
poderoso del mundo.
La Casa Blanca podrá asesinar a buena parte de
la población de Fallujah y destruir las casas, las iglesias, las
tiendas y los cementerios de esa ciudad, envuelta ahora en llamas por efecto
del bombardeo, pero no logrará con ello doblegar la voluntad de
libertad y soberanía de los habitantes de Irak. Por el contrario,
ahondará el odio que se expande en el mundo árabe e islámico
contra Estados Unidos, y alimentará y multiplicará, de esa
forma, las amenazas a la vida y la seguridad de los ciudadanos del país
vecino.
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