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México D.F. Miércoles 28 de abril de 2004

Néstor Bravo Pérez

La ciudad y sus habitantes

Muchos hemos soñado con la posibilidad de crear un lugar imaginario que se ajuste a nuestras necesidades, a nuestras obsesiones; muchos lo han querido hacer desde el arte, incluida la arquitectura o las letras.

Las posibilidades han llevado a construir zonas míticas mediante la remembranza de la casa infantil, con la calidad moral de los espacios de juego o las estancias prolongadas en una especie de paraíso anacrónico.

La ciudad que ha construido el arte ha sido con materiales acarreados desde la memoria, desde el deseo; se ha hecho a partir de la experiencia en los lugares en donde se aprendió a nombrar las cosas y se lograron alegrías y desgracias. La ciudad real o ficticia está conformada y constituida por la historia, por la historia de quienes la habitan.

De cierta forma toda urbe tiene un carácter de imaginario. El Distrito Federal está lleno de espacios fantásticos que forman parte más de un imaginario que de una espacialidad geográfica.

Una plaza mayor en la que se concentran infinidad de posibilidades, multiplicidad de exigencias. El Centro Histórico que es una especie de Aleph que orienta los tiempos, el arriba y el abajo, la izquierda y la derecha, y lo ha hecho con tal carácter que ha llegado a conformar connotaciones de orden moral y político.

Sin embargo, el gusto por improvisar e imitar ha hecho del Distrito Federal un espacio sin personalidad propia. Paseando por la ciudad de México uno se puede encontrar con imitaciones del Soho neoyorquino o los ''moles" inhumanos del sur de gringolandia.

México se está haciendo una urbe dura, llena de vacíos, de olvidos. Los lugares de moda transmutan, la propuesta de urbanización parece estar sometida a las caprichosas leyes de la imaginación.

El arte ha pugnado por establecer una relación más estrecha con los espacios urbanos, comprendiendo que las ciudades en su constitución actual han buscado establecer criterios que conduzcan a un amplio margen de interacción con una vasta red de espacios en el interior de una zona urbana creando una especie de tierra de nadie.

La creación de los espacios urbanos se ve afectada por una necesidad de hallar recursos de contacto y encuentro con el imaginario de su población, sin embargo, en el Distrito Federal esto no parece tener mucho eco.

Atacar la problemática que permita la vinculación entre arte y ciudad debe establecerse comprendiendo aspectos económicos y sociales de la urbe y no sólo en la historia del arte (o en propuestas que manejan ciertos lenguajes inscritos en ciertos momentos artísticos y que se reducen a un plano decorativo en el que no hay correspondencia con la mitología de la comunidad o con el pensamiento de las personas) como temática exclusiva.

Hay que mirar hacia la historia del lugar en donde vive la gente y quizá dar un paso más y trabajar con una comunidad concreta sabiendo que ésta no es un cuerpo único y uniforme que se puede alcanzar mediante un supuesto arte universal.

Cuando se inicia un trabajo artístico en determinada ciudad, hay que considerar la mitología particular que toda comunidad crea en torno de sí misma, así como los mecanismos mediante los cuales funciona. Si no se hace, por mucho que se monten exposiciones específicas para cada sitio, siempre acabarán formando parte de la misma tierra de nadie.

Así sucede con la toma de las Vizcaínas que se realizó en el Centro Histórico de la ciudad de México y con la Ruta del Nopal en una parte de la avenida Paseo de la Reforma.

No basta con producir exposiciones social y políticamente comprometidas, sino que se deben hacer muestras en las que se reconozca y se plantee esta dimensión mitológica. Ver al público como una masa indiferenciada, sin divisiones sociales, perpetúa una visión idealista de la sociedad en lugar de promover una perspectiva crítica.

La obra de arte separada de la cultura que la ha generado es reciclada en una especie de elemento decorativo, no lleva implícita la carga de la historia real, vinculada a comunidades y tradiciones determinadas.

Las comunidades no son una cosa hecha con categorías más o menos precisas de la gente: pobres, la clase social baja, los grupos étnicos, sin preocuparse por saber qué está pasando, qué es lo que sucede o con una gran ignorancia de parte de artistas y funcionarios.

Los intentos por relacionar arte y ciudad propuestos recientemente en el Distrito Federal se han realizado con bastante distancia del ciudadano. Se ha buscado la vinculación desde nombres famosos generando una situación elitista con acontecimientos seudodemocráticos en los que el arte se instrumentaliza en beneficio de una u otra cosa.

No se han planteado en términos de proceso de colaboración con un sentido del espacio y el tiempo que permita al espectador poder recrear su entorno y tener una actividad más participativa.

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