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México D.F. Miércoles 28 de abril de 2004
Arnoldo Kraus
Víctimas
ƑCómo mediar entre la realidad, entre lo que se puede comprobar, entre lo indefinible y entre las urgencias de la humanidad? Llamo urgencias de la humanidad a las incontables condiciones que "anuncian" el deterioro de nuestra especie: Ƒcuándo se ha visto que matar no sea suficiente para satisfacer el odio, la venganza, la inquina? Me refiero a los presos decapitados en Brasil, al policía español que fue desenterrado para quemarlo y cortarle la mano; a los pueblos africanos que en algunas décadas desaparecerán del mapa, si sus dirigentes siguen negando la existencia del sida y las compañías farmacéuticas continúan encareciendo los medicamentos, y a un largo etcétera que termino, para no llenar la página con ejemplos similares, citando al filósofo Theodor Adorno: "el sufrimiento es la condición de toda verdad".
Sufrimiento y verdad son la columna vertebral del discurso de las víctimas y su mirada es fundamental para (re)considerar el concepto de la realidad. Las vivencias de los presos de Guantánamo, de los familiares de los muertos palestinos e israelíes, de las y los desaparecidos, de los inmigrantes que continuamente cruzan las fronteras del mundo para sobrevivir, son argumentos no de otra realidad, sino de una de las más dolorosas e inescapables realidades que habitan el mundo. Escucharlos, como dicen los estudiosos de la memoria, podría servir para paliar el peso de la desmemoria, que a su vez es la fuente principal de nuevas víctimas.
El sufrimiento es, además, una de las características que hermana a todas las víctimas y que les confiere per se el derecho de buscar la verdad, así como el de exigir justicia. Para muchas víctimas, como Primo Levi, la probable solución contra "el mal" no reside ni en el perdón ni en la venganza, sino en la justicia. Justicia que, de implantarse, serviría a las víctimas, pero, sobre todo, al mundo. El perdón es un valor personal que no puede ni debe generalizarse: cada uno sabe qué es lo que se puede y debe condonar. El indulto como cura "generalizada" no basta, pues cada víctima posee su verdad y cada quien sabe si su perdón es suficiente para dar paso al olvido, al "olvido sano".
Lo mismo sucede con la venganza. Resarcir el daño sufrido por medio de la violencia o de la venganza no tiende a reparar las heridas propias ni a aligerar la carga del pasado. Sirve, más bien, para seguir alimentando la hoguera. Queda entonces, como dice Levi, la justicia, ese bien que comparte la impensable dualidad de ser a la vez indispensable y etérea. Entiendo, vestido de escepticismo, que la idea de la justicia es lo adecuado, pero Ƒes posible ponerla en práctica? Si repasamos el mapamundi contemporáneo, la respuesta es no. Si repasamos lo que dicen las víctimas o los textos que versan sobre la memoria, la respuesta, la única respuesta posible, radica en diseminar los testimonios de las víctimas.
Así como el mundo ha sido recorrido por el fantasma del comunismo, por la realidad del nazismo, por las tropelías de George W. Bush o por la crudeza de la globalización, en la actualidad el orbe puede dividirse en el de víctimas y victimarios. División que persiste, entre otras razones, porque el ser humano requiere una dosis de violencia para continuar afirmando su condición y porque hemos sido incapaces de valorar y transmitir el peso y la trascendencia de las catástrofes humanas que definieron el siglo pasado -desde Armenia hasta Ruanda. Es decir, por la incapacidad de dar a la memoria el valor justo, de saber que no actúa espontáneamente, sino que es imprescindible enseñarla, fortificarla, estudiarla. En ese vacío, en el del silencio y de la ausencia de voz -males similares, pero no iguales- es donde reside el papel fundamental de las víctimas y de los testigos.
El mundo es un laboratorio plagado de víctimas y de olvido. Un laboratorio donde el legado de las víctimas podría servir -sin duda la mejor y más confiable fuente- como antídoto contra la desmemoria. En el ámbito médico es frecuente pedir a los enfermos que han padecido alguna enfermedad por mucho tiempo que expliquen a los pacientes nuevos lo que deben hacer para detener el progreso de la patología. Sus palabras son lección inmejorable. Lo mismo debería hacerse con las víctimas. Darles la voz, en las escuelas, en las iglesias, en manifestaciones públicas o en otros sitios de reunión, podría servir para alimentar la memoria y contextualizar al ser humano de la realidad de las víctimas. Quizás así disminuya "un poco" la complicidad del ser humano, cuyo silencio posterga la justicia, contribuye con los genocidios y excluye la voz de las víctimas.
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