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México D.F. Miércoles 28 de abril de 2004

Rolando Cordera Campos

Vivir la dependencia

Sigue la mata dando. Ahora, como ocurrió en 2001 y se volvió a presentar al calor del voto en el Consejo de Seguridad de la ONU sobre la invasión a Irak, tenemos frente a nosotros la fragilidad del Estado ante su poderoso vecino.

"Rompe Estados Unidos el tratado de cooperación", propalaron a coro radios, tele y algunos diarios. "Desnuda EU a Hacienda en el caso Ponce", pontificó el nuestro desde su primera plana. Los empresarios, o quienes los representan, se llenan la boca de temor ante lo que los veleidosos mercados vayan a pensar. Todos a una olvidan o soslayan lo elemental y vuelven una contingencia en una emergencia nacional. La disposición solícita a depender de la voz del amo se impone sobre cualquier consideración específica y pausada sobre el tema en cuestión. Pareciera que de lo que se trata es de vivir en crispación permanente con tal de no ocuparse de lo esencial.

El presidente Fox recorrió el país condenando a su obligado condómino en el gobierno de la capital, para luego descubrir por las encuestas que López Obrador es conocido en todas partes, que su popularidad no es asunto local y que se mantiene a la cabeza de este grotesco carnaval en que se ha convertido la sucesión presidencial de 2006. Pero nuestro jefe del Gobierno del Distrito Federal no conoce ni reconoce reposo y abre fuego de izquierda a derecha y de arriba abajo y arrambla contra la Secretaría de Hacienda o contra quien resulte responsable en el complot interminable y muestra su enorme disposición a pasar por encima de las formas republicanas y del sentido común, y se lleva al baile del litigio político de banqueta a su respetable procurador general de Justicia. Todo, con tal de no encarar lo esencial.

Lo esencial: encontrar la organización necesaria para poner en movimiento nuestras capacidades básicas existentes y empezar a crecer, como cuerpo político y, más que nada, como sociedad económica. El viejo problema económico del que hablaban los clásicos sigue entre nosotros como si nada hubiera pasado y se apodera de los sentimientos elementales de la nación. Lo que priva es la pobreza y la desigualdad, la falta de expectativas, la pérdida de esperanzas, un conflicto de clases larvado que los audaces voceros empresariales quieren resolver de una vez y para siempre con toda "la fuerza del Estado". Y debajo de todo ello, una fatídica resignación ante un estancamiento prolongado que ya es, para muchos ciudadanos, la única realidad imaginable, el único panorama visible.

Junto a esto, la política empieza a ser vista por los mexicanos de a pie y propuesta a diario por los medios masivos como una actividad nefasta, corrosiva, cuya pluralidad apenas estrenada debía ser transada por mejorías materiales que, se piensa, pueden provenir de algún salvador providencial, de alguna dama astuta, de algún hijo de la mejores familias... de entonces. Dicho de otra manera, frente a un problema económico elemental y brutal, asumido como insoluble por nuestros sabios del mercado, se pasa ahora a decretar la futilidad de la política democrática y a buscar como salida la antipolítica, el gobierno de los pocos autodesignados elegidos, el rechazo a las instituciones que apenas ayer eran motivo de orgullo nacional y nos daban confianza mínima en nuestras capacidades de autogobierno como sociedad madura. La espera a que desde fuera, una vez ofrecidas las disculpas o los votos del caso, vengan el perdón y la redención.

ƑPor qué no crecemos?, se preguntan los economistas convocados en Huatusco por Javier Beristáin, Emilio Ocampo y otros de sus colegas del ITAM. Muchas e interesantes reflexiones se pusieron sobre la mesa en aquella ocasión, críticas a lo hecho o a lo omitido en los momentos fulgurantes del cambio económico, reconocimiento claro de lo mucho que falta en materia de instituciones y política democrática; en fin, un diagnóstico estimulante y una batería de líneas de pensamiento y acción que alimentarán el debate sobre nuestra economía política, cuando éste pueda darse.

Por lo pronto, a la vista de los más recientes despropósitos del gobierno y de sus opositores, esta vez frente a una elemental reacción de los burócratas del Tesoro estadunidense, quisiera adelantar una respuesta tentativa a la gran cuestión planteada por Beristáin y compañeros: no crecemos porque nos hemos acostumbrado a no hacerlo; porque hemos optado, en la política y en la economía, por una adolescencia sin fecha de término, un estado imaginario que nos remite sin clemencia a vivir en la dependencia... de los milagros de la Morenita o de los favores de nuestros primos.

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