México D.F. Domingo 11 de abril de 2004
Patrick Cockburn
Uno: el frente de guerra
Si Irak llega a ser visto como el Vietnam del presidente George W. Bush, esta semana anterior puede ser el equivalente a la ofensiva de Tet de 1968, el mo-mento en que Washington descubrió que, pese a toda su abrumadora superioridad militar, no estaba ganando la guerra. Los líderes civiles y militares estadunidenses en Irak descubrieron que su autoridad era un castillo de arena. Se de-rrumbó con extraordinaria rapidez a la vista de una oposición mal armada y peor organizada en Fallujah y en el sur de Irak. El mensaje era que los opositores a Estados Unidos en Irak no son muy fuertes, pero la coalición en sí es muy débil.
No sólo grandes porciones del país están fuera del control de los ocupantes; Estados Unidos es más débil en Irak hoy que hace un año, después del derrocamiento de Saddam Hussein. Este sábado, sus mismos aliados del consejo gobernante que designó lo acusaban de "genocidio". En el terreno, las tropas estadunidenses reconocen que no tienen amigos entre las fuerzas iraquíes que supuestamente están de su parte, e inclusive los más cercanos aliados de Washington en Irak están corriendo a resguardarse.
Sin embargo, los desastres de la semana anterior, los peores en términos políticos desde que el presidente Bush decidió invadir Irak, son en buena medida causados por los propios invasores. Estados Unidos se encontró de pronto combatiendo una guerra en dos frentes porque reaccionó en exceso a la presión, política y militar, de importantes grupos minoritarios en las co-munidades sunita y chiíta.
En Vietnam, un comandante estadunidense dijo una vez en relación con una aldea: "Tuvimos que destruirla para salvarla". En Irak puede que se diga lo mismo de Fallujah. Es cierto que desde el principio de la guerra ha sido la ciudad más militante y antiestadunidense en Irak, pero no es típica del todo. Sunita por religión y sumamente tribal, tiene bien ganada fama entre los iraquíes de ser un bastión de bandidos. Los bagdadíes, inclusive los que simpatizan con la resistencia señalan que la gente de Fallujah libra su propia lucha privada con Estados Unidos.
Sin embargo, el invasor respondió a la matanza de cuatro contratistas en Fallujah enviando mil 200 marines a imponer un cerco medieval, en el cual en principio se negaron a permitir la entrada o salida de ambulancias. Si en realidad creía que era atacado por una minúscula minoría, preguntaban los iraquíes, Ƒpor qué atacaba una ciudad de 300 mil habitantes? El resultado ha sido convertir a Fallujah en un símbolo nacionalista y religioso para todos los iraquíes.
Por primera vez la resistencia armada ad-quiere verdadera popularidad en Bagdad. Antes los iraquíes la aprobaban como la única forma de presionar a los invasores, pero al mismo tiempo recelaban de los guerrilleros, por miedo al fanatismo religioso o a los puntos de contacto con el su-mamente impopular régimen de Hussein. Pero gracias a Fallujah, eso ha cambiado: el nacionalismo iraquí ha vuelto a escena.
Los primeros refugiados que llegaron ayer a Bagdad fueron recibidos como héroes. En la mezquita Khalid Bin Whalid, en el distrito de Dhora, unas 300 personas se han ofrecido a alojar a familias de Fallujah. De hecho había mucho más ofertas de acomodo que refugiados necesitados de él.
"Tengo dos esposas en dos casas", dijo un hombre, "pero ellas pueden ir a quedarse con sus padres para que los de Fallujah vivan allí." El banco de sangre de Bagdad, ubicado en el barrio de Addamiyah, también estaba abarrotado de personas que querían donar sangre para los heridos.
Estados Unidos cometió un error similar al arrinconar a Moqtada al Sadr, el joven clérigo. Su grupo siempre ha estado bien organizado y tiene un núcleo de adeptos incondicionales. Su posición depende de la fama de su padre, el mártir Mohammed Sadiq al Sadr, asesinado por Saddam en 1999, pero jamás logró movilizar a mu-chas personas en el pasado. Durante su confrontación con las autoridades, en octubre, fue incapaz de poner más de un par de miles de manifestantes en la calles de Ciudad Sadr, que supuestamente es su centro de operaciones.
Moqtada al Sadr era una irritación para la Autoridad Provisional de Coalición (APC), pero jamás rivalizó en influencia con prominentes clérigos chiítas como el gran ayatola Alí al Sistani. No había signos reales de que el movimiento de Sadr se dirigiera a alguna parte. Luego, el 28 de marzo, Paul Bremer, dirigente de la APC, cerró el periódico del clérigo, Al Hawza, antes de arrestar en Najaf a uno de sus lugartenientes, Mustafá Yaqubi. Puede que haya sido un golpe preventivo para sacar de la jugada a Sadr antes de la entrega nominal del poder al consejo gobernante, el 30 de junio, pero ha resultado ser un desastroso error de juicio.
La milicia uniformada de negro del jo-ven clérigo, conocida como el ejército del Mahdi, constará acaso de 5 mil hombres. Pero tan pronto pasó a la ofensiva puso en evidencia la fragilidad del apoyo estadunidense entre la policía iraquí y las unidades paramilitares entrenadas por el Pentágono, como el Cuerpo Iraquí de Defensa Civil, el cual se esperaba que asumiera una parte cada vez mayor de las funciones de seguridad.
Unos 200 mil iraquíes pertenecen a esas fuerzas. Sin embargo, confrontada por el ejército del Mahdi, la policía se dispersó, a menudo tras entregar sus armas a los milicianos de Sadr. Cuando el ejército del Mahdi avanzó hacia la ciudad de Kut, situada sobre el Tigris, al sur de Bagdad, la policía desapareció y los soldados ucranianos que custodiaban la ciudad se replegaron. No sólo los aliados iraquíes locales mostraron no estar preparados para combatir: la crisis puso también intensa presión sobre los aliados extranjeros de Washington, como polacos, búlgaros y japoneses, así como los ucranianos, que tienen fuerzas militares en el sur. Habían ido allí en la creencia de que estarían a salvo de daños, y ahora han descubierto que resguardan algunas de las ciudades más peligrosas del país.
El viernes, una fuerza de mil marines estadunidenses contratacó y recapturó Kut. Cuando los policías locales fueron a verlos, los marines decomisaron de inmediato las pocas armas que no les había quitado el ejército del Mahdi y se retiraron de la ciudad, sin dejar a nadie para cuidar el orden.
En cuanto al Cuerpo de Defensa Civil, sus hombres están acusados de atraer a los cuatro contratistas estadunidenses a una trampa en Fallujah a finales del mes anterior, para conducirlos a su muerte y mutilación. Sin embargo, ese hecho ha quedado casi olvidado con la ferocidad de la respuesta estadunidense. La mañana de este sábado el consejo de gobierno, al que su-puestamente Estados Unidos entregará el poder el 30 de junio, emitió una declaración en la que demanda poner fin a la acción militar y al "castigo colectivo", en referencia al sitio de Fallujah.
Uno de los más famosos líderes de la guerrilla contra Saddam Hussein, el llamado príncipe de los pantanos, Abdul Karim Mahoud al Mohammedawi, dijo que suspendería su mebresía en el consejo hasta que "se detenga el baño de sangre en Irak". Otro miembro, Adhan Pachachi, ex ministro iraquí del Exterior, cuyo lenguaje es en general sumamente diplomático, denunció el sitio expresando: "No es correcto castigar a todo el pueblo de Fallujah, y consideramos que estas operaciones de los estadunidenses son inaceptables e ilegales". El aislamiento político de los invasores en Irak, aparte del apoyo que tienen entre los kurdos, es ahora casi completo.
ƑCómo se permitió que esto ocurriera? ƑPor qué Bremer cayó con tanta facilidad en la provocación de los opositores a su país? Una respuesta probable es que los civiles de línea dura del Pentágono retienen su control de la APC, la cual han llenado de neoconservadores como ellos, que comparten sus sobresimplificados programas para Irak. El Departamento de Estado aún tiene poca influencia.
En consecuencia, Washington se ve reducido a jugar la última carta que le queda en Irak: su abrumador poderío militar. Después del sitio de Fallujah, su ejército promete que Sadr será "aplastado", lo que significa un asalto militar sobre la ciudad sagrada chiíta de Najaf y posiblemente sobre Kerbala. Aun si retrocede -y este sábado decretó un cese del fuego en Fallujah- significará que los insurgentes habrán logrado un poco de reconocimiento oficial.
Bremer y sus colegas están ahora en un estado de negación. En los días anteriores a la caída de Saddam, el ministro iraquí de Información, a quien de inmediato bautizaron como el cómico Alí, fue objeto de burlas internacionales cuando insistió en que las tropas estadunidenses no habían capturado el Aeropuerto Internacional de Bagdad. El viernes, los comandantes estadunidenses en Irak enviaban convoyes mal defendidos de vulnerables pipas de gasolina por el camino que sale del aeropuerto, pasando por alto el hecho de que el campo circundante está en poder de los guerrilleros. No fue sorpresa que los convoyes fueran emboscados de inmediato; ayer, Estados Unidos reconoció que dos de sus hombres fueron capturados y otro pereció.
En la época de la invasión, el año pasado, los iraquíes estaban divididos a partes iguales en cuanto a los méritos de lo que ocurría. Dieron la bienvenida al derrocamiento de Hussein, cuya rápida caída mostró la precariedad de su respaldo. Muchos estaban preparados a pagar el precio de la ocupación temporal.
En cuanto a los estadunidenses, la guerra de guerrillas fue peor de lo que esperaban, pero todavía estaba confinada a las zonas sunitas de Irak, por extensas que sean. Washington no enfrentaba al Vietcong, con respaldo de Vietnam del Norte: se ha necesitado una serie de errores que nadie provocó, mucho peores que los cometidos en Vietnam, para que las cosas estén tan mal ahora.
Al disolver el Estado iraquí y tratar sólo con quienes llevaban años en el exilio, Washington comenzó a alienar a los iraquíes como un todo. Bremer y la APC se confinaron en los viejos palacios de Saddam, y cuando visitaban otras ciudades se instalaban lejos de la realidad de la vida iraquí, sobre todo de la creciente irritación por la falta de oportunidades económicas.
Aun ahora hay sólo signos limitados de que Washington y la APC entienden la extensión de la derrota política sufrida. Si no están preparados para sostener a Irak con una numerosa guarnición militar, necesitan aliados árabes (...) y de ellos en estos días prácticamente no tienen ninguno. © The Independent Traducción: Jorge Anaya
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