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México D.F. Miércoles 7 de abril de 2004
Arnoldo Kraus
Enfermedad y lenguaje
Entender el lenguaje de los enfermos y de los médicos puede ser complejo. Con frecuencia, los primeros no logran encontrar las palabras adecuadas para expresar sus dolencias o sus síntomas. Es fácil hacerlo cuando la situación es obvia -el dolor de una fractura-, pero puede no serlo cuando las quejas implican órganos internos, malestares mal definidos que provengan, por ejemplo, de la cabeza, o bien, cuando el problema sea depresión o ansiedad. A su vez, los médicos suelen ser torpes cuando tienen que explicarle al afectado las razones de su mal, ya sea porque usan lenguaje técnico o por que no son capaces de comunicarse con sus pacientes. Esas desventuras me remiten, con frecuencia, a una idea que suelo repetir. Ludwig Wittgenstein decía que "los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo". Es obvio que el orden de las palabras del filósofo austriaco es correcto, pero, Ƒse molestaría Wittgenstein si reordenamos sus palabras? ƑPodría ser adecuada la oración, "los límites de mi mundo son los límites de mi lenguaje"?
En la frase original, las palabras internas -o las Palabras, con mayúscula- son las que transportan a la persona al exterior, las que dan vida a sus sentimientos, las que dan otro rostro a su cara, las que delimitan su mundo; su mundo social, político, amoroso, de relación o de enfermedad. En cambio, en el "atropello" que le he hecho a Wittgenstein, la mirada y la autocrítica nacen a partir del mundo externo. Asimismo, las oportunidades de habitar y vivir "ese mundo", son las que le permiten al individuo expresarse.
Es evidente que al alterar el orden de las palabras de la idea original, el "plagio reordenado", modifica el sentido y el mensaje de Wittgenstein. En una se parte de lo interno a lo externo y en la otra de lo externo a lo interno. Ese orden desordenado -o acaso será mejor decir, "ese desorden ordenado"- le sucede con frecuencia a los enfermos cuando expresan sus síntomas. Escuchar esas vivencias permite comprender las razones por las cuáles, "es válido", alterar el ritmo de las palabras de Wittgenstein. En espera de que los lectores colaboren conmigo y aclaren algunos diagnósticos, comparto algunas expresiones de nueve pacientes.
Una joven enferma que padecía escleroderma, y quien llevaba tosiendo dos meses, dijo: "Al dormir dejo de toser. También mi tos descansa".
Cuando le pregunté a una paciente senil, cercana a los 90 años, por qué no caminaba, me dijo con absoluta seriedad: "Intento caminar pero no puedo. No es falta de fuerzas. Es otra cosa. Le he pedido a mis piernas que lo hagan pero ya no saben cómo moverse".
Una mujer madura, que padecía una enfermedad que afecta el sistema nervioso central y que se encontraba, amén de sicótica, muy angustiada, pues no quería parecer enferma, repetía obsesivamente, "no crea nada de lo que me sucede. Todo lo invento".
Un campesino a quien no le funcionaban bien las piernas y cuya sensibilidad se había alterado, comentó: "mis pies no tienen sentimiento".
Un paciente joven, casi analfabeto y que tenía una enfermedad muy grave que había mermado muchas de sus capacidades vitales y su fuerza, dijo "duermo y no me lleno".
Otro joven, quién había perdido casi la audición, aseveraba: "tengo mis oídos apagados".
Otra enferma, de 88 años, que tenía prótesis en ambas rodillas y se encontraba un poco deprimida, pero que seguía tomando clases de ballet, me explicaba que cuando bailaba, sentía "las cosas menos vivas".
Otra mujer, quien padecía problemas de circulación por lo que tenía casi siempre las piernas frías, me solicitó "una medicina para alimentar sus piernas".
Otra paciente, quien se encontraba deprimida y no lograba vencer esa situación, me explicaba que tenía una "tristeza anquilosada".
El listado previo es un dechado maravilloso de lo que puede ser el lenguaje de los enfermos. Leerlo y entenderlo, ya sea bajo el escrutinio médico o bajo una mirada literaria es un reto y un placer: permite conocer otros rincones de la persona mediante la interpretación que ellos hacen de sus males. Permite, asimismo, vivir el sentido de la enfermedad a partir del viaje interno que suelen hacer los enfermos. Ese lenguaje contiene tintes poéticos, personales, químicos, místicos y reales, pero, sobre todo, refleja el peso de las Palabras a partir del dolor. Su lectura, revela, por supuesto, que Wittgenstein tiene razón, pero, no toda la razón: en la enfermedad, lo externo y lo interno se mezclan ad infinitum, por lo que cada paciente interpreta sus males a partir de su momento y de su realidad.
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