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México D.F. Lunes 5 de abril de 2004
Marcos Roitman Rosenmann
La red
Los espejismos nos atrapan, lo inexistente acaba por convertirse en real y la ficción se apodera de la realidad. Nos conformamos con la vida fácil que nos transporta al mejor de los mundos posibles: el virtual. Proponemos principios de explicación perversos para tranquilizar las conciencias y justificar nuestras acciones. El ejemplo más común es el bloqueo ético. No queremos ver ni oír ni utilizar tonos de voz muy agudos o muy graves para no molestar a nadie. Tener la certeza que mi cuerpo no saldrá despedido al espacio, perdiéndose en el vacío cósmico, gracias a la ley de gravedad, nos acerca al mismo tipo de seguridad que da pertenecer a un orden social con un derrotero prestablecido. Por contra, la sensación de intranquilidad se adueña de nosotros ante la mera idea de tener que construir la realidad, manejando la contingencia. Eso de hacer camino al andar es un recurso poético. Pedimos, mejor dicho, exigimos orden, mucho orden. La elite política, haciéndose eco de las demandas del "respetable" las transforma en seguridad y control social. Técnicos y especialistas en tolerancia cero toman el mando. Bajo la falsa dicotomía disolución o cohesión, se proyecta la estrategia de seguridad interior y paz exterior. El Estado aumenta peligrosamente sus cuotas de violencia institucional y las transfiere al "soberano" como costo por garantizar su acceso a la propiedad privada y la economía de mercado.
Queremos tener confianza en el mañana. El futuro no puede quedar al pairo, debe planificarse meticulosamente. Deseamos creer en él. Pero también necesitamos aferrarnos a un mundo regulado y ordenado de origen mítico-teológico. Cuán difícil sería la existencia en el sistema social sin tabúes, mitos y rituales. Nos educan para aceptar los tabúes, respetar los mitos y practicar los rituales. Ejemplo de ello es la triada perdición, destrucción y disolución. No se puede beber del fruto prohibido del conocimiento: es nuestra perdición. Tampoco podemos cuestionar el origen teológico del capitalismo, nos acerca a la destrucción; y menos aún criticar la rutina del consumidor, ello es dar un paso más hacia la disolución del sistema.
En contraposición nos proponen otro triángulo más acorde con los tiempos del mercado. Ser ignorante, complaciente y sumiso, ése es el carácter más idóneo para construir un orden-red. La red, ese concepto tan atractivo que hoy inunda la literatura y está presente en todos los campos de las ciencias sociales, de la vida o de la materia, es el nuevo mito constituyente del sistema. Todo está en la red y todo son redes. El amor, el poder, el dinero o la amistad se pueden vivir en la red. El sentido virtual de la realidad permite diluir la vida para solidificarla más tarde bajo la consistencia de la comunicación en red. Emisores y receptores. Si por algún casual alguien no sabe hacer uso de la comunicación en red, nadie se extravía o pierde el rumbo, tiene navegadores, ayudas amables que resuelven la angustia. Todos son operadores sistémicos conectados entre sí gracias al fluir constante de electrones ávidos de servir a los usuarios de la red. Inmersos en sus realidades virtuales desarrollan una vida placentera visitando recónditos paisajes hasta la concupiscencia. La comunicación no se rompe jamás. La urdimbre de la red garantiza su inmortalidad. En la red no hay vacío absoluto. En la red todo está dicho y hecho. Todo está pensado, su entramado fino cubre los deseos más recónditos del operador sistémico. Siempre hay fuerzas para continuar.
El sistema impone su lógica y con ello nos aproximamos cada vez más a la muerte del sujeto y la desaparición de la democracia. El control de red es cada vez mayor. A un primer instante de "libertad" le sigue un periodo de asentamiento y colonización, donde la cantidad de información disponible se confunde con el saber democrático. El secreto o el acceso restringido a la información desplaza de la red el conocimiento y el saber, sobre todo el destinado a configurar el panóptico del poder. Este tipo de conocimiento no está en la red, sus canales son otros, y desde luego no pasan por el entramado de la comunicación abierta. La red presenta un mundo para ser consumido. Noticias, política, movimientos sociales, luchas de liberación, amén de las páginas porno.
Resultaría un contrasentido que el gobierno estadunidense, o cualquier otro, pusiese a disposición de los usuarios de la red sus estrategias de dominación y sus empresas militares. Igual sucede con cualquier organización política o social, cuyas señas de identidad podemos encontrar en la red. Tenemos acceso a lo conocido, a lo ya realizado. La red es siempre pasado, realidad cosificada y codificada binariamente. Pero no es todo, además la red discrimina. Tener acceso a informaciones supone desembolsar dinero. No todo circula libremente en la red. Sería un contrasentido. El mercado es el que define la amplitud de la noticia de libre acceso. Si ya supone un costo económico conectarse a la red y pagar por "navegar", factor que discrimina, se acepte o no, la obligación de apoquinar por información termina por reproducir la exclusión existente en el sistema social. El que tiene medios puede obtener mejores réditos. La red no es democrática ni su objetivo es potenciarla. Las relaciones de explotación no desaparecen con el advenimiento de la red. Más bien las reproduce y expande. En ella se pueden encontrar desde pederastas hasta traficantes de mujeres y niños. Los sitios más visitados son los comercios, cuyas ventas han aumentado en proporciones nada desdeñables. La explotación se realiza en la red como un momento más del proceso de reproducción del capital a escala planetaria.
Al igual que sucediese con la globalización, pocos son los que están dispuestos a criticar el pensamiento sistémico de red. Es preferible ser marginal en la red que convertirse en anti red. No se trata de apagar las computadoras y comunicarnos por tambores. Cuestionar la estructura de la red conlleva preguntarse si cabe, como algunos así piensan, la posibilidad del uso democrático de la red. Tal vez hablemos de libertad de expresión, pero nunca de democracia. Como tampoco hay globalización democrática; es impensable una red con dichas características. Su objetivo es producir operadores de red, no ciudadanía democrática. Hoy más de dos tercios de la población mundial está excluida de participar en la red, y sus problemas no pasan por tener un ordenador conectado a Internet. Pasan por garantizar la vida en su nivel más elemental: alimentación, vivienda, salud, educación y trabajo.
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