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México D.F. Viernes 2 de abril de 2004

Gabriela Rodríguez

La guerra cultural

Las naciones del mundo somos blanco de una guerra cultural que se basa en el resurgimiento de nuevas formas de fundamentalismo religioso y político. Buscando ganar influencia en las instituciones sociales y estatales, desde distintos ángulos, tanto judeo-cristianos como islámicos, vienen ocurriendo transformaciones que acusan un rasgo similar: el rechazo a la apertura del pensamiento y la condena a las diversas formas de vida que caracterizan a las sociedades modernas.

Los fundamentalistas ofrecen certezas absolutas y orientaciones incuestionables para imponer una moral práctica de vida como protesta ante los vicios y pecados del mundo. En 1978 el cónclave de Roma eligió a Karol Wojtyla nuevo papa de la Iglesia católica para disipar el pluralismo y las teologías católicas de izquierda que propició el Concilio Vaticano II. En Estados Unidos triunfó en 1980 Ronald Reagan como candidato a la presidencia, en gran parte gracias a la propaganda realizada por grupos fundamentalistas estadunidenses, como la famosa y extendida Moral Majority. Por su lado, el renacimiento del islamismo condujo en la década de los 70 al crecimiento de movimientos islámicos desde Malasia hasta Senegal y desde las repúblicas soviéticas hasta las grandes metrópolis europeas en las que viven millones de inmigrantes musulmanes.

En México y América Latina somos víctimas de una combinación de dos fundamentalismos: el católico, que otorga gran peso a la tradición y a los dogmas, y más veladamente el de las iglesias protestantes estadunidenses, que se distinguen por el peso que le conceden a los escritos y a formas más organizadas de influencia en instancias políticas e institucionales. Con vocación de apostolado voluntario y altruista actúan sobre todo ahí, donde hay separación entre religión y poder.

Recientemente México fue sede del tercer Congreso Mundial de Familias. Los días 29, 30 y 31 de marzo se reunieron líderes fundamentalistas, principalmente cristianos norteamericanos, algunos judíos y musulmanes, así como un importante contingente de jerarcas de la Iglesia católica. El patrocinio correspondió a empresarios y organizaciones civiles religiosas, aquellas que están apoyando la relección del presidente George W. Bush (quien también suscribió la convocatoria): Howard Center for Family, Religion and Society (HCFRS), Human Life International, United Families International, Focus on the Family, entre otras.

Sin el menor escrúpulo ante el Estado laico, el DIF nacional eligió ese foro para iniciar un estudio diagnóstico sobre las familias mexicanas. Además, la señora Marta Sahagún inauguró el acto; todavía no sé si acudió en su calidad de representante de la Presidencia o como candidata al 2006, como la voz de la sociedad filantrópica o como militante católica que vive en pecado, pero ella eligió abrir con una cita de Juan Pablo II: "Cuando las mujeres tienen la posibilidad de transmitir plenamente sus dones a toda la comunidad, cambia positivamente el modo de comprender y organizar la sociedad, fomentando la unidad de la familia humana".

Los principales objetivos del congreso fueron: celebrar la familia natural (padre y madre en unión matrimonial, perpetua y fiel) como unidad social fundamental; promover su estabilidad, autonomía y fecundidad, y contrarrestar las fuerzas "antifamilia" contemporáneas con una visión más positiva. El proyecto para organizar estos congresos mundiales de la familia fue desarrollado en 1996 por Allan Carlson, presidente de The Howard Center for Family, Religion and Society (HCFR), conocido por su activismo en diversos movimientos conservadores de Estados Unidos, y porque en 1988 fue designado miembro de la Comisión Nacional de la Infancia por el presidente Reagan.

Con la explícita estrategia de formar coaliciones en favor de la familia en cada Estado y nación, buscan influir en las políticas públicas, particularmente en Naciones Unidas, para detener los movimientos en favor de los derechos sociales y económicos, y de los derechos sexuales y reproductivos de mujeres, adolescentes y minorías.

En un conjunto de ponencias simplistas, reduccionistas y carentes del menor rigor científico, con gran arrogancia y sin argumentación, se mezclaron revelaciones divinas con estadísticas del Banco Mundial, y se concluyeron apologías de las familias como sustento fundamental de la sociedad. Blancos, cristianos y anglos en su mayoría nos aleccionaron sobre la importancia de incentivar a las madres-esposas dedicadas ciento por ciento al hogar, como la más importante institución social para superar la actual crisis de valores.

Tal como afirmó uno de los invitados especiales, Gary Baker, premio Nobel de Economía 1992, es necesario privatizar la educación y fomentar los valores de la maternidad en la escuela, poner en los contratos matrimoniales candados que dificulten las separaciones, disminuir las causales de divorcio y eliminar las becas a madres solteras, así como valorar en cambio el trabajo de crianza de la mujer casada como una inversión económica en los hijos, que son el "capital humano" que nos hará a todos felices y ricos. En fin, un conjunto de consignas aburridas y anacrónicas que no jalaron notas importantes ni de los periódicos ni de los noticiarios, por más que representan la mejor justificación para desplazar las responsabilidades del Estado en esas fuertes y felices "familias naturales"

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