Crónica Sero
Joaquín Hurtado
Pongamos por caso que usted no vive en la ciudad.
Pongamos por caso que no tienes cuarenta y dos, sino siete años.
Pongamos por caso que tu tata murió de una enfermedad que lo fue
dejando flaco, flaco y quijarudo, a los cinco meses que volvió del
Otro Lado. Pongámosle que tu madre un día anda con fiebre
y otro vomita hasta el agua que le da tu abuela. Pongámosle a la
historia que en el pueblo no hay ni siquiera un doctor. Sólo tiene
una escuela unitaria, un cura regañón y pura gente que te
grita niño sidoso por la calle.
Pongamos que no te dejan jugar con otros niños,
ni asolearte, ni salir solo, ni siquiera entrar a misa. Pongamos por caso
que te preguntes qué está pasando a tu alrededor. Qué
es eso que te está creciendo en el sobaco. Qué significa
lo de sidoso cochino. Qué alboroto se traen las señoras que
ayer vinieron a hablar con tu ma, quien apenas se sostenía en pie.
Qué tanto alega doña Concha con el señor de la tienda
cuando pasas por la calle, de la mano de tu abuela.
Pongamos que no entiendes ni entenderás. Porque,
qué va uno a saber a esa edad, cuando lo que uno quiere es brincar
tapias, corretear al becerro de Nicolás y bañarse en el arroyo,
a donde van los niños a llenar los baldes del diario. Pongamos que
no sabes ni sabrás que debes sentir miedo. Tristeza sí. Te
apena tanto que tu abuela llore y se calle y se aguante la de cosas feas
que le dicen en la plaza. Que de puta no la bajen. Que de piruja traigan
a maltraer a tu ma.
Pongamos que un día llegues a la escuela y en la
entrada esté un grupo de doce señoras harto enmuinadas. Aquí
no entran, marranos, les rugen. Ustedes no van a contagiar a nuestros hijos,
dicen. A mi Lupe no le van a envenenar la sangre, advierten. A mi Chilo
no me lo van a pervertir, exigen. Pongamos que te caes porque Ventura te
dio un empellón por la espalda. Pongamos que te sale sangre de la
nariz. Pongamos que la mamá de Rubén pega un aullido como
si hubiera visto al mismito chamuco. Ya ves, le gritarán a tu abuela.
Lárgate con tu mugrero de nieto a morirse con tu perra hija. Así
dirá doña Flor. Así dirán las doce señoras
más los tres hombres que ya se arremolinan en el único salón
de adobe de la escuela Benito Juárez.
Pongamos que eran demasiadas y harto bravas las vecinas
que el año pasado hasta querían ser tus madrinas de primera
comunión. Pongamos que la más canija sea la Paula, la misma
que te daba catecismo y te decía que los niños que se portan
mal se van al infierno. Pongamos que sea la primera en arrojarte el peñascazo.
Pongamos que siguieron dos, tres, veinte, sepa cuantos más pedradas
que no te golpearon tan duro porque tu abuela las atajó con su cuerpo,
que quedó doblado encimita de tu cabeza, protegiéndote.
Pongamos que ya no sabes nada de nada hasta que despiertas
en un camión de redilas. Allá a lo lejos se ve el Cerro Amarillo,
y acá el volcán nevado cada vez más cerca. Supondrás
que vas dejando atrás el pueblo. Supondrás bien. Pero querrás
saber. Y preguntas. Supongamos que ella no te contesta. Supongamos que
sus lágrimas son por ti. Y volverás a preguntar ¿dónde
está mi abuelita? Pero tu madre sólo te abrazará y
seguirá llorando despacito, como siempre.