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México D.F. Miércoles 31 de marzo de 2004
La agrupación ofreció nostálgico
concierto el lunes por la noche en el Auditorio Nacional
Persiste la capacidad musical de Jethro Tull, pero
no su voz
La garganta de Ian Anderson ya no es la misma de los
años 70, cuando cantaba Locomotive breath
JOSE GALAN
Para muchos, el primer acercamiento a Jethro Tull fue
en la secundaria. Y mediante el long play Aqualung. Ni más
ni menos. En la época dorada de los grandes grupos de rock, entre
ellos Led Zeppelin, Genesis, King Crimson, Yes y, desde luego, los Stones,
la banda de Ian Anderson encontraba su muy especial lugar, luego de abrir
conciertos para chavos tan locochones como Gran Funk Railroad. En
la secundaria, escuchar a Ian Anderson era, por decir lo menos, underground,
al lado de The Carpenters, por ejemplo.
Esa
generación regresó, en el Auditorio Nacional, el lunes por
la noche, a la secundaria, a los ánimos de rebeldía utópica
que suelen rondar los 16 o 17 años. Ya hace mucho tiempo de eso,
como lo demuestra la imagen de abuelito perverso del propio Ian Anderson,
o de ruco reventado de su compañero de siempre, el guitarrista
Martin Barre.
El tiempo no pasa en vano. Si bien la pulcritud técnica
de los acompañamientos no ha perdido ni un ápice de su capacidad
de sorprender y recrear a los juglares que rondaban los viejos pueblos
de Gran Bretaña, pero eléctricos y conectados a amplificadores
de gran potencia, esa voz de Ian Anderson, la que nos llevaba de paseo
por Songs from the wood, y que era tan gruesa como un ladrillo -Thick
as a brick-, brilló por su ausencia.
En 1972 o 1973, muchos querían tocar la guitarra
como Neil Young, Jimmy Page o Tommi Iommi, de Black Sabath; la bataca
como Bill Bruford o Phil Collins -antes de que decidiera hacer música
chatarra-, pero muchos querían tocar la flauta o cantar como el
duende vagabundo de Locomotive breath, una de las rolas emblemáticas
de Aqualung. El lunes por la noche, en el primero de los dos conciertos
que la agrupación ofreció en nuestro país, a muchos
se les antojó que Ian Anderson, por lo menos, cantara como Ian Anderson.
Cierto es que en su primera visita a México, hace
12 años, la voz del líder de Jethro Tull ya mostraba signos
de cansancio. Era la altura de la ciudad, aducían los fanáticos
más leales del grupo, y que no son pocos en número. Y bajo
esa premisa, entonces la altura de la ciudad de México le volvió
a jugar una mala pasada. De plano, en la primera rola, Livin'
in the past, el grupo tuvo que llenar las partes corales con improvisaciones
y solos por los problemas de garganta de su director.
Sin embargo, Ian Anderson es un profesional. Le costó
muchísimo trabajo alcanzar las notas en Aqualung, esa gran
canción que es Dave's farm, Heavy horses y, por supuesto,
Locomotive Breath. Inclusive, se ponía de puntitas para alcanzar
esas notas que lo llevaban a realizar gestos de esfuerzo, agigantados por
sendas pantallas a ambos lados del escenario.
Pero el concierto alcanzó momentos cumbre cuando
se colgaba del hombro su pequeña guitarra y homenajeaba las raíces
folk, que le dieron renombre y una larga vida a su grupo. Beside myself
y A week of moments fueron dos piezas muy sabrosas en las que se
significó el profesionalismo del grupo como uno de sus activos más
importantes, más allá de los problemas de sonido y esa voz
estropeada, como la de José José, para que tenga usted una
idea.
El concierto, sin embargo, valió la pena, sobre
todo para recordar cuando, más jóvenes, se ahorraba todo
el dinero posible para ir a una de las pocas tiendas de discos de la ciudad
de México -en aquélla época Yoko, en Génova
20, primer piso, o después Hip 70- y comprar el reciente disco de
Jethro Tull. Muchos llegaron sólo hasta Too old to rock'n'roll,
too young to die. Con la fibra que trae el maese Anderson, es
una lástima que todavía pueda rocanrolear pero ya no cantar.
Hay que rendirle un homenaje colocando los viejos acetatos en el tocadiscos
y cantando con él: ...in the shuffling madness, of a locomotive
breath...
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