México D.F. Domingo 28 de marzo de 2004
MAR DE HISTORIAS
El sabor de la sangre
Cristina Pacheco
Verónica entró en el laboratorio. Corrió al baño y mientras se enfundaba la bata nos preguntó a Magda y a mí si teníamos compromiso para la tarde. Antes de escucharnos se precipitó:
-Lo que sea, cancélenlo. Necesito hablar con ustedes-. Se acercó al cristal que nos separa del vestíbulo convertido en sala de espera: -Hay muchísima gente. šQué bueno! Así no tendré tiempo de pensar.
-Oye: estás muy alborotada. ƑTe sacaste la lotería? -bromeó Magda.
Estimulada por nuestra curiosidad, Verónica levantó los hombros, salió al vestíbulo y se perdió entre el grupo de pacientes que disimulaban la incomodidad de llevar, etiquetadas, muestras de orina y excremento.
-Nunca la había visto tan contenta-. La incredulidad y el asombro modificaron la expresión de Magda: -A lo mejor sí se sacó la lotería.
-šOjalá! Pero más bien creo que le salió un galán. La ilusión de salir con alguien que te diga linda, maravillosa, te renueva. Me asaltó, por sorpresa, el recuerdo de Efraín: -Lo malo es que te falle el romance, porque entonces la vida te devuelve juntos todos los años que el amor te había quitado de encima.
Magda hizo un gesto de disgusto:
-šAy, qué amarga!
-Realista, nada más-. Sentí la mirada compasiva de mi amiga:
-No me veas como si fuera un monstruo: creo en el amor.
-ƑTe has enamorado muchas veces?- Magda me miró con el rabillo del ojo: -No te gusta hablar de esas cosas, Ƒverdad?
Miré hacia el vestíbulo:
-No, y menos cuando tenemos tantos servicios-. Me interrumpí. Entre el grupo de pacientes que iba rumbo a la caja reconocí a Efraín. Apretaba contra su pecho un bulto pequeño. Recordé su horror a las enfermedades. ƑCuál padecería?
-Nena: Ƒqué te pasa?- Magda se paró frente a mí para obligarme a mirarla: -ƑQué tienes? Estás pálida.
Mentí: -Creo que se me bajó la presión.
-Espérame: voy a la cafetería por un jugo de naranja. Es buenísimo.
-Olvídalo y ponte a trabajar-. Me di cuenta de mi aspereza y procuré enmendarla: -No te preocupes. En un momento estaré bien.
Temí que, al salir, Magda llamara la atención de Efraín y que él me descubriera. Conociéndolo, podía estar segura de que a él tampoco le hubiera gustado que nos encontráramos allí, y menos en sus condiciones.
Sentí la tentación de hacerme la encontradiza y, desde la ventaja que me daba no ser yo quien iba a someterse a los análisis, ofrecerle mi ayuda a Efraín. Mi proyecto era infantil y ridículo. Para ejercer la venganza bastaba con mirar a Efraín como nunca lo había visto: inseguro, cohibido, angustiado.
Esa visión, lejos de alegrarme, me llevó a pensar en mí la noche en que, dos años antes, huí del hotel donde Efraín y yo nos alojábamos. En vano quise escapar del recuerdo: mi anhelo de venganza se había convertido en una trampa inescapable. La memoria me devolvió a la noche de la separación.
II
La primera noche de nuestras vacaciones bebíamos una copa en el restaurante. Celebré que, al menos por esa ocasión, no tuviéramos que separarnos para irse cada quien a su casa. Se quedó pensativo y agregué: "ƑNo crees que es hora de que vivamos juntos?" Efraín me acusó de posesiva. Protesté por la injusticia. El dijo, entre muchas otras estupideces, que yo era como todas las mujeres: "Son capaces de cualquier cosa con tal de pescar a un tipo que las mantenga".
Abandoné la mesa, subí al cuarto, empaqué mis cosas y corrí a la terminal de autobuses. Mientras esperaba advertí que, durante el tiempo que Efraín y yo dedicamos a organizar nuestras primeras y últimas vacaciones, no mencionamos lo que haríamos a nuestro regreso.
Nunca se lo confesé, pero yo pensaba que después de una semana de convivencia nuestra relación no podía seguir como antes. Consideré muchas posibilidades, pero jamás aquella violenta interrupción de nuestras vacaciones y mucho menos que regresaría a la ciudad defraudada, sola, con el baby doll y la ropa hechos bola en mi maleta.
Desde el autobús vi una señal: "A México: 475 kilómetros". En menos de cinco horas estaría de vuelta en mi vida. Me horrorizó la perspectiva de enfrentarla sola, como era antes de Efraín. Lamenté la precipitación de mi huida. Quizá Efraín también se hubiera arrepentido de su reacción. La posibilidad me devolvió el optimismo.
Me volví a mirar la autopista. Los automóviles circulaban a gran velocidad; sin embargo, tenía la absurda esperanza de que Efraín nos diera alcance y, después de la primera caseta de cobro, le marcara el alto al chofer. Entonces subiría al autobús para disculparse y proponerme que continuáramos nuestras vacaciones.
III
Como en sueños escuché la voz de Verónica a través de la bocina:
-Señor Efraín Palomares: pase al cubículo seis.
Recordé que ése era el número de la suerte para Efraín. Cuando salíamos a cenar caminábamos en busca de algún vendedor trasnochado que pudiera venderle un billete con terminación en seis. En nuestras últimas -y únicas- vacaciones, en el hotel pidió que nos dieran el búngalo marcado con la cifra mágica.
Al verlo entrar en el cubículo imaginé lo que Efraín estaría pensando: "Me tocó el seis. Buena señal de que no tengo nada grave". Recé porque así fuera y pedí otro milagro: que el tiempo retrocediese hasta el día en que nos conocimos.
Antes de lo que imaginaba nuestra relación se volvió íntima. Efraín encontró lugares donde nos refugiábamos para contarnos nuestras vidas. Cuando mencionaba el futuro, aunque él no lo dijera, me sentía incluida y por lo mismo dichosa. Una noche en la playa todo eso se veló, como un negativo fotográfico expuesto a la luz. IV
Se me ocurrió que pasáramos las vacaciones de Semana Santa en la playa. Efraín rechazó mi propuesta: "Están llenísimas. Vamos a otra parte". Tras mucho insistir lo convencí. La víspera del viaje, le conté el motivo de mi terquedad: "Para celebrarme los quince años, mis padrinos me llevaron a conocer el mar. No teníamos dinero y mi madrina me prestó un traje de baño. Me quedaba muy mal. El viaje fue desagradable y triste. Desde entonces, asocié el sol y la playa con la desdicha. Quiero sustituir esa experiencia nefasta por otra maravillosa".
No fue así. En cuanto llegamos al puerto los malos recuerdos me asaltaron, como si hubieran estado esperándome durante años. Mis esfuerzos por lucir fresca y ligera desaparecieron frente a las hermosas bañistas: volví a ser la quinceañera obesa y torpe, enfundada en un traje desproporcionado.
De nuevo la voz de Verónica interrumpió mis recuerdos:
-El doctor Menchaca pregunta por Luz Elena.
-Sigue con el paciente seis -respondí.
La puerta del cubículo continuaba cerrada. Imaginé a Efraín con el brazo expuesto, dócil ante Luz Elena, procurando disimular su horror a la sangre. Le descubrí esa debilidad la noche en que celebramos su cumpleaños. Al abrir una botella se pinchó el dedo. Brotó una gota de sangre y él la miró horrorizado. Pensé que era una broma y me reí. El gritó: "Ayúdame", como si estuviera mortalmente herido. Enjugué la sangre con mis labios.
Efraín reapareció. Pálido y titubeante, se encaminó hacia la salida. Luz Elena entró en el laboratorio con las muestras y las depositó en la mesa, junto con muchas otras. Temí una posible confusión y me acerqué para comprobar que las probetas estuvieran correctamente marcadas. Al ver el nombre completo de Efraín tuve la esperanza de que, mientras la aguja perforaba sus venas, él hubiera recordado la noche en que enjugué su sangre con mis labios.
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