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México D.F. Miércoles 17 de marzo de 2004
Javier Aranda Luna
Literatura y vida, de Agusto Monterroso
Augusto Monterroso comenzó a leer a Pablo Neruda en 1945, a sus 24 años. Vivía exiliado en México y los poetas indispensables de sus lecturas eran los clásicos latinos y españoles del Siglo de Oro. Para él las novedades literarias se encontraban invariablemente varios siglos atrás. Pero en el México de los 40 dos de sus amigos, Ernesto Mejía Sánchez y Ernesto Cardenal, lo indujeron a leer al poeta chileno que lo mismo cantó al amor con versos que ya forman parte de la tradición literaria hispanoamericana, que pergeñó poemas panfletarios efímeros.
Residencia en la tierra deslumbró al joven Monterroso. Particularmente los poemas Tango del viudo, Caballero solo y Ritual de mis piernas, que aprendió de memoria. Años después, exiliado en Chile, convivió con Pablo Neruda, quien lo ayudó económicamente, lo impulsó a escribir y lo invitó a ser secretario de la revista La gaceta de Chile. Durante más de un año, escribe Monterroso en el libro Literatura y vida, recientemente publicado por Alfaguara, "me brindó múltiples pruebas de afecto que yo jamás habría soñado recibir de aquel poeta de renombre mundial".
Quizá por esa relación afectiva y literaria Tito Monterroso consideró a Neruda, en una encuesta, como uno de los cuatro mejores escritores del siglo XX.
Literatura y vida es, de muchas formas, un libro de memorias, un diario, una bitácora del viaje que Monterroso emprendió por ciertos días que marcaron su memoria. Por eso aparece allí Pablo Neruda. Pero también se encuentran el recuerdo de un erudito lector del Quijote, su hipótesis nada descabellada de considerar a Cervantes el primer ensayista moderno de nuestra lengua, un paseo por los cementerios de Zurich, la constancia de sus lecturas de Rulfo, Borges, Pacheco, Calvino, Cortázar, Kafka, Reyes, Arreola, Bioy Casares, Torri.
Aunque todos los textos de este brevísimo libro resultan disfrutables, La pulga en mi oreja es el que prefiero. Allí aparecen dos poetas: el licencioso escritor victoriano John Donne y el español Lope de Vega. Monterroso los reúne para mostrarnos cómo este insecto fue un magnífico pretexto para expresar el humor y el genio literario de ambos. En el poema de Lope de Vega la pulga, "átomo viviente", muere tras la felicidad de picar "los blancos pechos de Leonor hermosa", y en el de John Donne el insecto mezcla "en su diminuto cuerpo metafísico, con la sangre que ha chupado a ambos, tres vidas: la de ella misma y la del poeta y la de su amada, lo que tampoco la salva de morir triturada por las uñas de ésta".
Los cuentos, según el desaparecido escritor guatemalteco, deben dirigirse a la emoción del lector, pero, advierte, también debe pensarse que existe la emoción de la inteligencia. Sus ensayos, reflexiones y relatos en Literatura y vida apuntan en esas dos direcciones: las ideas están cargadas de emoción y las confesiones están llenas del humor corrosivo que carcome a veces al propio escritor.
En esta época en que todo lo clasificamos (las películas, las zonas, los públicos, los profesores, los transportes, los refrescos) las páginas de Literatura y vida de Monterroso equivalen a respirar un viento que renueva el ánimo porque rehuyen al casillero, al a, b, c de géneros, a la perceptiva literaria que quiere explicarlo todo.
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