Carlos Bonfil

Lunes por la mañana

El Festival Internacional de Cine Contemporáneo de la ciudad de México concluye hoy con la proyección de las cintas ganadoras en las categorías de mejor película, mejor director y mejor opera prima, además de premios diversos a mejor documental latinoamericano, mejor actor, mejor actriz, y a la cinta preferida del público. Al momento de entregar esta nota se desconocen aún los títulos ganadores, pero éstos bien podrían incluir obras tan notables como Uzak (Distante), de Nuri Bilge Ceylan; El regreso, del ruso Dmitry Lesnevsky (León de Oro en el pasado festival de Venecia); Last life in the universe, de Pen-Ek Ratanaruang, estupenda revelación tailandesa; Felizmente tuya, del también tailandés Apichatpong Weerasethakul, y Shara, de Naomi Kawase. La premiación despertará, se espera, el interés de distribuidores por estas obras, que de otro modo tendrían escasas oportunidades de exhibición masiva. Otras tres cintas sobresalientes: Intervención divina, del palestino Elia Suleiman; A las cinco de la tarde, de la iraní Samira Makhmalbaf, y Placeres desconocidos, del chino Jia Zhangke.

En Galas, una sección del festival con obras de grandes realizadores, destaca Lunes por la mañana (Lundi matin), del georgiano Otar Iosseliani, cuya filmografía ha corrido con poca suerte de exhibición en nuestro país. Este director, radicado en Francia desde principios de los años 80, posee un estilo intimista y cautivador en su descripción minuciosa de la provincia, tanto en sus primeros cinco largometrajes georgianos como en los cinco posteriores que le dieron celebridad en Occidente, y en los que destacan dos, ambos de los años 90: La caza de las mariposas y Adieu plancher des vaches. Una característica de su estilo es una comicidad contenida, casi silente y coreográfica, al estilo de Jacques Tati (Las vacaciones del Sr. Hulot), en películas que son sátiras de la vida moderna y elogio de un edén rural donde sobreviven, laboriosamente, algunas tradiciones.

En Lunes por la mañana se elogia también la fuga, la aventura existencial de Vincent (Jacques Bidou), obrero en una fábrica química de la región de Lyon, quien una mañana decide abandonar su empleo, y a la familia que lo ignora; abandonar, en suma, la rutina laboral y doméstica, para treparse en un tren, con la traviesa complicidad de su padre enfermo, hacia un destino meridional, Venecia, lugar donde no conoce a nadie, y donde pronto se sconvertirá en un vagabundo entrañable. Un vagabundo libertario y hedonista, como los personajes del clásico de René Clair, šViva la libertad! (A nous la liberté!, 1932). Durante una estupenda primera parte, Iosseliani presenta a un Vincent intimidado y disminuido por una serie de prohibiciones, desde el vigoroso anuncio "Estrictamente prohibido fumar" a la entrada de la fábrica, hasta el trato humillante a que lo someten su esposa e hijos, quienes lo consideran un entrometido inútil. Luego de esta exposición costumbrista, a la vez cómica y amarga, el director introduce a Vincent en un mundo de fantasías liberadoras, en una Venecia que es calculadora trampa para turistas y aristocrático enclave del anacronismo. Una secuencia muestra a un noble venido a menos, simulando ser gran pianista y amante del arte, con base en conciertos pregrabados y pinturas de tres pesos. A este marqués lo interpreta con brío el propio Iosselani. Hay otras fantasías, como la llegada al pueblo francés de una banda de gitanos, o el detalle de un cocodrilo pequeño, mascota del lugar, que será modelo para un fresco al interior de la iglesia, que muestra a San Jorge sometiendo con su lanza a un dragón infame. A un amigo de Vincent, la crisis del desempleo lo ha obligado a travestirse y volverse cuidadora de mingitorios, Madame Pipi, y a convivir miserable y afectivamente con dos ratas mascotas, de nombre Sophie y Martine. A cualquier visión apocalíptica, Iosselani prefiere el humor discreto y la elegía campirana. Evoca así la fuga del protagonista a mundos tan misteriosos como el de la dama de negro que conoce en el tren y percibe luego, majestuosa, sobre una góndola, o ese regreso suyo, satisfecho y apacible, al terruño que apenas quiso enterarse de su partida. Un paréntesis luminoso en la rutina del obrero metalúrgico Vincent, quien cada mañana se desprende de sus pantuflas para subirse al auto y partir a su trabajo, y que por la noche regresa a casa para encontrarlas de nuevo, en el mismo lugar, al bajar de su automóvil. Una combinación de Chéjov y de Ionesco en la mejor vena maliciosa del director georgiano.

Lunes por la mañana se exhibe hoy en Cinemex Altavista.