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México D.F. Domingo 29 de febrero de 2004

Antonio Gershenson

El crecimiento y la política económica

Ha despertado muchos comentarios el dato, recientemente publicado, sobre el muy bajo crecimiento del producto interno bruto (PIB) de nuestro país: 1.3 por ciento en 2003, y 0.6 por ciento para la primera mitad del actual sexenio. Ambas cifras representan, de hecho, una reducción del producto por habitante, dado que las dos son menores que el porcentaje de aumento de la población. Podríamos ir más allá: el aumento promedio desde la llegada de los tecnócratas al ejercicio directo del poder, a fines de 1982, fue de 2.0 por ciento anual durante los 21 años transcurridos entre 1983 y 2003 inclusive. Esto es menos de la tercera parte del porcentaje promedio que tuvimos entre 1939 y 1982, que fue de 6.3 por ciento.

Aun este porcentaje puede ser engañoso. En este PIB no cuenta sólo la producción física. Se trata de la generación de dinero, sea por actividades productivas o de servicios. Entonces, si crecen servicios como los financieros o como la publicidad, eso cuenta igual que las actividades productivas. Y resulta que la producción industrial ha incluso disminuido en el periodo reciente. Además, como se ha agrandado la brecha entre ricos y pobres, para muchos mexicanos las cosas no están estancadas, están mucho peor. Han perdido el empleo o, por lo menos, en términos reales y a menudo también en términos nominales, ganan menos que antes.

Así, mientras que en 2003 el PIB de la industria manufacturera bajó, frente al año anterior, en 2.0 por ciento, el de las actividades financieras e inmobiliarias, las primeras de ellas subsidiadas y exentas de varios impuestos, tuvo un aumento de 4.3 por ciento. Las actividades productivas generan bienes para comer, vestirse, etcétera, y éstas están en crisis.

Algunos funcionarios han tenido, ante las famosas cifras macroeconómicas, que eran las que supuestamente sí iban a mejorar (la microeconomía, que se amuele), posiciones muy especiales: supuestamente, el ritmo de aumento de los precios, menor que en otras épocas, es mérito del gobierno, pero ante la caída del producto por habitante salen con el famoso "yo no fui". Es más que discutible que la política económica oficial sea ajena a estos problemas; además del efecto general de esta política de contraer la inversión pública, de apertura indiscriminada a las importaciones y de subsidio a actividades improductivas, de endeudamiento salvaje y de castigo al gasto social real, los recortes presupuestales y el retiro cotidiano de dinero de la circulación son medidas que inducen la crisis, que frenan el crecimiento económico. Y en cuanto a los precios, los de alimentos básicos, medicinas y otros bienes y servicios a los que el gobierno federal quiso y sigue queriendo imponerles el IVA, hubieran costado 15 por ciento más si lo hubieran logrado. Si esto no sucede es porque el Congreso de la Unión rechazó tales intentos y los frenó, con gran coraje por parte de algunos funcionarios federales, que no dejan de atacar al órgano legislativo y de echarle la culpa de todas las desgracias habidas y por venir.

Los datos recientes a los que nos referimos son, efectivamente y como se ha señalado, prueba del fracaso de la política económica de los tecnócratas, y de estos mismos como gobernantes y como funcionarios. El hecho de que el actual sexenio muestre datos peores que los de los dos anteriores es, además, un indicio de agotamiento del modelo vigente.

Hay otro rasgo en el comportamiento del PIB en estos años. A medida que la competencia electoral, antes casi ausente, va aumentando, casualmente en los años de elecciones nacionales el PIB aumenta más que en los otros: más inversión, más gasto público, más de lo que los tecnócratas dicen que no se debe hacer. Así, 1994 fue el único, de los últimos cuatro años del sexenio de Salinas de Gortari, en que el PIB aumentó más de 4 por ciento. Durante el sexenio de Zedillo, los únicos años con aumento en el PIB superior a 6 por ciento fueron 1997 y 2000, también los años de elección nacional. Incluso durante el actual gobierno, pese a que el crecimiento es mínimo, el único de los tres años en que el PIB aumentó más de uno por ciento fue 2003, año de elección nacional.

Además del mencionado agotamiento, estos últimos datos apuntan a que, pese al predominio de los tecnócratas, en determinados años han prevalecido criterios políticos o, más precisamente, político electorales. Aun en este caso, en el periodo más reciente ese elemento ya pesó muy poco, y aunque el índice de crecimiento fue el mayor del trienio, ya resultó bajísimo en términos de cualquier comparación histórica. Si fue bajo frente a dos sexenios de bajo crecimiento que lo precedieron, no digamos frente al tiempo anterior a los tecnócratas que, como ya hemos señalado, tuvo un promedio de 6.3 por ciento en el lapso 1939-1982.

Lo que el país necesita es una nueva política económica, entre cuyos rasgos básicos estén una mayor inversión pública como detonante de la inversión privada, un fortalecimiento del mercado interno y, por tanto, del poder de compra de la mayoría de la población, dentro de esto la generación de empleos, y al mismo tiempo un uso cada vez más eficiente de los recursos públicos y privados.

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