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México D.F. Domingo 29 de febrero de 2004

Rolando Cordera Campos

Sujeto a interpretación

Todo, sin excepción, ha sido puesto bajo sospecha, y debe interpretarse sin cesar. Si el producto nacional sube, baja o se estanca, depende del talante presidencial por la mañana, y lo mismo ocurre con el empleo, la inflación, la inversión extranjera o la famosa y nunca explicada competitividad del país. Todo depende del humor del Presidente y de quienes lo acompañan en la función del caso.

La democracia, nos dice el secretario de Gobernación metido de nuevo a politólogo, va de menos a más, pero la gobernabilidad no es problema. Todo estriba en saber interpretar sus espasmos. El Partido Verde no es una banda de polijuniors desembocados y dispuestos a lo que sea con tal de voltear a su favor la leyenda negra del PRI-gobierno del enriquecimiento instantáneo; es, más bien, un grupo de boy scouts echados a perder por papá: todo depende de cómo se interpreten el verbo y la imagen del niño mayor. Y así hasta la náusea.

La confusión imperante es hija directa de tanto intérprete. Sin rumbo ni compromiso, todo se vale: poner al IFE en la picota; falsear la experiencia internacional para insistir en la venta de garaje del mercado eléctrico, y si se puede, hasta de Pemex; denostar a la política con base en la peor antipolítica que hubiésemos podido imaginar en las noches del autoritarismo (de nuevo, el caso de los verdizos).

ƑPodemos extraer lecciones de lo ocurrido? ƑPodemos ir más allá del bochorno o la decepción con la política que hemos forjado después de lustros de reclamo democrático? Vale la pena intentarlo, por lo menos como empeño de fin de semana.

La primera lección de esta semana es la importancia decisiva del financiamiento público a la política y los partidos. Sin él, el escandalito del tucán llorón hubiera sido una bomba de neutrones sobre el sistema político en su conjunto. La avidez y el cinismo mostrados, tanto por los documentalistas del botón mágico como por el aspirante a cacique de Puerto Juárez, no es una excepción lamentable del cuerpo político que usufructúa hoy la democracia en pañales, sino una expresión ominosa de lo que corre por debajo y a los lados de esta clase política autodesignada heredera de la pandilla posrevolucionaria. Sin cotos y códigos, sin vigilancia estatal derivada del hecho fundamental del dinero público y de la definición constitucional de los partidos como entidades de interés público, ya el gallo hubiera cantado más de tres veces y estaríamos todos metidos en un carnaval horrendo interrumpido por los aquelarres de los aprendices de brujo que marcan desde los medios electrónicos la pauta de la moral pública.

Lo dicho antes nos lleva a la segunda lección. Los medios de información no serán nunca medios de comunicación social al servicio de la democracia sin una legislación que norme su desempeño y ponga coto a sus sobreganancias, derivadas de la política de los partidos a los que deturpan a diario, entre campaña y campaña. El dineral invertido en liquidar a los good fellas del erario familiar del Verde dice mucho de la verdadera función de los medios masivos mexicanos. Más que de hacer negocio con cargo a la (in)cultura y la (des)educación masivas, por lo visto de lo que se trata es de montar un escenario opresivo de mediatización y manipulación políticas. No fue labor de salud pública sino la puntita de la antipolítica que al parecer requiere este régimen nonato para no desfallecer.

Por último, pero no al último. La democracia resiste por su flanco izquierdo y, como dijera don Jesús Reyes Heroles, demuestra que lo que resiste apoya. En sendas intervenciones públicas, Cuauhtémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador intentan hacer política de la buena y convocan a la sociedad y a sus partidarios a reflexionar sobre México, sus profundas carencias y sus perspectivas. Si la izquierda toma nota y asume la todavía tímida lección de sus principales exponentes, tal vez pueda gestar el liderazgo nacional que el país requiere con urgencia.

Por lo pronto, no se necesita mucho. Es cuestión de leer y pensar y no caer en la triste demagogia dizque moderna y reformista de que hacen gala el gobierno, las cúpulas del negocio y sus exégetas de ocasión y moda. No son las reformas privatizadoras las que nos van a sacar del hoyo. Insistir en ello no sólo se ha vuelto sospechoso, sino clara muestra de necedad política e ignorancia histórica.

Humpty Dumpty se equivocó esta vez. Lo que importa no es saber quién manda sino saber qué se quiere.

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