México D.F. Jueves 26 de febrero de 2004
Soledad Loaeza
šAy, nanita, cuánto apache!
En la edición de marzo de la influyente revista Foreign Policy aparece un inflamatorio artículo de Samuel P. Huntington titulado "The Hispanic challenge" (El desafío hispánico). El politólogo de la Universidad de Harvard denuncia la amenaza que representa la inmigración mexicana para la integridad cultural y hasta territorial de Estados Unidos.
El argumento fundamental del artículo es que la identidad original americana es anglosajona y protestante; sostiene que hasta 1965 las sucesivas olas migratorias, provinientes fundamentalmente de Euro-pa, se asimilaron a la sociedad estadunidense y contribuyeron a formar el país multiétnico y multirracial que es hoy en día, y transformaron la identidad americana en un asunto de cultura y de credo (se refiere a ideología), pero sin alterar su fundamento anglosajón y protestante.
No puede esperarse lo mismo de la mayoría de los inmigrantes de los últimos 30 años. Según Huntington, los hispanos, y en particular los mexicanos, son inasimilables, por lo menos por tres razones: porque son muchos, porque están concentrados en ciertas regiones del país y porque no están dispuestos a renunciar al español y tampoco a un legado cultural que, advierte, puede ser la base de irredentismos territoriales y de la aparición de una fractura en la sociedad americana mucho más profunda que la frontera racial que divide a los blancos de los negros.
Huntington se pregunta si en el futuro "ƑSeguirá Estados Unidos siendo el mismo país, en el que se habla sólo un idioma y cuyo núcleo es la cultura anglo-protestante?" Y él mismo responde que si no se analiza de frente este problema los americanos estarán aceptando pasivamente transformarse en dos pueblos, con dos culturas (anglo e hispana) y dos idiomas (inglés y español).
Los datos y los argumentos que aporta para sustentar su advertencia contradicen las conclusiones de investigaciones serias que indican que algunos de los patrones de asimilación del pasado (aquellos que según Huntington han desaparecido) se mantendrán en la primera mitad del siglo XXI y que las segundas y terceras generaciones de inmigrantes formarán parte de la mayoría. Asimismo señalan otras formas de incorporación de las minorías "racializadas", aunque apuntan a que este proceso será mucho más difícil para los grupos que sufren discriminación racial o para los indocumentados.
La hostilidad de Huntington hacia los mexicanos es bien conocida; sólo nuestro persistente masoquismo explica que siga siendo un invitado de luxe a reuniones y ceremonias en México. En este artículo llega a expresar el temor de que los mexicano-estadunidenses reclamen la exclusividad sobre los territorios que perdió o vendió México en el siglo XIX. Como si se tratara de los Sudetes alemanes -el territorio checo habitado por minorías alemanas que Hitler cercenó para incluirlo en el Reich, con lo que se inició la desaparición de Checoslovaquia y la Segunda Guerra Mundial-, Hun-tington ve en la combinación de la historia y la creciente población de origen mexicano la semilla del desmembramiento de Estados Unidos, y, por ende, un enorme potencial de conflicto interno.
Su crítica a las comunidades mexicano-estadunidenses es muy grave porque cuestiona su lealtad a las instituciones americanas, a la bandera del país que los acogió. Este argumento puede ser un arma letal en manos de grupos antimexicanos. Para colmo nosotros no ayudamos.
Huntington sostiene que la hispanización del sudoeste de Estados Unidos es un proceso continuo e imparable impulsado por motivaciones políticas. Se apoya en la declaración del ex presidente Zedillo de que la nación mexicana se extendía más allá de sus fronteras territoriales; también cita al presidente Fox, que se refiere a los migrantes mexicanos como héroes y se describe a sí mismo como presidente de 123 millones de mexicanos, es decir, añade, a los 100 que vivimos en México, a las personas de origen mexicano.
Este artículo refleja, distorsiona y magnifica una preocupación real ante la magnitud de la migración mexicana. Es también una muestra del tipo de argumentos conservadores que provocará la discusión de la propuesta migratoria del presidente Bush.
En este contexto, si desde México queremos apoyar a los mexicanos en Estados Unidos, debemos archivar el proyecto del voto en el extranjero, que no ha sido más que la fantasía egoísta de partidos sedientos de votos. La promoción del voto de los mexicanos en el extranjero (95 por ciento de ellos en Estados Unidos) únicamente abona los argumentos de una lealtad dual que para muchos es imposible, y alimenta las suspicacias a propósito de la pertenencia de los mexicanos a la comunidad en la que viven.
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