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México D.F. Viernes 20 de febrero de 2004

Presumían que sus labores de seguridad eran condición para la estabilidad del país

Nazar y Acosta se creían indispensables

"Se debe combatir a terroristas y guerrilla con su mismo fanatismo", opinaba el policía

JUAN MANUEL VENEGAS

Agosto de 1996. Día 26. La Jornada había publicado la participación del general Mario Arturo Acosta Chaparro en la identificación de los plagiarios del empresario Alfredo Harp Helú, secuestrado dos años atrás "por grupos guerrilleros". Por esos días, el militar dijo al reportero: "Para que vivan hombres, familias como la suya (en libertad, tranquilas), štiene que haber gente como yo!". A esa clase pertenece Miguel Nazar Haro: los que se dicen -se creyeron, acaso- indispensables para la estabilidad y seguridad del país.

El ex jefe de la extinta Dirección Federal de Seguridad (DFS) así lo dejó ver a este diario el 5 de febrero de 2003: "No había (a principios de la década de los 70) la delincuencia que hay ahora. Hasta que surgieron estos señores entrenados en Corea del Norte (se refiere a integrantes del Movimiento de Acción Revolucionaria que, según reportes de inteligencia militar, recibieron adiestramiento en Pyongyang) que, inspirados en aventuras guerrilleras de otros países, buscaron el poder". Y presumió su récord en la policía política, entre 1960 y 1982: 99 secuestros resueltos y todas las víctimas rescatadas con vida. La DFS, según él, fue "la institución que guardaba la paz en el país y el bienestar de todos los mexicanos".

Nazar Haro y Acosta Chaparro son vidas que se cruzaron en la orden común que tuvieron en los años de la guerra sucia: desarticular a los "grupos subversivos" que "trastocaron" el orden y que "por la vía violenta aspiraban al poder en México".

Uno civil y el otro militar, pero ambos con la misma dirección: perseguir, capturar y -de acuerdo con las investigaciones oficiales y acusaciones que hay en su contra- "desaparecer" a los activistas.

En su guerra, cuyo desarrollo aún está llena de pasajes oscuros, ambos tuvieron obsesiones similares. Excesos que los llevaron a prisión. Datos, hechos, declaraciones en el ocaso de su vida pública los descubren.

El 14 de marzo de 1994, el banquero Alfredo Harp Helú fue secuestrado en la ciudad de México. Tres meses después fue liberado luego del pago que exigieron sus captores. Por esas fechas, el presidente Carlos Salinas de Gortari ordenó la creación de la Coordinación de Seguridad Nacional, cuya titularidad encargó a Arsenio Farell Cubillas.

Acosta Chaparro, en tanto, quedó al mando del grupo de las fuerzas de seguridad nacional que siguió las huellas de los secuestradores del entonces presidente del Consejo de Administración de Banamex. Dos años después, el 26 de agosto de 1996, La Jornada obtuvo más información sobre aquel episodio: el general y sus hombres habían recuperado cerca de 10 millones de dólares, producto del rescate pagado por la libertad de Harp, en el contexto de "múltiples" acciones para desmantelar "varias casas de seguridad" que grupos guerrilleros mantenían en el Distrito Federal. "Son organizaciones que tienen como bandera la violencia revolucionaria", se decía.

El militar habló entonces con el reportero. Toda la conversación giró en torno de un solo tema: la lucha contra los grupos violentos que ponían en riesgo la estabilidad del país.

Convencido de sus funciones y de sus acciones, hombre al servicio del sistema al fin, soltó: "A ustedes les gusta la libertad, salir a las calles e ir al cine. Bueno, pues para que vivan hombres como usted, como su familia, con tranquilidad, para eso štiene que haber gente como yo!"

La lucha contra los grupos que "ponían bombas en el PRI, en Televisa, la CTM..."

Nazar Haro, como Acosta Chaparro, niega haber torturado. Aseguran no saber nada de los cientos de desaparecidos en aquellos años. Sólo hicieron "cumplir el orden". Representaban las razones de Estado. Dice Nazar que no se conocieron.

Habló con el reportero Gustavo Castillo García el 5 de febrero de 2003. Reveló su lucha contra "los grupos de aventureros que querían lograr el poder, creyendo que había campo propicio para ello".

Rechazó las imputaciones que hoy lo tienen en la cárcel, acusado por la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado dada su presunta responsabilidad en la desaparición de Jesús Piedra Ibarra. "La DFS no desaparecía detenidos, era la institución que guardaba la paz en el país y el bienestar de todos los mexicanos", declaró entonces.

"ƑTorturador?, špara nada! -expresó-; sólo fui un buen interrogador."

Y contó los años de su desarrollo como "buen investigador": de 1960 a 1965, agente; de 1965 a 1970, "especializó" a un grupo de investigadores; de 1970
a 1979, subdirector de la DFS. Y de 1979 a 1982, director de la corporación. Antes sus jefes fueron el capitán Luis de la Barreda Moreno -coacusado en el mismo caso de Piedra Ibarra y hoy prófugo de la justicia- y el ya fallecido Javier García Paniagua, que de la DFS brincó, en 1979, a la subsecretaría de Gobernación.

-ƑLa guerrilla llegó a poner en riesgo el poder político en México? -preguntó Castillo García.

-šClaro que sí! Eran organizaciones que ponían bombas en Gobernación, en la Confederación de Trabajadores de México, en Televisa, en el PRI, en diferentes delegaciones. Quisieron hacer entender en otros países que el movimiento estudiantil era una revolución en México y entonces se expuso el prestigio de nuestro país en el extranjero.

-ƑEra muy grande la guerrilla aquí?

-Yo creo que sí. Números exactos no tenemos, pero eran grupos de siete perfectamente entrenados, que podían representar 100. la investigación de estos asuntos no es muy fácil, es una entrega completa; cuando agarré a los que estaban entrenados en Corea del Norte, dije que se debe combatir a terroristas y guerrilla con el mismo fanatismo que ellos tienen.

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