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México D.F. Lunes 9 de febrero de 2004

Carlos Fazio

Sobre píldoras y excomuniones

La cruzada de la jerarquía de la Iglesia católica contra la píldora del día siguiente, el método de anticoncepción de emergencia recomendado por la Organización Mundial de la Salud desde 1995 para los programas de salud pública, ha vuelto a exhibir la doble moral y la intolerancia del alto clero, así como sus afanes por seguir controlando los cuerpos y las conciencias de la gente.

Todavía está fresco el escándalo de los curas predadores en Estados Unidos y México, con el paradigmático caso de Marcial Maciel, el superior general de la Legión de Cristo que abusó sexualmente de seminaristas de su orden religiosa.

Tampoco se olvida el asunto de las religiosas sometidas a hostigamiento, explotación sexual y violaciones, a veces sistemáticos, por parte de sacerdotes y misioneros católicos en al menos 23 países, que obligó a una investigación de la Sagrada Congregación para los Institutos de Vida Consagrada en el Vaticano.

En el caso de las monjas violadas, re-velado por el National Catholic Reporter en 2001, la lista de agravios incluía embarazos no deseados, abortos y la expulsión de sus congregaciones de algunas religiosas que habían sido víctima de violaciones.

El affaire hizo aflorar de manera descarnada el antiguo conflicto entre la Iglesia católica, la sexualidad y el poder. Pero ahora se trataba de un problema en el interior de la institución androgerontocrática por excelencia. Una corporación jerárquica, misógina y patriarcal donde la mujer ocupa un lugar servil, dependiente y subordinado respecto de la burocracia androclerical.

La estructura sexista y opresiva que moldea a la sociedad se reproducía una vez más dentro de la multinacional religiosa, que ha sido definida como "uno de los últimos clubes para hombres" dos mil años después de su fundación: el cuerpo-objeto femenino -mercancía, cosificado por el patriarcado necrófilo-, de monjas y novicias, al servicio y para satisfacción del varón, en este caso sacerdotes y religiosos formalmente celibatarios, que a diario predican el sexto mandamiento: no fornicarás.

En 1995, la religiosa Maura O'Do-nohue, de Cáritas Internacional y del Fon-do Católico de Ayuda al Desarrollo, había presentado un informe confidencial al cardenal Eduardo Martínez Somalo.

Entre otros hechos, O'Donohue comprobó in situ, a partir de investigaciones y de entrevistar a las víctimas, que la pandemia del sida había convertido a las religiosas en un "grupo seguro" desde el punto de vista sanitario, lo que aumentaba el interés sexual de sacerdotes y misioneros por ellas.

El informe dejaba constancia de casos de clérigos que "engañaron" a novicias y religiosas jóvenes con escasa formación, alentándolas a que recurrieran a la píldora anticonceptiva para "evitar" el contagio del sida. Otras veces las "convencía" con el argumento de que si ellos frecuentaban prostitutas podrían contraer el síndrome de inmunodeficiencia adquirida.

El sexgate eclesial, como otra expresión de la pobreza de la experiencia humana del cuerpo y el erotismo -aunque esta vez no alcanzó el glamur que lo catapultara al folletín multimediático, como en la sonada historia de la fellatio presidencial en la Casa Blanca, protagonizada por William Clinton y la becaria Mónica Lewinsky-, fue un llamado a la reflexión en algunos círculos cristianos. Se llegó a hablar de "una Iglesia enferma". El patriarcado travestido en machismo, como forma sutil de subordinación de la mujer -y basado en la explotación y la competencia desigual entre los sexos-, había desnudado una vez más a esa Iglesia "santa y prostituta" -como solía proclamarla y aceptarla el ex VII obispo de Cuernavaca, Sergio Méndez Arceo-, y exhibía ahora la angustia, humillación y vejación a que son sometidas algunas mujeres en su seno por parte de clérigos seguidores de Jesús de Nazaret.

Acaso esas jóvenes novicias o religiosas que tuvieron que sacrificar su cuerpo para obtener un certificado que les permitiera trabajar en una diócesis o que fueron seducidas (convencidas mediante presión) para ser usadas como objeto erótico y de sexo seguro en el marco de la pandemia del sida, Ƒno fueron víctimas de esa práctica de obligaciones subordinadas sin derechos que responde a una cadena de mando estructurada de arriba hacia abajo?

A ello contribuyó una formación religiosa tan castradora y misógina como la católica, asentada en una "cultura del rebaño", en una grey (grex = hato de ganado) que crea personas infantiles, apocadas, controlables y muchas veces sumisas hasta el servilismo, según el lugar que ocupen en la cadena. Una cultura que transforma la "virtud" de la humildad en obediencia ciega al superior y la "santa obediencia" en miedo. Una cultura machista que utiliza el culto a la obediencia, que las más de las veces va unido al culto a la personalidad del "padre" (obispo, sacerdote), como mecanismo de culpabilidad (el manejo de la culpa y la vergüenza, sentimientos muy internalizados en la mujer a partir de la cultura católica, que la impulsan a esconder las realidades "malas").

Visto desde esa óptica, lo sucedido fue una forma de abuso de poder derivada de esa relación de dominio -con su opuesto de dependencia y subordinación- que existe entre sacerdotes y religiosas, entre hombres y mujeres, en el interior de la Iglesia romana.

Pero sobre ese y otros casos sonados, el cardenal primado de México, Norberto Rivera, guardó un silencio cómplice; prefirió tragarse la píldora y olvidarse de la excomunión.

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