México D.F. Lunes 9 de febrero de 2004
Armando Labra M.
Convención, reconvención
Los trabajos de la primera Convención Nacional Hacendaria finalmente comenzaron el pasado día 5, después de muchos tropiezos y esfuerzos organizativos. Fue sólo una ceremonia inaugural y será hasta julio cuando se obtengan resultados que habrán de someterse al Legislativo para su aprobación.
De los discursos vale la pena rescatar el llamado presidencial en torno al logro de consensos y la puntualización del secretario de Hacienda -en verdad una reconvención- respecto de la lejanía de las coincidencias suficientes y los medios para lograrlas. De nueva cuenta, la contradicción.
Ciertamente es necesario arribar a consensos en un foro de tan compleja naturaleza, sin embargo, es necesario, así sea de forma muy general, señalar cuáles son los propósitos a los que servirá el consenso, que es sólo un medio para llegar a algún fin. En la medida que el discurso presidencial no logró atisbar el objetivo central de la convención, queda en el aire la razón esencial del consenso y acaba por prevalecer la tesis de la ausencia de coincidencias y medios para lograrlas.
En torno al contenido de una reforma hacendaria que vaya mucho más allá de las simples reuniones tributarias como las efectuadas en México en 1927, 1933 y 1947, ciertamente se requieren consensos de gran legitimidad, porque se trata no sólo de discutir tal o cual impuesto, sino de redefinir las potestades hacendarias de la Federación, los estados y los municipios, revisar los criterios políticos y económicos del gasto público, adecuar la estructura tributaria en consecuencia y amoldar la política de deuda pública como complemento.
Si bien pareciera arduo arribar en unos cuantos meses a puntos de acuerdo para someter al Congreso, también es cierto que es altamente posible hacerlo.
De hecho, en un ejercicio efectuado por la mayoría de los partidos políticos a través de sus fundaciones e institutos en el seno de la UNAM durante el año pasado, se logró identificar coincidencias unánimes, así como puntos de convergencia mayoritaria en torno a la gama completa de temas que constituyen la agenda de una Convención Nacional Hacendaria como la que ha quedado instalada. En otras palabras, los consensos son más que posibles cuando existe claridad de fines, voluntad política y dedicación técnica.
Es natural que las autoridades hacendarias y por extensión el gobierno federal busquen ser prudentes y hasta se resistan a que la convención prospere. Quizá ello explica que el titular de Hacienda no haya instalado la mesa que preside en la convención, indicando que tal vez nunca se sentará en ella por el escaso interés que le provoca. Finalmente, cualquier reforma de la hacienda pública mexicana necesariamente lesiona la discrecionalidad y el centralismo que le caracteriza.
El problema es que tales rasgos no sólo resultan anacrónicos en los tiempos que vivimos, sino que son ineficientes y se manifiestan en una incapacidad recaudatoria internacionalmente reconocida, en el abandono de compromisos sociales por falta de recursos presupuestales y en cargas desmesuradas de la deuda pública. Todo ello redunda en una economía recesionaria, desempleo, emigración y las demás evidencias de nuestra difícil realidad.
La Convención Nacional Hacendaria no debe fracasar, pero puede suceder que así sea. Resulta demasiado pronto para anticipar el desenlace sobre todo cuando los primeros escarceos resultan tan desdibujados, tan cargados de anticipaciones del 2006 y tan carentes de grandes directrices. Y cuando son tan claras las motivaciones de carácter nacional para reformar la hacienda pública y con ello ampliar y tornar eficiente la política económica que permita a México crecer, producir para distribuir, exportar, desarrollarse.
Con todo, dicen bien quienes afirman que se trata de una oportunidad histórica, no sólo por la amplitud y pertinencia de la agenda, sino porque pasará mucho tiempo antes de que vuelva a ser posible su realización, en caso de tropezar ahora. Pero también porque la prematura sucesión presidencial que ha comenzado -por cierto, sin proyecto alguno, sólo fuegos fatuos de aspirantes- intensificará el mercadeo político en lo que resta del sexenio. Es ahora o quizás nunca.
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