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México D.F. Lunes 26 de enero de 2004
ANTICONCEPCION Y DESINFORMACION
En
días pasados la Secretaría de Salud autorizó el uso
en el país del anticonceptivo postcoital de levonorgestrel, popularmente
conocido como la píldora del día siguiente. Se trata
de un producto que bloquea o retrasa la ovulación, o bien que impide
la anidación de un óvulo fecundado en la pared del endometrio.
Las instituciones de salud señalan que la píldora
del día siguiente no es capaz de interrumpir un embarazo
ya iniciado y recomiendan su uso sólo en casos de emergencia, como
un olvido en la toma de anticonceptivos orales tradicionales o una rotura
de condón, o bien después de una violación. La reglamentación
y aprobación de este procedimiento anticonceptivo en nuestro país
es un hecho saludable y positivo para las acciones de planificación
familiar, el derecho de las parejas para definir la oportunidad y el número
de sus descendientes, el control de las mujeres sobre su propio cuerpo
y, en general, para la vigencia de los derechos sexuales y reproductivos
de la población.
Como ocurre casi siempre que se presenta un avance en
estas materias, la jerarquía eclesiástica católica
no tardó en expresar sus posturas retrógradas, autoritarias
y desinformadoras. Por boca del arzobispo primado de México, Norberto
Rivera Carrera, la dirigencia de la Iglesia católica aventuró
que la píldora del día siguiente "produce aborto",
"se llama asesinato" y constituye una manera de "matar a los inocentes".
El asiento doctrinal de esta desproporcionada reacción
parece hallarse en un comunicado del 31 de octubre de 2000 de la Academia
Pontificia para la Vida, emitido con motivo de la introducción en
el mercado farmacéutico italiano de la píldora del día
siguiente. En el documento de referencia, esa institución, fiel
a las actitudes oscurantistas y represivas del actual pontífice
en todo lo relacionado directa o indirectamente con el ejercicio de la
sexualidad, escandalizó y desinformó asegurando que "la llamada
acción 'antinidatoria' de la píldora del día siguiente
en realidad no es otra cosa que un aborto realizado con medios químicos".
De esa forma, los comprimidos de levonorgestrel pasaron
a engrosar la larga lista vaticana de actos, procedimientos e instrumentos
satanizados, junto con las relaciones homosexuales, el condón, el
aborto y las píldoras anticonceptivas tradicionales, entre muchos
otros.
El comunicado de la Academia Pontificia para la Vida no
se limitaba a una condena moral de la píldora del día
siguiente, sino que incitaba a su prohibición en Italia, deslizando
que el uso del fármaco "abortivo" violaba los términos de
la ley que regula, en ese país, la interrupción intencional
de los embarazos. Es inevitable sospechar que la repetición en México,
por parte de Rivera Carrera, del alegato vaticano original, puede ser el
inicio de una campaña orientada a impedir que las mujeres y las
parejas tengan acceso al producto referido.
Las altisonantes y rotundas condenas contra las cápsulas
"asesinas" de levonorgestrel contrastan con la tibieza y la hipocresía
usuales en las autoridades católicas para referirse a los indignantes
y casi siempre impunes delitos sexuales que ocurren en confesionarios,
sacristías, conventos y seminarios. Ese doble rasero hace pensar
que, tras las reprobaciones a los métodos anticonceptivos, no hay
tanto una intención moralizante, sino el nunca depuesto empeño
de la jerarquía eclesiástica por restaurar el antiguo control
absoluto de la Iglesia sobre todos los aspectos y manifestaciones de la
vida de sus fieles, incluidas las prácticas sexuales y reproductivas,
los arquetipos de género y las preferencias políticas.
Por fortuna, en la actualidad, la gente tiene clara la
frontera entre su vida espiritual y las otras expresiones de su existencia,
y conoce las diferencias entre una hostia y una rueda de molino, y entre
éstas y una píldora anticonceptiva.
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