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México D.F. Lunes 26 de enero de 2004

Philip Fauré

La ley francesa, al servicio de la creatividad editorial

La Feria Internacional del Libro de Guadalajara permitió, como cada año, que el libro fuera la estrella del momento. Unas semanas antes de este acontecimiento, una delegación de editores mexicanos acudió a la Cámara de Diputados para defender la especificidad de su profesión y reclamar una ley sobre el libro. Los contactos recientes con ciertos editores y en parte con la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana han revelado cierto interés por la experiencia francesa en este ámbito. Con el objeto de enriquecer estos debates, me parece oportuno hacer un breve balance histórico de la ley sobre el libro, denominada Ley Lang, aprobada en 1981, que instauró en Francia el precio único del libro.

Cuando en 1981 el ministro francés de la Cultura defiende su proyecto de ley ante los parlamentarios, define claramente los objetivos de éste: "este régimen derogatorio se fundamenta en el rechazo de considerar al libro como un producto mercantil común y en la voluntad de influir en los mecanismos de mercado para garantizar que se tome en cuenta su naturaleza de bien cultural, el cual no puede ser supeditado únicamente a las exigencias de la rentabilidad inmediata''.

El precio único del libro debe permitir:

la igualdad de los ciudadanos ante el libro, que se venderá al mismo precio en todo el territorio nacional;

el mantenimiento de una red de distribución descentralizada y muy densa, en especial en las zonas desfavorecidas;

el apoyo al pluralismo en la creación y la edición, en particular para las obras difíciles.

Estas preocupaciones no son nuevas. Desde el siglo XVII, el filósofo de las luces, Denis Diderot, ya había alertado al sindicato de libreros de aquella época acerca de la necesidad de una ley que protegiese a la cadena editorial. Fue necesario esperar 200 años para que se siguiera este consejo.

La ley aprobada en 1981 instituye un precio único del libro. El mecanismo es sencillo: el editor decide a qué precio se debe vender el libro que publica; ninguna librería puede venderlo a un precio inferior. Este dispositivo, sencillo en su aplicación, tiene como objetivo luchar contra la estrategia de ciertos puntos de venta que consiste en bajar considerablemente el precio de los libros para atraer a la clientela.

Los creadores de la ley juzgaron en efecto que esta práctica provocaría, a largo plazo, un enrarecimiento del número de títulos disponibles, induciendo a todos a que propusiesen obras de "rotación rápida" las cuales interesan a un amplio público (best-sellers, guías...), en detrimento de obras de creación original o de reediciones de títulos considerados "difíciles", que son en su mayoría libros de "rotación lenta". En esta guerra de precios, sólo los libreros con un volumen de negocios importante podrían sobrevivir. Las librerías más modestas, que con frecuencia están en mejores condiciones que los grandes supermercados de proporcionar un servicio personalizado a los clientes, se encontrarían en peligro de desaparecer. Los legisladores quisieron protegerlos y preservar así la capacidad creadora de la edición francesa.

Veinte años después, la ley sigue vigente en Francia y otros países europeos han adoptado una ley similar. Se pueden medir los efectos comparando la red de librerías con la de tiendas de discos, las cuales no están protegidas con una ley similar. En Francia existen más de 3 mil puntos de venta de libros, mientras que durante el mismo periodo las tiendas de discos han ido desapareciendo poco a poco y no son más de 100 actualmente.

Recientemente, cuando impuse a Carlos Fuentes las insignias de la Legión de Honor, en sus primeras palabras de agradecimiento evocó la librería francesa de la avenida Reforma, que según se acordaba era un formidable lugar de intercambio y de consejos. Muchas librerías francesas se parecen a ésta de la que Carlos Fuentes conserva un recuerdo preciso y lleno de reconocimiento. Y esto se lo debemos, sin duda alguna, a esta ley sobre el precio único del libro, que contribuyó ampliamente a la creatividad de la edición francesa.

El autor es embajador  de Francia en México

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