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México D.F. Domingo 25 de enero de 2004
LAS AFORE: BOTIN DE POCOS, RIESGO DE MUCHOS
Cuando
en la administración de Ernesto Zedillo se realizó la reforma
del sistema mexicano de pensiones y jubilaciones que condujo a la aparición
de las Administradoras de Fondos para el Retiro (Afore), el gobierno en
turno y los beneficiarios de ese cambio normativo -las instituciones financieras
y los grandes capitales- señalaron hasta el cansancio que el nuevo
modelo permitiría asegurar la viabilidad del Instituto Mexicano
del Seguro Social y garantizaría que sus trabajadores afiliados
recibieran, al finalizar su etapa productiva, un ingreso justo y suficiente
para afrontar su vejez con dignidad y oportunidades.
Pero de 1997, cuando entraron en operación las
Afore, a la fecha, la privatización del sistema de retiro de los
trabajadores ha generado, por un lado, un pasivo laboral de 900 mil millones
de pesos y, por otro, ganancias por 50 mil millones de pesos para los operadores
de esas instituciones, los cuales constituyen, a juzgar por estos datos,
los beneficiarios principales de tal esquema. Ahora, prácticamente
saturado el mercado original de asegurados, algunos grandes capitalistas
han vuelto los ojos hacia los derechohabientes del Instituto de Seguridad
y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE) como una nueva
fuente de riquezas por explotar.
En este contexto, es claro que si bien los afiliados a
las Afore han recibido algunos beneficios por su participación en
este sistema, también resulta evidente que las instituciones bancarias
y otros grupos privados propietarios de esas entidades se han llevado la
parte del león. Incluso, como ha sido denunciado en repetidas ocasiones
por numerosos analistas, actores sociales y derechohabientes, las elevadas
comisiones que cobran las Afore a sus clientes, sumadas a un nivel de aportaciones
y rendimientos fuertemente acotado, han abierto la inquietante posibilidad
de que los ahorros de millones de trabajadores no resulten suficientes
para ofrecerles, a su retiro, las posibilidades de vida digna a las que
tienen derecho. En cambio, con base en tales cuotas, los dueños
de las Afore han construido fortunas descomunales. En la balanza, la reforma
de la seguridad social que condujo a las Afore se ha inclinado desmesuradamente
hacia los grandes capitalistas, mientras que los trabajadores -su razón
de ser y la fuente de toda esa riqueza- han recibido hasta ahora sólo
inciertos y escasos beneficios. Por añadidura, el preocupante boquete
financiero -900 mil millones de pesos- del pasivo contingente del sistema
de pensiones del país podría, de no atenderse oportuna y
adecuadamente, provocar una grave crisis, cuyos principales afectados serían
las mayorías trabajadoras y no los acaudalados propietarios de las
Afore.
En este contexto, cabe alertar sobre las pretensiones
de ampliar al ISSSTE el actual sistema de las Afore, pues tal posibilidad
en sí misma no es sino una nueva forma de exprimir a los trabajadores
en beneficio de un reducido grupo de grandes capitalistas. Ciertamente,
las flaquezas y los riesgos que enfrenta el país en materia de seguridad
social y fondos para el retiro deben enfrentarse con prontitud y suficiencia,
pero tal medida no debe consistir en la transferencia de las responsabilidades
sociales del Estado a los particulares, como aconteció en 1997 con
las Afore. Las instituciones públicas, en tanto entidades dedicadas
al servicio de la nación y de la sociedad en su conjunto, no pueden
simplemente renunciar a sus obligaciones en aras de cumplir el dogma neoliberal
y enriquecer a unos pocos. Por el contrario, hoy resulta indispensable
el compromiso firme del Estado mexicano para garantizar el futuro de sus
trabajadores y ciudadanos, atemperar la desmesurada ambición de
los operadores privados de los fondos para el retiro y emprender una reconfiguración
solidaria, justa y viable del modelo de pensiones y jubilaciones vigente.
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