Hasta 10 pasajeros por vagón portaban el material que se distribuye en el medio de transporte

Volaron de boleto los libros para usuarios del Metro

En la línea 3, la etapa inaugural del programa que se propone abatir los bajos niveles de lectura

ARTURO GARCIA HERNANDEZ

Los libros volaron.

Quizá en parte fue pura curiosidad (por algo se empieza). También pudo ser inercia, por no dejar (total, al fin que son gratis). A lo mejor hasta hubo quien vio la oportunidad para un futuro negocio (la necesidad, la recanija necesidad). Pero también fue, sin duda, la expresión de un auténtico interés por la lectura. El caso es que el viernes, a las pocas horas de iniciado el programa Para leer de boleto en el Metro, volaron los primeros 8 mil ejemplares -de un total de 250 mil- destinados para préstamo entre los usuarios del Sistema de Transporte Colectivo.

La línea 3 fue el escenario elegido para la etapa inaugural de una medida que se propone contribuir a elevar los paupérrimos índices de lectura en la ciudad de México. Según los organizadores -el STC, la Fundación Cultural Metro y la Secretaría de Cultura del Gobierno del DF-, mediante el programa es posible incorporar a muchos conciudadanos a "un proyecto revolucionario de fomento a la lectura".

Será cosa de medir en su momento la repercusión real del programa que, por lo pronto, ya empezó a modificar esa parte del paisaje subterráneo de la ciudad. ƑCuándo se había visto a decenas, cientos y, en su conjunto, miles de metronautas al mismo tiempo con un libro en la mano? ƑCuándo?

Desde temprana hora, la gente empezó a aglutinarse en torno a los dispensadores de libros colocados cerca de las entradas en cada estación. Eran atendidos por jóvenes del programa "Ola Naranja, tu guía en el Metro". Afables y entusiastas, respondían las preguntas de los usuarios. Les explicaban que podían tomar prestado un ejemplar y devolverlo a la salida, al llegar a su destino (en esta etapa, sólo estaciones de la línea 3). Un acuerdo cuya única garantía es la palabra de las partes.

Algunos se llevaban el libro y ni siquiera lo abrían, o lo hacían con cierta falta de interés. Otros empezaban a hojearlos con aire desconfiado y poco a poco parecían interesarse en el contenido. Había quienes de entrada quedaban absortos con la oferta del primer volumen, que incluye una crónica de Carlos Monsiváis sobre el terremoto de 1985; un relato de Vicente Leñero; poemas de Eduardo Hurtado y Thelma Nava; una comedia breve (El censo) de Emilio Carballido, y cuentos de René Avilés Fabila, Myriam Laurini y Eduardo Antonio Parra.

Ciertamente, para fomentar la lectura no basta poner los libros al alcance del potencial lector. Es sabido que también es necesario crear el hábito desde la educación básica. De cualquier modo y guardada toda proporción, el programa Para leer de boleto en el Metro hace recordar la cruzada educativa promovida por José Vasconcelos cuando fue secretario de Educación y que tuvo en el fomento a la lectura su principal herramienta.

Para reforzar el impacto del programa y asegurarse de que llegue al mayor número posible de usuarios, los jóvenes de la Ola Naranja se organizaron en brigadas de lectura que iban de vagón en vagón haciendo lecturas en voz alta. Si algo demostraba el silencio y el respeto con que se les escuchaba, era la proverbial proclividad humana a escuchar historias.

Hasta la vendedora ambulante posponía su pregón para escuchar la historia que se relataba. Una vez concluida, volvía a lo suyo: "Hágale el bonito detalle a la niña, al niño... Lleve la película Tierra de osos completamente doblada al español por únicamente 15 pesos".

Fue un día en que se sucedieron escenas inauditas y conmovedoras. De pronto, en un vagón se podían ver seis, siete, ocho o hasta 10 libros abiertos. Y una madre trataba de explicarle a su curioso hijo de qué se trataba todo aquello.

Ante esas imágenes, que algo tenían de gratificante irrealidad, quedaba la sensación de que un sutil pero innegable cambio se había operado en el estado de ánimo colectivo de los viajeros. Tal vez el hecho de verse portando el mismo libro, establecía una afinidad y una empatía entre muchos de ellos.

Y quedaba la sensación -ojalá sea más que un espejismo-- de que algo nuevo y tal vez trascendente ha empezado a ocurrir. Se cumplía uno de los propósitos inmediatos del proyecto anunciado en días pasados por Federico González, responsable del programa y secretario particular de la dirección del Metro: ''Buscamos mejorar la convivencia entre los usuarios y al mismo tiempo auspiciar la lectura, de modo tal que aumente la calidad del viaje".

El horario de funcionamiento del programa será de siete de la mañana a ocho de la noche. Al final de la jornada del viernes, en una de las salidas de la estación Indios Verdes, por medio de altavoces o a grito pelón, miembros de la Ola Naranja invitaban a los usuarios a devolver los libros: "Ola Naranja les recuerda que no olviden entregar los libros que les prestamos".

Muchos atendían el llamado. La mayoría con una sonrisa agradecida. Pero no faltaron los que subrepticiamente se llevaban el ejemplar más allá de los torniquetes. Quizá después lo devuelvan.

Un hombre de aspecto humilde, ropas modestas, pide que le dejen llevarse su ejemplar. Con toda cortesía le explican que no es posible pero que al día siguiente puede continuar con la lectura. El entiende, acepta pero se queja: "šUh, p's lo dejan picado a uno!"