México D.F. Miércoles 21 de enero de 2004
Alejandro Nadal
Se tambalean dogmas en el FMI
Desde hace años, al llevarse a cabo el Foro Social
Mundial y el de Davos, el tema de las alternativas al modelo económico
neoliberal recobra fuerza. Y uno de los componentes centrales es el tema
de los flujos de capital porque la posibilidad de mantener una política
macroeconómica activa depende de la apertura y desregulación
financiera.
La visión convencional sobre el Fondo Monetario
Internacional (FMI) es que esa organización es el villano que siempre
tuvo por objeto abrir las puertas a los flujos de capital y la globalización
neoliberal marcada por la volatilidad y las crisis financieras. También
se le identifica con la institución que ha promovido la idea de
que la política macroeconómica no puede producir resultados.
El problema es que, como dijo John Kenneth Galbraith,
la visión convencional tiene por objeto protegernos del doloroso
trabajo de pensar. La realidad es distinta: el FMI fue organizado para
mantener la estabilidad financiera y cambiaria. El objetivo era impedir
el regreso al caos financiero del periodo 1920-1938, otorgando préstamos
de corto plazo para garantizar la convertibilidad y mantenerla en armonía
con una política macroeconómica de pleno empleo. Por eso
el Convenio Constitutivo del FMI, y en especial su artículo VI,
estableció una serie de medidas y controles para mantener en pie
el sistema de tipo de cambio fijo consagrado en Bretton Woods en 1944.
Se buscaba impedir la especulación que sobrevendría si el
tipo de cambio de las principales monedas estuviera sujeto a la oferta
y demanda en los mercados financieros.
Angus Maddison demuestra que al amparo de este régimen
de Bretton Woods, entre 1950 y 1973, la economía mundial tuvo un
crecimiento envidiable de 5 por ciento. América Latina en su conjunto
creció 5.33 por ciento. Durante los treinta años siguientes
(bajo el neoliberalismo), la economía mundial sólo pudo crecer
al 3 por ciento anual.
Pero la visión convencional es que el modelo de
crecimiento y pleno empleo "se agotó" y fue necesario pasar al neoliberalismo.
En realidad, la década de los años sesenta presentó
las mayores tasas de crecimiento en casi todas las regiones del mundo.
Así que la explicación del "agotamiento económico"
es algo simplista. Como siempre, las cosas son más complicadas:
el agotamiento de Bretton Woods fue más político e ideológico
que otra cosa. En 1971, la guerra de Vietnam había dejado a la economía
estadunidense en mal estado, con una posición debilitada en sus
cuentas externas y una inflación amenazante. Ese año Nixon
ordenó al secretario del Tesoro suspender la compra de oro y las
finanzas mundiales se transformaron para siempre.
La primera oleada de desregulación financiera a
escala mundial desembocó en la crisis de la deuda en 1982 y la intervención
del FMI lo fue convirtiendo en promotor de la apertura comercial y financiera,
la estrategia de libre mercado y la política macroeconómica
"sana" (una política monetaria centrada en el control de la inflación
y una política fiscal orientada a generar un superávit primario
para destinarlo a pagar cargas financieras). Desde entonces, en todas las
crisis financieras las operaciones de rescate del FMI acabaron por convertirlo
en vocero y agente de los fondos de pensión y las corredurías.
Su adicción al modelo neoliberal se hizo más intensa.
Sin embargo, ahora hay una crisis de confianza en el FMI.
Varios estudios publicados por el Fondo confirman de manera irrefutable
que el modelo neoliberal ha funcionado mal en materia de crecimiento, productividad,
volatilidad y hasta cuentas externas. La comparación entre el periodo
de Bretton Woods (1944-1973) y el neoliberal (1973-2000) es desfavorable
para este último en todos los renglones.
Los estudios econométricos revelan que los mercados
financieros sin regulación son inestables y conducen irremediablemente
a crisis con repercusiones negativas en la producción y el empleo.
Revelan que es necesario repensar la función del FMI en la reforma
financiera mundial para recuperar los objetivos de crecimiento y pleno
empleo todavía consagrados en el Convenio Constitutivo. Mas la retórica
de los altos funcionarios del Fondo se mantiene tenazmente neoliberal y
siguen imponiendo las recetas neoliberales a los países que caen
atrapados en su telaraña.
Según el escritor Scott Fitzgerald, la prueba de
una inteligencia superior consiste en sostener al mismo tiempo dos puntos
de vista contradictorios y poder seguir funcionando. Si eso se aplicara
a las instituciones, entonces el FMI sería un fuerte candidato a
pasar esa prueba de inteligencia. Pero más allá de la ironía,
cualquier análisis de alternativas al modelo neoliberal deberá
reconsiderar las funciones del Fondo. Los vientos de cambio que soplan
tímidamente en el interior del organismo tendrán que transformarse
en una nueva red de alianzas capaz de alterar el equilibrio de poderes.
No es el único lugar en donde se debe dar una lucha política,
pero es indispensable cambiarlo para avanzar.
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