México D.F. Miércoles 21 de enero de 2004
Carlos Martínez García
Política, religión y conflicto
Los añorantes del monolitismo político, cultural o religioso consideran a la diversidad como elemento desintegrante y creador de conflictos. En esta óptica, por lo tanto, es imprescindible mantener a toda costa la homogeneidad social y evitar la contaminación de la pluralidad de opciones y estilos de vida que son propios de las sociedades del siglo XXI.
La semana pasada tuvo lugar un coloquio internacional sobre la multiculturalidad y el reto que implica para las sociedades democráticas. El encuentro fue auspiciado por la Comisión Nacional de Derechos Humanos y la facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. A mí me tocó participar en la mesa cuyo tema fue política, religión y conflicto. Hago aquí una apretada síntesis de mi intervención.
En primer lugar, la multiculturalidad del país conlleva una diversidad religiosa que se manifiesta más acendradamente en las zonas indígenas y entre los pobres del campo y las ciudades.
Por decisión propia los indios de México han pluralizado sus opciones religiosas y es, en términos generales, en los estados de mayor población indígena donde los credos religiosos distintos al catolicismo han tenido su mayor crecimiento. Esta expansión no puede ser explicada nada más por la llegada de misioneros extranjeros, principalmente estadunidenses, sino que es fruto del compromiso con la nueva fe por parte de los creyentes, quienes se convierten en los difusores centrales, y con sus propios recursos, del mensaje religioso.
El enraizamiento de las agrupaciones religiosas de la amplia gama que compone el protestantismo evangélico ha tenido distintas respuestas de las poblaciones indias. En algunos casos el protestantismo representó una zona de refugio para la etnia hostilizada por políticas gubernamentales desindianizadoras, como en los años veinte y treinta del siglo pasado. El ejemplo más documentado es el de los mames de Chiapas, a tal punto que para los mestizos el protestantismo era una religión de los indios. El tema ha sido bien investigado por Rosalva Aída Hernández Castillo en Chiapas, la otra frontera. Identidades múltiples en el México poscolonial.
En otras ocasiones los que no son católicos encuentran una mezcla de aceptación de una parte de la comunidad y abierta hostilidad de grupos que se organizan para rechazarlos. En distintas regiones rurales o indias de México los protestantes (pero también los Testigos de Jehová y en menor medida los mormones) han padecido cruentas persecuciones, que a menudo son explicadas como respuesta comprensible por parte de quienes ven amenazadas las tradiciones. Explicación que escamotea derechos individuales y colectivos a los indios religiosamente incorrectos.
Tanto por creencias surgidas de una cierta lectura de la Biblia, como por razones de simple sobrevivencia ante un entorno hostil, los protestantes mexicanos hasta hace pocos años rechazaban casi cualquier participación político partidista. Pero la tendencia cambió y hoy existen en su seno corrientes que buscan crear un partido político, opción que en distintos intentos ha naufragado. Otros proponen encontrar espacios en los partidos ya constituidos y negociar con ellos una agenda en la que se reflejen asuntos de interés para la comunidad evangélica.
Esto sucedió en las elecciones de 2001 en Chiapas, donde el único distrito de preponderante población indígena que no ganó el PRI fue el que tiene como cabecera a Las Margaritas, donde los candidatos a diputado y a la presidencia municipal por el PRD se comprometieron a respetar la diversidad religiosa y terminar con las expulsiones de protestantes. Como muestra de esta voluntad resultó nombrado delegado municipal de asuntos religiosos un líder evangélico.
La homogeneidad religiosa, si es que existe, no es sinónimo de armonía social. En contraparte la diversidad no tiene por qué ser centro de conflicto permanente. Me explico: el problema no debe centrarse en la existencia de distintas y hasta encontradas convicciones religiosas que entran en conflicto por variadas razones. La cuestión, más bien, es si una sociedad tiene los instrumentos para canalizar esos conflictos por vías legales y pacíficas y evitar que se desate la violencia.
En asuntos de este tipo al Estado mexicano corresponde hacer respetar las leyes que garantizan la libertad de creencias, porque en cuestiones de derechos humanos es un error enfocar el problema en términos políticos. No se trata de actuar en la lógica de qué parte tiene la mayoría y, en consecuencia, presionar a la minoría para que acepte condiciones lesivas a sus derechos. Por su parte, los líderes religiosos pueden, y deben, contribuir a que los integrantes de su confesión aprendan a distinguir entre la legitimidad de sus creencias y la ilegitimidad de ciertas prácticas que violentan la integridad de los otros. Dado que la diversidad religiosa seguirá intensificándose en el país, particularmente entre los pueblos indios, es necesario avanzar en la comprensión de los distintos rostros que tiene la multiculturalidad entre nosotros, ya que es un fenómeno multívoco.
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