México D.F. Lunes 19 de enero de 2004
TOROS
Decimosegunda corrida: encierro manso y soso pero
repetidor y claro de José Garfias
En la México, menos de media entrada para ver
a Jorge Gutiérrez y al Zotoluco
El hidalguense desaprovechó al mejor toro Eulalio
obtuvo la oreja de un marmolillo
LEONARDO PAEZ
A la decimosegunda corrida de la temporada "grande" en
la Plaza México apenas si acudieron unos 16 mil espectadores, menos
de la mitad del aforo total del coso -42 mil localidades-, no obstante
haber anunciado la afanosa empresa a las dos cartas fuertes que le quedan:
Jorge Gutiérrez, con 26 años de alternativa el próximo
febrero, y Eulalio López El Zotoluco, con sólo 17
años de matador.
Ahora, ¿a quién responsabilizar de la injustificada
e infame segunda oportunidad al joven tijuanense Alejandro Amaya en esta
temporada?
¿A su experimentado apoderado Rafael Báez?
¿A la generosidad convenenciera del empresario de la México?
¿O a los multimillonarios que sin idea pretenden apoyar a Amaya?
Hasta
en tres ocasiones fue cogido el bisoño diestro por su falta de experiencia
-dejar demasiada luz entre él y el engaño, o adelantar la
suerte- antes que por la bravura de los astados, y de milagro no resultó
herido ni, aparentemente, sufrió fractura alguna. ¿Que todo
el que se arrima a la lumbre se quema? El caso es que en tauromaquia hasta
para arrimarse hay que tener intuición y conocimientos, no sólo
valor y ganas de figurar. Actuar en la otrora primera plaza del continente,
exige algo más que recomendaciones. A ver cuándo regresa
Alejandro por otra desalmada "oportunidad".
La sombra de Gutiérrez
Hará unos 12 o 14 años Jorge Gutiérrez
fue el torero más consistente de México, es decir, el del
desempeño más sostenido en sus actuaciones, el más
pundonoroso y el de mayor espíritu de competencia, a falta de una
acusada personalidad.
De entonces a la fecha, como no le salgan toros de carretilla
cuyo indulto se apresura a promover, el de Tula hace el paseíllo,
por lo menos en la México, a las atinadas, a la espera infructuosa
del torito de la ilusión, como si de un exquisito estilista se tratara.
Luego de un minuto de aplausos en memoria de ese romántico
de la promoción taurina bien entendida que fue Lalo Cuevas, y de
que al Zotoluco se le descompusiera el rostro cuando a Jorge se
le ocurrió salir por delante a recibir la ovación, como si
su reciente actuación se pudiera comparar con las de Eulalio, el
diestro de Hidalgo lanceó sobre pies a Tochito, que tras
tomar un puyazo sin recargar embistió en tres navarras. Después,
otro trasteo gutierrista, es decir, tediosos muletazos por ambos lados,
sin decirse ni decir, hasta escuchar un aviso.
Trucos, de 560 kilogramos, el más pesado
del encierro, recibió un puyazo bombeado y llegó a la muleta
con claridad, recorrido y cierta transmisión, pero Jorge tardó
una eternidad en encontrarle la distancia. Cuando lo hizo, dos espléndidos
naturales, reunidos y templados, iluminaron la plaza. No sin escuchar otro
aviso, de pinchazo hondo y dos descabellos se deshizo de aquel ejemplar,
que a gritos pedía una muleta con mando y corazón, y lo que
debió ser un triunfo se redujo a tibia salida al tercio.
La soledad de El Zotoluco
Lo peor que le puede ocurrir a un buen torero es carecer
de competidores celosos, de ganado importante, de crítica fundamentada,
en una palabra, de ambiente taurino.
Ojalá Eulalio se olvide de encerronas ociosas por
los estados y se acuerde de la guerra sin cuartel en España, donde
sudando la gota gorda como toda figura que se respete, puede consolidar
su tauromaquia, su prestigio y sus ingresos. Acá, por ahora, difícilmente
va a añadir fama a su indiscutible potencial.
Con Caracolero, dizque cinqueño pero anovillado
de presencia y débil de remos tras empujar en una vara, Eulalio
quitó por suaves lances a pies juntos y remató con templada
revolera. Después estructuró una faena en un palmo de terreno,
sólo girando sobre la pierna de la salida, a otro soso pero claro,
con el que materialmente jugó al toro. Por enésima vez en
la temporada, el de Azcapotzalco se puso a pinchar y en vez de dos orejas
recibió palmas de reconocimiento.
Cerró plaza Colorín, berrendo en
castaño, que llegó al tercio final muy aplomado y al que
Eulalio sacó derechazos con tirabuzón, colocación
y coraje. Tras un pinchazo arriba cobró una estocada ligeramente
desprendida por lo que el público demandó la oreja. Fue un
merecido premio al tesón, más que a la temeridad.
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