México D.F. Martes 13 de enero de 2004
Salvador Novo
Ventana: Palomas al vuelo
Cuando ayer leí en la primera página de
Novedades
el poético epígrafe que un redactor puso a su crónica
del último vuelo de las palomas mensajeras de este periódico
(''Vinieron en tardes serenas de estío -cruzando los cielos con
vuelo veloz"), sentí de un golpe el significado del apremio con
que en los diarios se trabaja. Independientemente de que si la memoria
no me traiciona -y pocas veces se lo permito- no son los cielos, sino los
aires los que cruza el melódico pájaro del fallecido Ricardo
Palmerín, no es ciertamente a las palomas a quienes alude, sino
a las golondrinas. Con más tiempo para reflexionar o para hurgar
entre sus recuerdos musicales y poéticos, el anónimo compañero
habría podido fácilmente dar con multitud de ilustraciones
columbinas tomadas de las muchas canciones mexicanas que tienen por tema
a las palomas. El ''Vuela, vuela, palomita, vuela si sabes volar", que
recientemente Agustín Lara ha conjugado en su Paloma torcaza,
no es tampoco, ciertamente, el único ejemplo de la presencia de
estas aves simbólicas de la paz, que una conocida canción,
aparentemente cubana de origen, popularizó durante el Imperio de
Carlota y Maximiliano.
Mi primer impulso fue sentarme a escribir un elogio de
las palomas que siguiera su vuelo cándido a través del mayor
espacio posible del mucho que recorren en el folklore y en la poesía
culta. Pero a quienes trabajamos para los diarios, el mismo apremio nos
subyuga. No tardé en darme cuenta de que no tendría tiempo,
si quería que la semana de las palomas mensajeras terminara su vuelo
con su presencia en mi Ventana, de otra cosa que perseguirlo muy por encima
de los viejos apuntes sobre las aves en la poesía castellana que
duermen anidados en mis polvorientos archivos, en espera de que entre Zeus
y Cronos, que respectivamente adoptan el Aguila y el vuelo directo por
símbolo y auspicio, me deparen alguna vez la oportunidad de concluir
ese cautivador trabajo. Para más, ni tendría ayer tiempo,
ni dispondría hoy de espacio, cuando todo el de los periódicos
se lo lleva la relación de vuelos bastante menos augurales del amor
ni la paz que los que a través de la leyenda y de la poesía
han emprendido las palomas.
Paso por alto, pues, y me ciño a señalar
a quienes pudieren interesarse en explorar ampliamente el tema, la existencia
de The Natural History of Pi-geons que en 1835 publicó en
Edimburgo John Selby. Plinio -fuente invaluable del primer conocimiento
de los animales- les consagra su Libro LII. Describe sus austeras costumbres
y cómo son monógamos y amorosos. Las hembras, dice, soportan
los injustos celos del marido que se hincha, airado, y las picotea sin
razón. Luego las contentan, las besan, les hacen la rueda. Entre
ambos ejemplares padres de un hogar eminente, alimentan a sus hijos. Son
los únicos pájaros que beben agua sin levantar el cuello.
Tienen sentido de la gloria. Se aplauden a sí mismos al volar, y
esta indiscreción, que los denuncia, suele costarles la vida. Sitiado
en Módena, Décimus Brutus parece haber sido el primer militar
que las empleara como mensajeras.
En una clasificación tentativa de las aves por
los géneros literarios en que recurren, las hallo en mis apuntes
lo mismo presentes en el romancero que en las letrillas moralizantes y
muelles del siglo XVIII. Aquí conviven con las tórtolas y
los jilguerillos. Allá son víctimas de los milanos y los
halcones. Apuntemos la queja de Jimena Gómes, cuando ya enamorada
por ambivalencia del Cid, lo acusa ante el rey:
Con un falcón en la mano -que trae para cazar
mátame mis palomillas- que están en mi
palomar...
caballero en un caballo -y en su mano un gavilán,
mátame mis palomillas -criadas y por criar
la sangre que sale de ellas -ha teñido mi brial...
O bien, en el romance del Conde Olinos, escuchémosla
dialogar:
Allí vino una paloma -blanquita y de buen volar;
-¿Qué haces aquí, palomita -qué
vienes aquí a buscar?
-Soy la infanta, Conde Olinos; -de aquí te vengo
a sacar
Volemos hasta el Polifemo de Góngora. Mirémosle
servirse de las palomas como ornamento lateral de una imagen que no las
tiene por centro:
No a las palomas concedió Cupido
juntar de sus dos picos los rubíes
cuando al clavel el joven atrevido
las dos hojas le chupa carmesíes.
quedarse con su símbolo erótico:
A un verde arrayán florido
se calaron dos palomas,
blancas señas de que el aire
la madre de Amor corona.
y jugar con las palabras en una letrilla:
Paloma era mi querida
y sí que era palomilla.
Y faltos ya de espacio y de tiempo, retrocedamos a un
Arcipreste que más se identifica con el celoso y aguerrido pichón,
que admira a las palomas de otra manera práctica que como el gavilán
las codicia. Cuando aconseja a los enamorados, les dice:
Sed como la paloma, limpio e mesurado.
Detengamos, por fin, este brevísimo vuelo de palomas
poéticas a la puerta humilde y beatífica de Berceo. Es este
dulce poeta quien custodia el símbolo religioso de la paloma; quien
explica que en el Sacrificio de la Misa,
La palomba significa la su simplicidat
y quien al narrar la Vida de Santa Oria Virgen da este
consejo y describe este cuadro:
Estas tres santas vírgenes en Cielo coronadas
tenían sendas palomas en sus manos alzadas;
más blancas que las nieves que no son coceadas;
parecía que no fueran en palomar criadas.
''Recibe este consejo, la mi hija querida:
guarda esta paloma, todo lo al olvida;
tú ve do ella fuere, no seas decebida:
guíate por nos, hija, pues Cristo te convida."
|