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México D.F. Lunes 12 de enero de 2004

El estadunidense enfrentará a gobernantes que en público discrepan de Washington

El gobierno mexicano, entre los aliados dóciles de Bush en la reunión: analistas

BLANCHE PETRICH Y ROSA ELVIRA VARGAS ENVIADAS

Monterrey, NL, 11 de enero. Cuando el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, enfrente la tarde de este lunes a 32 homólogos americanos, dispuesto a renovar alianzas regionales en el contexto del nuevo orden mundial que ha impuesto, encontrará que algunos gobiernos -Canadá, México, Colombia y Chile, principalmente- ofrecen una actitud que analistas internacionales llaman de "aliados confiables y dóciles". Son decididos promotores de las fórmulas de libre comercio en un panorama asimétrico. Todos respaldan la mayor operación de intervención militar de Estados Unidos en el hemisferio, el Plan Colombia. Los cuatro acatan sin chistar la prioridad estadunidense, la llamada "guerra mundial contra el terrorismo" que, según declaró hoy el presidente Vicente Fox, "se ha convertido en una de las banderas de las democracias".

Más al sur, sin embargo, el jefe de la Casa Blanca enfrenta un ánimo creciente en algunos gobernantes -Brasil, Venezuela, Argentina y en alguna medida Bolivia- que se atreven a ventilar públicamente sus discrepancias ante la potencia; gobiernos y sociedades que resisten y denuncian la imposición de estrategias unilaterales cada vez más relacionadas con una guerra que no les atañe, y manifiestan resentimientos por los descuidos o atropellos de la diplomacia del garrote de Washington. Por tanto, el ambiente en la capital neolonesa estará caldeado por actitudes de gobiernos dispuestos a rescatar y actualizar principios relegados de soberanía y autodeterminación.

Los personeros del gobierno de Estados Unidos llegan a Monterrey a celebrar una cumbre extraordinaria que se convoca por iniciativa de Washington y Ottawa, sin agenda ni objetivos claros. Enmedio de una agenda forzada, que en principio debía discutir temas como el progreso de la institucionalidad democrática, el combate a la corrupción y los avances de los mecanismos de libre comercio, se teme que Bush traiga una carta bajo la manga. De cualquier forma, y más allá de las formalidades retóricas, una serie de incidentes diplomáticos han marcado el preludio de la cumbre.

Si el tema cubano fuera un termómetro para medir el nivel de control de Bush en el continente, los pronósticos no le favorecen. En las últimas semanas, tres gobiernos latinoamericanos -por conducto de los presidentes Hugo Chávez y Luiz Inacio Lula da Silva, de Venezuela y Brasil, respectivamente, así como el canciller argentino, Rafael Bielsa- visitaron en La Habana al jefe de gobierno cubano Fidel Castro. Otro más, Paraguay, lo ha invitado para una visita de Estado a Asunción y ha resistido las presiones de la embajada estadunidense, que pretende que el líder revolucionario sea "desinvitado".

La visita de Bielsa a La Habana provocó crujir de dientes en varios altos funcionarios de Estados Unidos, que se lanzaron a criticar al "izquierdista" gobierno de Néstor Kirchner. El incidente ha causado una guerra verbal entre Washington y Buenos Aires, que sin duda impactará en la reunión bilateral que este martes sostendrán aquí Bush y Kirchner. Pero a pesar de la vulnerabilidad de Argentina, por las delicadas negociaciones que tiene en marcha con el Fondo Monetario Internacional, el jefe de la Casa Rosada ha asegurado que su política de acercamiento con Cuba no variará.

O, como ha resumido el embajador conosureño en Washington, Octavio Bordón, con un lenguaje recuperado del olvido, "Argentina no quiere tener conflictos, quiere tener dignidad". A raíz de este incidente, el diario bonarense Página 12 opinaba hace unos días: "Kirchner ha demostrado que no hay necesidad de ponerse de tapete".

En días recientes Washington ha lanzado a tres funcionarios de primer nivel -el secretario de Estado, Colin Powell; el subsecretario para asuntos hemisféricos, Roger Noriega, y la secretaria de Seguridad, Condeleezza Rice- a repetir los viejos argumentos acerca de la necesidad de que la isla "transite de la dictadura a la democracia".

Sin embargo, aunque varios gobiernos del hemisferio parecen más que dispuestos a contribuir a la política anticubana de Estados Unidos, la crisis de la institucionalidad democrática en Haití no parece ser medida con la misma vara. El deterioro de la legalidad política y la violenta represión contra los opositores que exigen la renuncia del mandatario haitiano no tendrán cabida en los debates de esta cumbre.

Bolivia, por su parte, ha dado muestras de jugar en la cumbre con criterio independiente con la insistencia del nuevo presidente, Carlos Mesa, en traer a este foro su antiguo reclamo de una salida al océano Pacífico, lo que ha provocado el disimulado disgusto del Departamento de Estado y la abierta irritación de la cancillería chilena. Ambos preferirían que este tema se mantuviera en un bajo perfil, ajustado a las negociaciones bilaterales y estrechas que desarrollan actualmente los gobiernos de La Paz y Santiago.

Pero esa reivindicación boliviana, que ha sido bandera de los sectores más progresistas y solidarios del continente, tiene adeptos. Y ha sido el presidente Chávez quien ha expresado lo mucho que le apetecería bañarse en alguna playa boliviana. Al parecer, no será tan fácil ignorar a Bolivia como se ignora a Haití.

Pero quizá el mayor desafío para Bush en esta cumbre sea la serie de posiciones desafiantes adoptadas por Lula, quien demostró en días recientes que la agenda antiterrorista de Estados Unidos no es exportable a todos los países latinoamericanos. Al menos, no sin el derecho al pataleo, que no otra cosa fueron las medidas "de reciprocidad" que Brasil impuso en sus aeropuertos para revisar y fichar a los estadunidenses que llegan a su territorio, del mismo modo en que ciudadanos de todo el mundo son fichados como sospechosos de terrorismo al pisar suelo estadunidense.

Lula llega a Monterrey con el viento a su favor. En Cancún logró imponer, como alternativa a un "reventado" acuerdo de la Organización Mundial de Comercio, la idea de un Grupo de los 20, especie de versión actualizada del tercermundismo de los años 70. Brasil ha sido firme promotor de la idea de que antes de un Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA) con desventajas para los países vulnerables, Latinoamérica debe fortalecer sus mecanismos regionales. El Mercosur figura en primer lugar. Hasta ahora, la delegación brasileña ha logrado poner en serios aprietos las intenciones de incluir en esta cumbre extraordinaria el tema del ALCA.

Pero quizá de mayor peso político ha sido el gesto de Brasilia, al responder a las declaraciones de Condoleeza Rice, quien acusó el sábado al presidente venezolano Chávez de tener una actitud "poco constructiva" en el continente, por "alentar el terrorismo" -en referencia al apoyo de Caracas al movimiento popular boliviano que logró la caída del presidente Gonzalo Sánchez de Lozada- y por negarse a aceptar el referéndum revocatorio que demanda la oposición.

Esa declaración injerencista fue respondida de inmediato por un encendido discurso de Chávez. Pero más eficaz aún fue la reacción del presidente Lula, quien alegó que son la pobreza y la exclusión las mayores amenazas a la estabilidad y las democracias en América Latina.

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